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viernes 29 de marzo de 2024
EEUU

Crece el tribalismo político y social en los EE.UU, en detrimento de los intereses del pueblo (I)

Se vive un momento de confusión sin precedentes en Estados Unidos, relacionados con los cambios demográficos y culturales. Se vislumbra la amenaza de un fascismo abierto apoderándose del control del país. Las fuerzas de la reacción han logrado mantener separadas a las fuerzas progresistas paraasí impedir que tengan intereses sectoriales o grupales y que trabajen estrechamente unidos.

Son los afroamericanos, las mujeres, los latinoamericanos, los musulmanes, los judíos, una docena de partidos socialistas, de agrupaciones pacifistas, del ala liberal del partido demócrata, de los ambientalistas, de los sindicatos, y un inmenso etcétera decenas de millones de votantes, que de unirse contra el verdadero enemigo, el capitalismo en su fase imperialista, podrían disminuir mucho su poder y más tarde derrotarlo. La Unidad de las atomizadas fuerzas progresistas estadounidenses traería cambios de la mayor importancia para el mundo entero.

Protesta

Utilizo en el título la palabra “tribalismo” en vez de “sectarismo” porque esta última tiene más restricción dentro de lo estrictamente político. Pero la verdad es que en los EE.UU. la expresión práctica de la política está relacionada con el racismo, la brutalidad policial, la discriminación de género o por preferencias sexuales, la aceptación o no de las armas o el aborto. Si usted está activa y explícitamente contra el racismo, defiende el derecho de las mujeres a decidir si procrean o no, en contra de las armas y de la brutalidad policiaca, en contra de la política de sanciones a otros países, desea que reduzcan el presupuesto militar y que esos recursos se usen para la educación, la salud pública y el enfrentamiento al cambio climático, y en general está en contra de la desigualdad, le informo con completa certidumbre que usted es un “izquierdista”, al menos para los patrones de la sociedad estadounidense.

Dentro del campo de la demografía, por primera vez en la historia de EE.UU., los estadounidenses blancos se enfrentan a la perspectiva de convertirse en una minoría en su “propio país”.

Si bien es posible que muchos en las metrópolis multiculturales de los EE.UU. aplaudan el “oscurecimiento racial de Estados Unidos” como un bienvenido paso para alejarnos de la “supremacía blanca”, es bastante seguro decir que un gran número de blancos estadounidenses están más preocupados por este fenómeno, lo admitan o no. De manera reveladora, un estudio de 2012 mostró que más de la mitad de los estadounidenses blancos cree que reemplazaron a los negros como las ‘principales víctimas de la discriminación’.

Mientras tanto, el cambio demográfico ha hecho poco para disipar las preocupaciones de las minorías al respecto. Una encuesta reciente encontró que el 43 por ciento de los estadounidenses negros no cree que Estados Unidos haga los cambios necesarios para otorgarles a los negros los mismos derechos. Los delitos de odio aumentaron un 20 por ciento desde 2016.

Cuando los grupos, sean políticos, raciales, de género, entre otros, se sienten amenazados, se refugian en el tribalismo. Cuando los grupos se sienten maltratados y faltados al respeto, cierran filas y se vuelven más insulares, más defensivos, más paranoicos, más “nosotros contra ellos”. Esto es cierto para la izquierda en los EE.UU. de hoy.

Hace 50 años, la retórica pro-derechos civiles, los liberales de la era de la Gran Sociedad, estaba enmarcada en el lenguaje de la unidad nacional y la igualdad de oportunidades. En su discurso más famoso, el Dr. Martin Luther King Jr. proclamó: “Cuando los arquitectos de nuestra república escribieron las magníficas palabras de la Constitución y la Declaración de Independencia, estaban firmando un pagaré del que todos los estadounidenses serían herederos. Esta nota era una promesa de que a todos los hombres, sí, tanto a los hombres negros como a los blancos, se les garantizarían los derechos inalienables de la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.

Los ideales de Luther King, los ideales de la izquierda estadounidense que capturaron la imaginación y los corazones del pueblo y condujeron a un cambio limitado pero real, trascendían las divisiones grupales y exigieron unos EE.UU. en los que el color de la piel no importara.

Los principales movimientos filosóficos liberales de esa época eran igualmente ciegos a los grupos y de carácter universalista. La enormemente influyente “Teoría de la Justicia” de John Rawls, publicada en 1971, invitaba a las personas a decidir sobre los principios básicos de su sociedad sin tener en cuenta la “raza, género, afiliación religiosa o riqueza”.

Por lo tanto, aunque la izquierda siempre estuvo preocupada por la opresión de las minorías y los derechos de los grupos desfavorecidos, los ideales dominantes en este período tendían a ser cosmopolitas, y pedían trascender no solo las barreras étnicas, raciales y de género, sino incluso fronteras nacionales.

