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jueves 21 de noviembre de 2024

¿Es posible el socialismo hoy? (II y fin)

III

Naturalizar las diferencias económico-sociales no es más que una expresión ideológica. Pero ¿cómo? ¿No es que las ideologías habían muerto, según gritó eufórico Fukuyama? Parece que no. Las ideologías siguen vivas, en guerra, marcando el paso de la historia. Esa “naturalización” no deja de ser una expresión totalmente cuestionable.

Si miramos objetivamente la historia se nos abren preguntas difíciles de responder: ¿por qué, una vez que hubo excedente cuando se pasó a la vida sedentaria con la agricultura y la ganadería, alguien se constituyó en el propietario del mismo? ¿Qué hizo que surgiera un amo? ¿Por qué ese excedente no se repartió en forma equitativa entre todos los miembros de la comunidad? Eso lleva a pensar que anida en el ser humano esta tendencia “natural” al individualismo, y de ahí a la subyugación (sumisión, opresión) del otro. En verdad, es imposible aseverar eso.

Marx-y-Engels

No hay dudas que existe una intrincada dialéctica entre amo y esclavo en las relaciones humanas, lo que marca lo problemático del asunto. Habíamos dicho que esas relaciones nunca están exentas de conflicto, de tensiones; pues bien, diversos autores, en diferentes momentos históricos y con distintos contextos, han expresado esta verdad. “El individuo sólo puede convertirse en lo que es a través de otro individuo; su misma existencia consiste en su «ser-para-otro». No obstante, esta relación no es en absoluto una relación armónica de cooperación entre individuos igualmente libres que promueven el interés común en persecución de la propia conveniencia. Es más bien una «lucha a vida o muerte» entre individuos esencialmente desiguales, en la que uno es el «amo» y el otro es el «esclavo»”, dirá Herbert Marcuse en su obra “Razón y Revolución”, sintetizando la dialéctica del amo y del esclavo (capítulo IV) de la “Fenomenología del Espíritu” de Hegel, la cual permitió a Marx entender el sentido de la historia humana.

¿Acaso entonces estamos condenados a esta diferencia, a este menoscabo (sumisión, opresión) del otro? ¿Por qué, al menos en las experiencias conocidas hasta ahora de socialismo real, asistimos a una burocracia dominante y un pueblo trabajador sin las mismas prerrogativas? La historia de la humanidad nos confronta continuamente con esta dinámica. Las sociedades de clase lo evidencian de modo patético: en todo lugar, más allá de diferencias culturales, desde que hay excedente en la producción y se sale de la fase de recolectores-cazadores primarios, se establece esa dialéctica, llámese faraón / emperador / sumo sacerdote / rey / principal / empresario o algún etcétera versus esclavo / siervo / súbdito / vasallo / dependiente / asalariado o como se le llame (¿habrá que incluir ahí burócrata de la Nomenklatura versus camarada trabajador/a?). Sin dudas las formas de dominación han cambiado a través de los distintos modos de producción basados en la propiedad privada de los medios de producción (esclavismo, despótico-tributario, feudalismo, capitalismo), pero el núcleo central se mantiene: un poseedor versus un desposeído, un explotador versus un explotado. ¿Se puede ir más allá de esto, superadoramente, o la idea de un mundo de pares, de “productores libres asociados”, como decía Marx, no pasa de quimérica ensoñación?

Los desarrollos del Psicoanálisis nos han enseñado que esa tendencia que, para un pensamiento conservador, pasaría por “natural” (o peor aún: por mandato de las deidades), no estriba en la herencia genética sino en la forma en que el ser humano se humaniza, se hace un sujeto social. Esa presunta agresividad innata radica en la forma en que nos convertimos en seres sociales, en uno más de la serie, sujetos históricos pertenecientes a un código simbólico que nos construye y que no elegimos sino que, en todo caso, nos elige a nosotros. “Eres la cosita más linda del mundo” le dice la madre al hijo; nos lo creemos y ahí empieza el drama humano. “Basta decirle a alguien que no tiene razón, que no es quien cree, mostrarle un punto donde se limita la aseveración de sí [en otros términos: indicarle que no es la cosita más linda del mundo, porque no hay tal cosita máxima, salvo para su madre] para que surja la agresividad” (Bleichmar), y el otro se convierte inmediatamente en enemigo. El otro no puede faltar en esta dinámica, porque es con él, a partir de él, en una dialéctica infaltable, como nos convertimos en humanos, en uno más -ni el más lindo ni el mejor-, un elemento más de la interminable cadena que forma la humanidad. “En la vida anímica individual aparece integrado siempre «el otro», como modelo, objeto, auxiliar o adversario”, explicita Sigmund Freud. Es decir: puede haber solidaridad -a veces-, pero también competencia. Por eso, en estas sociedades que vienen dándose desde hace ya varios milenios -el capitalismo es una más de ellas, basadas todas en la propiedad privada de los medios productivos- la dialéctica de la que nos habla Hegel se exterioriza siempre de un modo violento.

