Por Jesús Salomón*
Exclusivo para Firmas Selectas de Prensa Latina
A pesar de los milenios de existencia del hombre, aun subsiste el pensamiento sobre su inevitable dependencia de la sostenibilidad de su base alimentaria y el rumbo de su vida, así como de los efectos que dejan tras sí los grandes fenómenos naturales extremos y la variabilidad de la propia naturaleza ante el crecimiento poblacional progresivo.
Este paradigma histórico del enfoque determinista prevalece hasta hoy en muchas de las culturas y tradiciones, en cuanto a la forma de gestionar los recursos disponibles que potencialmente puede brindar la naturaleza, la carencia y posibilidad de acceder a un conocimiento profundo de los beneficios que aportan las políticas preventivas y la toma de decisiones científicamente fundamentada, basadas en los estudios de riesgos.
En esta relación dialéctica naturaleza-sociedad, hay quienes inclinan siempre la balanza hacia las fuerzas desencadenadas por la naturaleza y no hacia el papel preponderante del hombre y la organización, como eje central para garantizar las necesidades alimentarias antes, durante y tras la ocurrencia de los fenómenos naturales, la magnitud de cuyos estragos dependerá de la resiliencia creada por las organizaciones e instituciones, en correspondencia con la cultura y tradiciones de cada pueblo.
Se repite con frecuencia un patrón de conducta, que promueve en el orden subjetivo la conformidad, pasividad, la escasa prevención y una resistencia al cambio de mentalidad hacia una cultura productiva en las organizaciones, proyectada de forma más segura, responsable, dinámica y eficiente, tomando en cuenta las mejores prácticas y técnicas de producción, que maneje las cadenas productivas con enfoque de proceso, de manera integral; los resultados de las investigaciones de los análisis de riesgo y los programas recomendados por los organismos internacionales , en el universo de problemas de fronteras relacionadas con la seguridad alimentaria en las áreas priorizadas tales como:
-Explotación y uso racional de los suelos (rotación, reforestación, fertilización, degradación, salinización y desertificación)
-Uso del potencial genético de las variedades de semillas. Reproducción, conservación y mantenimiento de los bancos de simientes.
-Recursos hídricos y uso racional del agua.
-Formación y capacitación de los recursos humanos.
-Política de contratación, pago de las fuerzas de trabajo y el ordenamiento territorial
-Manejo responsable y seguro de los residuales peligrosos
-Infraestructura, desarrollo y sostenibilidad de las redes de producción, almacenamiento, distribución, transportación y venta.
-Necesidad de examinar y establecer conversiones y normas internacionales sobre medidas fitosanitarias en la transportación, almacenamiento y manejo responsable y seguro de productos vegetales y las plantas en general
-Empleo de la agricultura de la ingeniería de detalle y su introducción en los procesos de siembra, recolección, cosecha y otros.
-Utilización y generalización de la elaboración de los mapas de riesgo georeferenciados por tipo de suelo y de cultivo y época del año.
-Manejo de las zonas costeras y el aumento de la resilencia de sus poblaciones, con especial atención en los países insulares.
-Diversificación de las diferentes fuentes alimentación destinada al consumo humano y animal.
-Política de precios y subsidio de los productos en el mercado. Introducción y generalización de nuevas tecnologías más eficientes, limpias y seguras.
-Monitoreo de los riesgos para el control y pronóstico de los estados de cada una de las etapas que conforman los procesos productivos. Desarrollo de las redes de alerta temprana.
En la actualidad, en lo fundamental, las estadísticas se enfocan a la recopilación de los estragos causados por los eventos extremos de carácter climatológico, meteorológico geológico, en su conjunto de muy baja frecuencia u ocurrencia -aunque de gran magnitud e intensidad-, cuyas afectaciones a lo largo de varias décadas dejan como saldo gran número de pérdidas humanas y daños económicos millonarios.
Un comunicado de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), difundido por la oficina de esta entidad en La Habana, reportó (entre 1990 y 2001) 182 desastres naturales mayores registrados en el Caribe, que afectaron a más de 11,5 millones de personas, con un saldo de 241 mil muertes y 16 mil 600 millones de dólares en daños y pérdidas, y un grave efecto sobre la pesca, la agricultura, los bosques y la seguridad alimentaria.
Como es lógico, es importante continuar con los programas de apoyo al aumento de la resiliencia de los medios de vida ante las amenazas, crisis e impactos de éstos en la agricultura y la seguridad alimentaria en los países con bajas zonas costeras y fundamentalmente los insulares.
En este aspecto, esos países se proponen fortalecer su política de gobierno para la gestión de riesgos comunitarios, a partir de la reducción de la vulnerabilidad a nivel local, aumento de las capacidades de respuesta ante las emergencias y mejora de sus mecanismos de monitoreo y evaluación de riesgo. Para ello, también cuentan con la asesoría y el apoyo de la Agencia para el Manejo de Emergencias y Desastres del Caribe.
Antigua y Barbuda, Belice, Barbados, Dominica, Guyana, Granada, Haití, Jamaica, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía, San Vicente y Granadina, Surinam, y Trinidad y Tobago son los 14 países que participan del nuevo programa, que también recibe el apoyo de la Comunidad del Caribe.