Gus Hall y Víctor Perlo

Después del colapso de la Union Sovietica y el campo socialista, en medio de una enorme confusión y desaliento, un nuevo movimiento comenzó a desarrollarse en la izquierda estadounidense en las décadas de finales de 1980 y de los 1990, un movimiento que enfatizaba la conciencia de grupo, y la “identidad” y reivindicaciones grupales que no se extendían a otros que también sufrían explotación y discriminación. Muchos en la izquierda se habían dado cuenta de que los conservadores estaban utilizando el “daltonismo” para oponerse a las políticas destinadas a corregir desigualdades históricas y discriminaciones raciales y de otro tipo, persistentes e intrínsecas de la sociedad capitalista

Muchos también comenzaron a notar que las principales figuras liberales en Estados Unidos, ya sea en el sistema judicial, en el gobierno o la intelectualidad, eran predominantemente hombres blancos y que la mano invisible del mercado, neutral y ciega a los grupos, no estaba haciendo mucho para corregir desequilibrios de larga data, vinculados a las sociedades clasistas; las preocupaciones económicas anticapitalistas comenzaron a quedar relegadas a un nuevo modo de entender la opresión, nació la política de “identidad”, que es una forma pseudo ideológica de decir “sálvese quien pueda”

Pero la política de “identidad”, con su retórica basada en los objetivos de los grupos por separado, no se convirtió inicialmente en la posición pública del Partido Demócrata. En la Convención Nacional Demócrata de 2004 en Boston, Barack Obama declaró célebremente: “No existe un Estados Unidos negro y un Estados Unidos blanco, un Estados Unidos latino y un Estados Unidos asiático; están los Estados Unidos de América”. Casi dos décadas después, estamos muy lejos de los EE.UU. que Obama trataba de verbalizar (aunque no estoy muy convencido de que creyera mucho en ello).

Para la izquierda de hoy, la ceguera a la “identidad” grupal es el pecado supremo, porque enmascara la realidad de las jerarquías grupales y la opresión en Estados Unidos. Es el principal obstáculo a la imprescindible unidad de las izquierdas y fuerzas progresista de todo tipo. Le abre el camino a líderes egocéntricos y voluntaristas, que solo quieren ser “jefes” a como dé lugar.

Es un hecho que los blancos, y específicamente los machos protestantes blancos, dominaron Estados Unidos durante la mayor parte de su historia, a menudo de manera violenta, y que este legado persiste. La obstinada tenacidad de la desigualdad racial a raíz de la presidencia supuestamente “post- racial” de Barack Obama ha dejado a muchos jóvenes progresistas muy desilusionados con las convicciones de progreso racial que eran populares entre los liberales hace apenas unos años.

Para la izquierda, la política de “identidad” ha sido durante mucho tiempo un medio para confrontar los aspectos más desagradables y negativos de la historia y la sociedad estadounidenses. Pero en los últimos años, ya sea por su creciente fuerza o por su creciente frustración por la falta de progreso, la izquierda ha insistido más en la “identidad”. Un cambio en el tono, la retórica y la lógica ha alejado la política de la inclusión de todos, que siempre había sido la consigna de la izquierda, hacia la exclusión y la división. Como resultado, muchos en la izquierda se han vuelto en contra de la persuasión universalista (por ejemplo, AllLivesMatter), viéndola como un intento de borrar la especificidad de la experiencia y la opresión de cada una de las minorías históricamente marginadas.

La nueva exclusividad es en parte epistemológica, afirmando que los miembros de un grupo externo no pueden compartir el conocimiento que poseen los miembros del grupo interno («No puedes entender X porque eres blanco»; «No puedes entender Y porque no eres una mujer”; “No puedes hablar de Z porque no eres homosexual”). La idea de “apropiación cultural” insiste, entre otras cosas: “Estos son los símbolos, tradiciones, patrimonio de nuestro grupo y los miembros del exogrupo no tienen derecho a ellos”.

Para gran parte de la izquierda actual, cualquiera que hable a favor de la ceguera grupal está del otro lado, indiferente o incluso culpable de la opresión. Para algunos, cualquiera que no reconozca abiertamente y denuncie en voz alta la «supremacía blanca» en Estados Unidos, es un racista, o un partidario de la desigualdad. Simplificación gravísima que nos aleja de sectores populares que necesitan ser convencidos y no obviados.

Cuando el gran líder liberal Bernie Sanders les dijo a sus seguidores: “No es suficiente que alguien diga: ‘Oye, soy latina, vota por mí’”, Quentin James, líder de los esfuerzos de divulgación de Hillary Clinton para las personas de color, replicó que los «comentarios de Sanders sobre la política de identidad sugieren que él también puede ser un supremacista blanco». Esta ridícula acusación contra Sanders, un antifascista detoda su vida, es una manifestación de tribalismo y sectarismo en su más pura expresión.

Una vez que la política de “identidad” cobra impulso, inevitablemente se subdivide, dando lugar a identidades grupales en constante proliferación que exigen reconocimiento social. Hoy en día, hay un vocabulario de identidad en constante expansión en la izquierda. Facebook ahora enumera más de 50 designaciones de género entre las que los usuarios pueden elegir, desde “genderqueer” hasta “intersexual” y “pangénero”. Me da mareo.