La moderna civilización burguesa surgida hace unos pocos siglos -que se llena la boca hablando de la violencia de los comunistas- es despiadadamente violenta, no olvidarlo. “Marchemos, marchemos. ¡Que una sangre impura empape nuestros surcos!” reza la Marsellesa, himno por excelencia de la modernidad capitalista. El socialismo pretende otra cosa.

No hay “condena fatal” que establezca en manera definitiva la forma de ser del humano. Hoy, el sujeto que conocemos y que viene siendo el centro de todas estas sociedades clasistas, está vertebrado en torno a esa forma de constituirnos: “lucha a vida o muerte entre individuos esencialmente desiguales”. Pero no hay un destino ineluctable que indique que esto es la “esencia” humana, ahistórica, inmodificable. En todo caso, la única “esencia” del ser humano es el trabajo: “Su esencia probatoria”, dice Marx retomando a Hegel. Por eso el socialismo, que entroniza el trabajo y no la acumulación suntuaria, continúa siendo una esperanza. El propio Freud, conocedor como ninguno de estas sutilezas humanas, en su momento vio con buenos ojos la revolución rusa, razonando que, de un contexto social nuevo, de un mundo estructurado con otros valores y otro proyecto antropológico, podría surgir un ser humano distinto, quizá no tan “enfermizo” como el que conocemos. Esa es la apuesta que se nos abre.

capitalismo

Existen grupos humanos que al día de hoy, con un capitalismo hiper desarrollado estructurado básicamente en torno al consumo y la acumulación, aún viven en estadios pre-agrarios sin estratificaciones sociales, sin amos y esclavos (aborígenes de Australia, esquimales de regiones árticas, algunas etnias amazónicas). He ahí lo que se llama “comunismo primitivo”. El reto está dado en edificar un nuevo comunismo sobre la base del espectacular desarrollo de las fuerzas productivas sociales que hoy ha alcanzado la humanidad.

IV

Observando la realidad actual, con prácticamente todo el planeta tocado por este esquema capitalista donde nacemos y nos criamos a partir de una madre que nos construye como “lo más lindo del mundo”, donde la idea de poder (ser “más” que el otro) moldea nuestras vidas y donde el “tener” pasa a ser la esencia dominante -“tanto tienes, tanto vales”-, es fácil terminar repitiendo el mensaje ideológico-cultural en que se cimenta todo lo anterior. En ese sentido, pareciera que nos hallamos ante una “esencia” individualista, egocéntrica, donde la búsqueda de poder nos define. Seamos claros en esto: el ser humano que conocemos se vertebra en torno al poder, como aquello que nos permite -ilusoriamente- vernos plenos, completos, sin que nada falte. Es decir: el ejercicio del poder nos hace sentir dioses, seres absolutos. Por eso fascina tanto. Y el poder -a esta altura de todo lo acontecido- es más que obvio que no es privativo de la derecha: es una dinámica humana. ¿O acaso en la izquierda no hay juegos de poder?

La visión clásica de lo humano presenta una cierta “malicia” connatural -homo homini lupus, el hombre es el lobo del hombre-, por lo que anidaría en esa supuesta esencia una condición básica, ahistórica. Para ello parecieran sobrar los ejemplos: las leyes de oferta y demanda, ¿son leyes del mercado o de la psicología humana? ¿Por qué hay acaparadores que van contra las necesidades de la comunidad? Cuando hubo plus-producto con la agricultura, excedente social, ¿por qué no se repartió equitativamente y alguien se lo apropió? La explotación que ejerce la clase dominante (cualquiera de ella) ¿es una dimensión sistémica o es producto de esa connatural condición? ¿Por qué los cuadros comunistas de la ex Unión Soviética tan fácilmente pasaron a ser empresarios explotadores y mafiosos cuando cayó el socialismo? En la pasada pandemia de COVID-19 ¿por qué hubo países del Norte que acumularon hasta cinco veces más de lo necesario las vacunas contra el SARS-CoV-2, mientras en el Sur faltaban dosis?