De acuerdo con las opiniones de expertos y funcionarios de esa organización, los pequeños estados insulares son una prioridad para la FAO y deben serlo también para la cooperación Sur-Sur. Esta visión, sobre la dependencia directa de los desastres y la inseguridad alimentaria concentra los esfuerzos en la criticidad de los medios de vida con el fin de ayudar a proteger a las personas más vulnerables, de modo tal que los sistemas alimentarios sean más resistentes y capaces de absorber los impactos, y tengan una mayor capacidad de recuperarse.
La aplicación de ese programa de resiliencia promovería el fortalecimiento de los sistemas de información y la mejora de los mecanismos de monitoreo y alerta temprana para amenazas que impactan en los sistemas agrícolas y en la seguridad alimentaria y nutricional, incluyendo los asociados a las enfermedades de los animales y las plantas.
Es decir, contribuiría a reducir la vulnerabilidad de los hogares y las comunidades, a partir del empleo de buenas prácticas y el rescate del conocimiento tradicional e indígena -con la participación de las comunidades locales-, y se promoverían mecanismos de eliminación de riesgo, entre éstos los seguros para los pequeños agricultores.
Dichas políticas derivadas de los análisis de riesgos, desde el punto de vista científico técnico ofrecen un panorama de desarrollo muy prometedor, de lograr imbricar las soluciones de cada programa de trabajo propuesto, los efectos de los cambios climáticos y la ocurrencia de los eventos en esta región del planeta.
Sin embargo, la visión determinista limitada no se detiene en mostrar la verdadera dimensión estadística de los estragos que causa el peor de los desastres asociados a la propia existencia del hombre, que en la actualidad lo constituyen la expansión numerosa y prolongada de los conflictos bélicos de baja intensidad y las guerras de rapiña para los pueblos, donde fundamentalmente los escenarios del teatro de operaciones se trasladan hacia las zonas rurales y algunas ciudades, con consecuencias nefastas para estas regiones geográficas tercermundistas en conflicto.
Esa tragedia provoca las desconcentraciones masivas de las poblaciones rurales, las pérdidas de sus tradiciones, hábitos alimentarios, conocimientos del valor de sus tierras y las técnicas de labranza y otras, que junto a un injusto cambio de las condiciones de vida, esas poblaciones más vulnerables pasan, en un espacio de tiempo reducido, de la pobreza hacia la extrema pobreza, con un expansión desmedida del número de asentamientos precarios, donde la desnutrición, la falta de higiene, la carencia de agua por períodos muy prolongados, constituyen las grandes pérdidas millonarias. Es decir, la tierra es despojada desmedidamente de toda su riqueza y, sobre todo, de la principal, que es el hombre y su entorno.
Sólo se puede garantizar en una región geográfica una mejoría verdadera de la seguridad alimentaria y la reducción significativa de los riesgos -tanto naturales como antropogénicos-, con la construcción de una paz sostenible, a partir de una política verdaderamente preventiva y justa que logre bajo un principio de eficacia comprobada evitar posibles conflictos en las regiones más necesitadas de desarrollo.
Por el contrario, una política ciega, no comprometida por parte de los organismos internacionales con este dilema, solo conduce a un incremento de la pobreza, la inseguridad alimentaria, la violencia, la agudización de los conflictos y de la crisis financiera y económica mundial.
Si se pretende erradicar definitivamente el hambre y la pobreza de la faz de la tierra, debe trabajar la comunidad internacional de forma transformadora mancomunada, creadora, con relación a los riesgos que gravitan en el cumplimiento de los objetivos establecidos en la nueva Agenda de Desarrollo Sostenible de la ONU.
Son las poblaciones rurales más vulnerables las que necesitan este apoyo pleno, para que los gobiernos locales introduzcan una política de cambio de la forma de producción y distribución de los alimentos en todo el proceso de la cadena de suministro en esta misma masa, que tiene la misión de lograr un salto en sus conocimientos, bienestar familiar y educacional para asimilar el reto que impone la asimilación de las nuevas tecnologías y las estrategias destinadas resolver a mediano plazo los problemas que enfrenta la humanidad.
En esa línea de pensamiento, es necesario de pertrechar de nuevos conocimientos a los gobiernos locales, de herramientas para desarrollar estudios de riesgo más profundos e integrales, aprovechando la nuevas tecnologías de la informática y las comunicaciones, el desarrollo vertiginoso de campos emergentes de la ciencias, para llevar ese nuevo conocimiento a los verdaderos actuantes del resultado de la producción de alimentos, en un verdadero clima de paz y reconocimiento de la importancia vital de su trabajo, manifestada en sus salarios y condiciones de vida.
La visión no apocalíptica de nuestro futuro es que las sociedades tienen siempre la enorme capacidad de analizar los riesgos con objetividad, cambiar sus hábitos y forma de pensar, para divisar el bien con un nuevo enfoque, ante los retos que impone hoy la propia existencia humana en pos de un verdadero desarrollo sostenible.
ag/gc
*Presidente de la Cátedra de Riesgos, de Cuba.