Por Hildebrando Pérez Grande*
Exclusivo para Firmas Selectas de Prensa Latina
(En el 86 cumpleaños del poeta cubano Roberto Fernández Retamar)
En el canto VII de la azarosa edición príncipe de España, aparta de mí este cáliz, realizada en el monasterio de Montserrat, a pocos días antes de terminar la cruenta Guerra Civil, el 20 de enero de 1939, Vallejo nos dice que «muchos días el viento cambia de aire» presagiando el desenlace triste para los republicanos.
El viento traerá nuevos aires de rabias y pesares y rebeldías. El monasterio, por ese entonces, por órdenes del Gobierno de la Generalitat se había constituido en el Hospital del Ejército del Este y Unidad de Imprentas. En este taller imprentero, bajo la conducción del poeta y editor Manuel Altolaguirre, y con ora tipógrafos, ora soldados venidos del Frente de Aragón, se imprimió ese himno a los voluntarios de la República.
Nos hemos permitido hacer este recordaris vallejiano porque la textura verbal y el discurso de algunos poemas de Roberto Férnandez Retamar (La Habana, 1930), nos ha llevado a rememorar algunos versos suyos que, a mediados de la década del 60, muchos combatientes de nuestra América llevaban en sus labios como quien lleva un crucifico o un mágico amuleto para protegerse de los malos vientos o alguna bala oscura.
Sobre todo aquel poema títulado «El Otro» (fechado el 1 de enero de 1959). En medio de la algarabía con que se iniciaba un proceso histórico de singular trascendencia para nuestro continente, se escuchaba, casi como un rumor que venía del mar hacia el malecón: «Nosotros, los sobrevivientes, / ¿A quiénes debemos la sobrevida? / ¿Quién se murió por mí en la ergástula, / Quién recibió la bala mía, / La para mí, en su corazón? ¿Sobre que muerto estoy yo vivo…?
Pronunciar en un alto de las tareas asumidas, La para mí, bien lo recuerdo, tenía resonancias estremecedoras, para muchos jóvenes combatientes, como la luminosidad que irradiaba y envolvía aquel verso de Javier Heraud: «Porque mi patria es hermosa como una espada en el aire», tan conmovedor como aquella exclamación del poeta guatemalteco Otto René Castillo que dice: «Vámonos, patria, a caminar, yo te acompaño». Y marchaban con una estrella en la frente.
Alta como una palmera habanera, amable como la sombra de un framboyán y sugestiva cual olas que arañan la vieja piel del malecón, la cubanísima poesía de Roberto Fernández Retamar es, en principio, una prueba de amor a la palabra justa, exacta, ardiente; y en el paisaje lírico de nuestra América, un canto luminoso a la miseria y esplendor de la condición humana.
Sus poemas sabiamente se han enraizado en nuestra historia y por eso son historia viva: palabras dichas con delectación, y con un fino humor que apunta de manera crítica contra toda suerte de deshumanización, que el poeta no sólo deplora sino que condena de manera ejemplar.
«Mi poesía ha cambiado, pero no ha sido desleal a sus líneas centrales; se ha enriquecido, ha abordado temas que antes no trataba; la veo como una unidad…/ Los poemas los voy escribiendo como respiro» (1), lo ha dicho de manera inmejorable el mismo poeta.
Desde Elegía como un himno (1950), hasta Aquí (1999) y las más recientes antologías de su quehacer lírico (2), la poética de Roberto Fernández Retamar, como anuncia el verso de Vallejo, es un viento que cambia de aire, sin perder su esencia humanista y revolucionaria. Con un sobrio manejo del lenguaje coloquial y un notable manejo del versículo, y con transparentes referencias cultistas, volviendo sin temor al tono intimista, tierno cuando es menester, y dejándose llevar por la vehemencia lexical cuando así lo demanda el tema del poema, y recurriendo a veces a la ironía suave como un dardo inesperado y siempre haciendo brillar su singular perspectiva inteligente, nos habla como un hermano mayor de esto y aquello: y toda su obra nos envuelve y nos ilumina entrañablemente.
Pocos poetas latinoamericanos contemporáneos han alcanzado el arte de lo divino y lo humano en nuestra calcinante realidad social, sin ceder un ápice al rigor de las excelencias literarias. Roberto Fernández Retamar lo ha logrado con creces. Es un poeta de su tiempo: nuestro tiempo que veremos arder, como bien diría el poeta, el ensayista, el profesor, el activista cultural y el Calibán insobornable que lo pueblan.(3).
ag/hpg
*Poeta y profesor universitario peruano. Premio Casa de las Américas de Poesía 1978.
(1).- González Bello, Manuel: «En su lugar, el poeta». En: Bohemia. La Habana, Año 82, No.-6, 9-2-90, p.12.
(2).- Fernández Retamar, Roberto: Poesía nuevamente reunida. La Habana, Editorial Letras Cubanas-Ediciones Unión, 2009.
(3).- Fernández Retamar, Roberto: Lo que va dictando el fuego. Caracas, Biblioteca Ayacucho, 2008.