Ante todo ello la expectativa es poder crear una nueva matriz donde esa cría humana se humanice de otra forma: no para la competencia sino para la solidaridad. Lo cual llevará a pensar en un nuevo orden familiar, distinto al que conocemos hoy día, y del que ya hay esbozos (en la Unión Soviética se empezaron a concebir: los hijos son de la comunidad, creándose un esquema nuevo). La familia, como instancia histórica, es una institución, una más de tantas, y por tanto, también pasible de cambios. Ya lo vemos hoy día, cómo el matrimonio heterosexual, monogámico y patriarcal-supuestamente modelo de “normalidad”- no está en crecimiento sino denotando una crisis, mostrando quizá su lenta retirada (divorcios cada vez más frecuentes, matrimonios igualitarios, familias monoparentales, parejas abiertas. ¿Se llegará pronto a la clonación en laboratorio?). En ese sentido, con la educación en nuevos valores, en una nueva ideología y una nueva práctica social, es que el socialismo continúa siendo una esperanza, porque de allí puede surgir ese mundo menos sanguinario que pensaron los clásicos: “Productores libres asociados” donde regiría la máxima de “De cada quien según su capacidad, a cada quien según su necesidad”.

Aunque la experiencia de los primeros pasos socialistas abre preguntas -que hay que responder autocríticamente- nada indica que una sociedad distinta a la capitalista no sea posible. Que el monumental bombardeo mediático nos haga creer que lo actual es inevitable, único, vencedor absoluto y la expresión máxima del desarrollo humano, los números fríos que no mienten nos muestran otra cosa: el capitalismo es penuria para las grandes mayorías. Unos cuantos centros comerciales abarrotados de productos no significan “el triunfo” de la humanidad. Significan, lisa y llanamente, el triunfo del consumismo inducido por el capital, no más que eso. Por supuesto, podemos y debemos ir más allá de eso. Un mundo basado en el petróleo y en la obsolescencia programada, defendido con armas letales de destrucción masiva, no puede ser “el fin de la historia”. El capitalismo es eso; lo dijo sin empacho un representante de esta ideología de derecha que se siente dueña del planeta: “Así como los gobiernos de los Estados Unidos [y otras potencias capitalistas] necesitan las empresas petroleras para garantizar el combustible necesario para su capacidad de guerra global, las compañías petroleras necesitan de sus gobiernos y su poder militar para asegurar el control de yacimientos de petróleo en todo el mundo y las rutas de transporte”.

