Por Oscar Domínguez G.*
De vez en cuando hay terror en el diccionario cuando la políglota Vieja Europa y/o Estados Unidos, enemigos íntimos de la letra ñ que no les suena, tratan de poner en marcha una pavorosa campaña contra esa discreta y otoñal consonante que hace tiempos bebió la champaña de la celebración de sus primeros mil años.
Con el dañino fin de vender más computadores sin tamaña letra, los risueños señoritingos del primer mundo han planteado la urgencia de eliminarla de los teclados de estos cachivaches que poco a poco han ido convirtiendo las máquinas de escribir en pura morriña, como ya sucedió con los linotipos de los diarios de antaño. Y los de ogaño.
Finalmente, la triquiñuela no pasó de gruñidos de ahogado y los 400 millones que chapuceamos español (sin contar los niños que trae la cigüeña en estos momentos en que usted lee estas líneas) seguimos con esa letra en nuestro pasado, presente y futuro.
De haber accedido a tan desteñida solicitud de estos ñoños o ñiquiñaques, la comunidad europea exigiría después -a manera de ñapa- la cabeza de otras letras.
Para empezar, la UE pedirá que se acabe la hache, dizque porque ni truena ni suena. Rezarán un réquiem por la vocal o, añadiendo que tiene sospechosas coincidencias anatómicas con el cero, el cual se podría habilitar como vocal. Invitarán a las exequias de la erre y de la elle porque para lo que hay que decir con una sola letra basta. ¡Ya voy, Toño!
Sin ponerse pálidos, sugerirán la vasectomía de la ve pequeña o de la be labial, con el cariñoso alegato de que beso con “ve chiquita sabe igual que con be larga”. Y no preña, como pensaban ingenuas e ingenuos retoños en el pasado.
Siguiendo con estas desabridas interpretaciones, la comunidad europea concluirá que, así como el mundo puede vivir sin abogados o sin periodistas, también puede vivir sin vocales llenas o débiles. O sin consonantes eréctiles en una palabra en la que hay orgía de vocales, como en Aracataca, la tierra del Nobel caribeño García Márquez que propuso la muerte de la ortografía, nunca de la eñe.
(Gabo fue fugaz caraqueño en algún momento de su periplo vital. También renunció a volver a ir de tapas a España pero se echó pa’tras antes de partir del todo porque lo malo de la muerte es que es para toda la vida).
Gabo escribió cuando se suscitó el alegato que “los autores de semejante abuso (la eliminación) y de tamaña arrogancia, deberían saber que la eñe no es una antigualla arqueológica, sino todo lo contrario: un salto cultural de una lengua romance que dejó atrás a las otras al expresar con una sola letra un sonido que en otras lenguas sigue expresándose con dos”. En los correos que nos llueven desde el primer mundo nuestros paisanos corren bases para hacer sonar la eñe en sus computadores.
Quedan tranquilos cuando inventan el matrimonio por conveniencia entre la ge y la ene (gn) y asumen que es la mismísima eñe. No habiendo más con mi mujer me acuesto, dice el añejo adagio.
Si se les diera gusto a los cómodos fabricantes de ordenadores, harían desaparecer el mundo hispanoparlante. Una cultura que no habla porque se quedó sin letras es un mundo que no existe. Salvo que deseen que no existamos para poder vender más armatostes sin eñe. ¡Cómo ño, moñito¡
Puede que las palabras que empiecen por eñe no sean muchas, pero se dan mañas para aparecer en alguna parte en miles de palabras que en cualquier momento necesitamos. Así sea para curarnos de añoranzas. Dios no hay sino uno y nadie se atrevería a proponer su eliminación.
Es más: tal vez nunca utilizaremos algunas voces con ñ como ñandú o ñacurutú, pero eso no es razón válida para desaparecerlas de la faz del diccionario.
Desde muchos semestres antes de que lo pergeñara con su péñola don Pedro Calderón de la Barca, la vida es un sueño. Sin la eñe, la vida no sería siquiera eso. ¿Qué tal que no existiera el sueño, el mejor invento por encima de la mujer, inclusive? ¿Qué tal que no durmiéramos y siguiéramos derecho, sin sacarle punta a la rutina, sin hacer una pausa para editorializar para nosotros mismos roncando y soñando?
Para avalar la campaña del diario Clarín en defensa de la consonante que vive en sánduche entre la n y la o, ¿será mejor perder el año que el ano?
Víctor Hugo dejó dicho per secula seculorum que el primer hijo es la prolongación de la última muñeca. Un hijo es la niña de los ojos de mamá. ¿Y qué es una niña sin su muñeca? ¿Cómo enseñarles (o deseneseñarles) a los bebés que hay una letra de sus mayores que deben borrar de su disco duro?
Las muñecas, señorones “facedores” de computadoras, son el ángel de la guarda sin carne y sin hueso de las pequeñas. Tal vez no lo saben los sabihondos made in Europa, un continente desolado donde para ver un niño, hay que importarlo. Sin la eñe, las ciguëñas tendrían los días contados. ¿Quién traería los niños desde París en vuelos sin escalas? Difícil encontrar otro pájaro blanco, tierno y anoréxico que se le mida a atravesar el charco sin abrir la boca un segundo porque se les cae la frágil mercancía.
Para muchos, la palabra ruiseñor es la más bella del idioma español. Pero sin la eñe, el ruiseñor sería un pájaro sin mayores ínfulas. Haría cursillo para carroñero gallinazo.
Quienes alimentamos una vieja devoción por los madroños tendríamos que cambiar esta fruta por insípidos algarrobos o chontaduros, o por cualquiera otra huérfana de la letra que quieren sacar por la puerta de atrás del diccionario. ¿Qué tal Madrid sin madroños?
Sin contar con la ñapa de que América quedaría reducida a un peladero sin caraqueños, brasileños, puertorriqueños, limeños y quiteños. Muchos países con mar se quedarían huérfanos de los ruidosos costeños del Atlántico y del Pacífico. ¿Quién pondría entonces los futuros Nobeles de Literatura? Báilenme ese trompo en l’ uña, amigos empeñados en imposibles. (A propósito, las peñas o prenderías son el Banco Emisor de los pobres o ricos en retirada. ¿Qué pasaría con ellas?).
Los ñatos, esos antípodas de los narizones que inmortalizó Quevedo (“érase un hombre a una nariz pegado…), serían seres tan anónimos como sus narices.
¿Qué tal que el presidente Santos no pueda cañar con ínfimos doses en el juego del póquer? Taurinos hay que aseguran que con la eñe habría que cantar un réquiem por la fiesta brava porque los toros no volverían a embestir en solidaridad con sus colegas, los astados de Mondoñedo.
Así que, señores, les informamos que no sólo es vano su empeño sino que nos tienen ñatos con ese cuento recurrente de caparle la eñe al castellano. Déjense de ñoñerías. Empéñense más bien en vender más computadores con la ene con virgulilla, nombre que tiene el pacífico policía acostado que le da vida a la eñe. Esa es una verdad de a puño.
Así como nadie puede renunciar a ser feo, ni uno solo de los casi 500 millones de personas que hablamos español, renunciamos a la eñe. Además, millones quedaríamos desmadrados, si España se nos convierte en Espana, “¡Coño¡”.
Por la defensa de los “derechos humanos” de nuestra vilipendiada letra, ¡a la empeñosa carga!
ag/odg