Tomemos el acrónimo LGBTQ. Originalmente LGB, las variantes a lo largo de los años han ido desde GLBT hasta LGBTI y LGBTQQIAAP a medida que la terminología preferida cambió y los grupos de identidad se pelearon sobre quién debería incluirse y quién es el primero y el más discriminado.

Debido a que la Izquierda del presente siempre está tratando de dejar atrás a la Izquierda anterior, el resultado puede ser una competencia que a menudo fragmenta a los progresistas y los enfrenta entre sí. Aunque presumiblemente la inclusión sigue siendo el objetivo final, la izquierda contemporánea es deliberadamente excluyente.

Durante una protesta de Black LivesMatter celebrada en Filadelfia, un líder de la protesta anunció que «esta es una marcha de resistencia negra y parda», y pidió a los blancos que habían ido a apoyarlos que «tomen su lugar en la parte trasera de esta marcha». No quiero caer en el cliché, pero no me sorprendería que la CIA (u otro de sus hermanos gemelos) controlara a ese “líder”

La guerra contra la “apropiación cultural” tiene sus raíces en la creencia de que los grupos tienen derechos exclusivos sobre sus propias historias, símbolos y tradiciones. Por lo tanto, muchos en la izquierda hoy en día considerarían como un acto ofensivo y repudiable para un hombre blanco heterosexual escribir una novela con una latina lesbiana como el personaje principal. ¡No tienes derecho a hacerlo, dirían indignados!

Las transgresiones se denuncian a diario en las redes sociales; nadie es inmune. Beyoncé fue criticada decenas de miles de veces por usar lo que parecía un traje de novia indio tradicional; Amy Schumer, a su vez, fue criticada por hacer una parodia de “Formation” de Beyoncé, una canción sobre la experiencia de la mujer negra. Los estudiantes de Oberlin se quejaron de un proveedor de alimentos que ignoraba “la línea entre la diversidad culinaria y la apropiación cultural al modificar las recetas sin respetar las cocinas de ciertos países asiáticos”. Y un artículo de opinión de un estudiante de la Universidad Estatal de Luisiana afirmó que las mujeres blancas que se peinan las cejas para que parezcan más gruesas, como «muchas mujeres étnicas», eran «un excelente ejemplo de la apropiación cultural en este país». Desviación total del objetivo principal del movimiento progresista, que es luchar y en algún momento acabar con la explotación del hombre por el hombre y con la desigualdad.

Frente a la brutalidad fascista

No todos en la izquierda estadounidense están contentos con la dirección que ha tomado la política de “identidad”. Muchos están consternados por el enfoque en la apropiación cultural. Como dijo un estudiante de derecho mexicano-estadounidense: “Si nos permitimos estar insultados con un disfraz de Beyoncé, ¿cómo podríamos manejar el trauma de un aviso de desalojo o que la policía nos apalee brutalmente?” Es un hecho doloroso que nuestros enemigos de clase nos hayan convencido que peleemos más entre nosotros por trivialidades que contra la sociedad clasista.

Los liberales han gritado “que viene el lobo” demasiadas veces. Cuando apareció Donald Trump, el verdadero lobo, nadie le hizo caso. Y ahora, poco tiempo después, en el 2023, muchos grupos progresistas siguen ignorándose (o incluso peleando) los unos con los otros, a pesar de que las fuerzas locales del fascismo están cada vez más unidas y convenciendo a millones de ingenuos de que los EE.UU. están amenazados por enemigos externos, comunistas rusos o chinos, iraníes o norcoreanos, cubanos o venezolanos, envidiosos que quieren destruir al país. Y el caso de Ucrania les ha venido como anillo al dedo para obstaculizar una vez más la necesaria unidad del movimiento progresista. Han logrado vender la idea dentro de amplios sectores del progresismo que el conflicto de Ucrania comenzó en febrero del 2022, con la “Operación Militar Especial” rusa. El enemigo de clase, el uno por ciento que gana tanto o más que el resto de la humanidad, quiere que enfaticemos más en aquellas cosas que nos separan que en las muchísimo más importantes que nos unen. ¡No podemos permitirles que lo consigan! ¡Seria abrirle de par en par la puerta al fascismo absoluto! (Sigue)

rm/jro

*Ingeniero cubano residente en los EE.UU.

José R. Oro
José R. Oro

José R. Oro Nació en Cuba en 1952. Geólogo de profesión, es autor de cuatro libros y más de 100 artículos especializados en minería, geología, ingeniería y medio ambiente y muchos otros de temas sociales, política y economía. Habla español, inglés, ruso y portugués. Experiencia en el desarrollo de grandes proyectos mineros y de infraestructura en Cuba, Puerto Rico, Venezuela, Colombia, Finlandia, Estados Unidos y Canadá. Vive en Connecticut, Estados Unidos. Casado.

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