Ese capitalismo “exitoso” tiene más de 1.000 bases militares alrededor del globo terráqueo custodiando la “libertad” y la “democracia”; o, dicho de otro modo: los negocios que la clase dominante a nivel planetario no está en absoluto dispuesta a perder. 851 instalaciones de Estados Unidos (país que ha participado en prácticamente todas las guerras durante el siglo XX), 145 de la monarquía medieval que continúa manejando el Reino Unido y de Francia, que sigue poseyendo “territorios de ultra mar”, es decir: colonias (¡en pleno siglo XXI y hablando de democracia!). Todo esto nunca debe olvidarse: si desde la corporación mediática capitalista se dice que el socialismo fracasó porque no muestra esos shopping centers repletos de mercaderías, recordar entonces que la pretendida victoria capitalista, hoy habiendo tomado la forma de la cultura dominante de su principal potencia, el llamado american way of life, se mantiene solo a base de brutal represión y poder militar. Para que un 15% de la humanidad goce los resultados del desarrollo, el otro 85% se mantiene hundido, y ante los intentos de cambiar las cosas, la fuerza bruta de los dominadores se impone. “El rol de las fuerzas armadas de Estados Unidos será mantener la seguridad del mundo para nuestra economía y que se mantenga abierta a nuestro ataque cultural. Con esos objetivos, mataremos una cantidad considerable de gente”, expresó Ralph Peters, alto mando del ejército norteamericano. ¿Dónde está el triunfo?
Aunque las primeras experiencias socialistas sufrieron reveses -hoy, como se dijo más arriba, hablar de “socialismo” no es lo habitual-, y aunque la maquinaria mediático-cultural-ideológica del capitalismo dominante intente mostrar la imposibilidad de ese “afiebrado e irrealizable” sueño de una sociedad de iguales, el socialismo sigue siendo una esperanza. Existió, lo cual muestra que sí es posible, y sigue existiendo. El ideario socialista sin dudas continúa vigente, porque las causas que lo originaron se mantienen absolutamente vigentes. Decir que esas primeras y balbuceantes experiencias fracasaron es, como mínimo, una falta de respeto -o, más precisamente, un enorme error de apreciación-. O peor aún: un vómito ideológico. Lograron avances fabulosos. Como un mínimo ejemplo -se podrán dar muchos más- solo baste con ver lo que sucedió en el primer Estado obrero y campesino de la historia, la Rusia bolchevique: de un país feudal pasó a ser la segunda potencia mundial (económica, científico-técnica, militar, cultural) en solo unas décadas. Por supuesto que hay logros, fabulosos, aunque la propaganda capitalista los minimice: salario mínimo y digno para toda la clase trabajadora, descanso semanal remunerado, vacaciones pagas, licencia por maternidad, transporte público de alta calidad subvencionado (el metro de Moscú se considera una gran obra de arte, única en su tipo), calefacción hogareña subvencionada, vivienda digna asegurada para toda la población, electrificación de todo el país y un enorme parque industrial, granjas agrícolo-ganaderas comunitarias de muy alta productividad, educación gratuita, laica y obligatoria para toda la población, alfabetización del 100% de sus habitantes, universidades e institutos de investigación del más alto prestigio a nivel mundial, salud de alta calidad gratuita para toda la población, completa erradicación de la desnutrición, plena igualdad de derechos para hombres y mujeres, voto femenino, derecho de aborto (primer país del mundo en tenerlo), divorcio legalizado, derogación de la normativa zarista que prohibía la homosexualidad, avances científico-técnicos portentosos (primer satélite artificial de la historia, primer ser humano en el espacio, desarrollo de la energía nuclear civil, tecnologías metalúrgicas de avanzada, grandes logros en biotecnología, caucho sintético, telefonía móvil), poder popular real a través del desarrollo de democracia directa con implementación de los soviets (consejos obrero-campesinos y de soldados), fabuloso fomento del arte y la cultura (cine, teatro, música, literatura, ballet, arquitectura), derrota de la invasión nazi durante la Segunda Guerra Mundial (avanzada militar azuzada por las potencias capitalistas de la época para destruir la Revolución).

La pregunta que se abre es por qué esa experiencia cayó; por qué, luego de esos grandes avances, entró en un período de burocratización, generándose nuevamente una virtual división de clases, y la población no salió a defender sus derechos cuando el golpe de Estado restaurador del capitalismo de 1991. De China, el otro gran país que produjo su revolución socialista, también hay logros fundamentales. Es incuestionable que, de ser un país semifeudal en el momento de la revolución en 1949, pudo sacar de la pobreza rural crónica a 500 millones de personas, constituyéndose en poco tiempo en una superpotencia en todos los órdenes, con un nivel de vida de su población sumamente satisfactorio.

Claudio Katz

Sin dudas, el socialismo es posible, aunque las fuerzas del capital hagan todo lo imaginable para impedirlo. De todos modos hoy, al momento de escribirse este opúsculo, la marcha del mundo pareciera indicar que la posibilidad de una revolución anticapitalista va saliendo de circulación. “El gran problema estratégico radica en que muchos pensadores consideran que la izquierda debe centrarse en la construcción de un modelo de capitalismo posliberal. Esta idea obstruye los procesos de radicalización. Supone que ser de izquierda es ser posliberal, que ser de izquierda es bregar por un capitalismo organizado, humano, productivo. Esta idea socava a la izquierda desde hace varios años, porque ser de izquierda es luchar contra el capitalismo. Me parece que es el abecé. Ser socialista es bregar por un mundo comunista”, afirma con razón Claudio Katz.

Ese mundo comunista ¿por qué no sería posible? No solo es posible, sino imperiosamente necesario. Analizar las experiencias socialistas realmente existentes surgidas en el siglo XX puede darnos pistas de cómo seguir luchando para conseguir ese horizonte post capitalista. En el socialismo real hubo inmensos, inconmensurables errores. Pero no olvidar que esas experiencias nunca pasaron de algunas décadas; el capitalismo lleva siete siglos de acumulación. Por otro lado, ¿qué se esperaba de las revoluciones socialistas: paraísos?

Sin dudas, hay que seguir profundizando todo esto. La historia, distintamente a lo proclamado por el grito triunfal de Fukuyama ante la caída del Muro de Berlín, no está terminada.

rmh/mc

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