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domingo 24 de noviembre de 2024

Fidel y sus 90

Por Gustavo Espinoza M.*

Especial para Firmas Selectas de Prensa Latina

 

Probablemente no exista en el mundo ningún pueblo que no se sienta “tocado” por la figura y la imagen de Fidel en los últimos sesenta años.

Bien podríamos decir que la escena contemporánea vio a Fidel en acción, por primera vez cuando, en marzo de 1952, marchó hacia los Tribunales de Justicia de La Habana para presentar una denuncia por violación constitucional contra Fulgencio Batista, a raíz del golpe del 10 de marzo de ese año.

Volvió a verlo, 16 meses más tarde, cuando a la cabeza de un aguerrido núcleo de combatientes llevó a cabo sin éxito inmediato el asalto al Cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953. Luego vinieron otras hazañas: la cárcel de Isla de Pinos, el exilio mexicano, el vínculo con el Che, los preparativos para la acción armada, el desembarco del Granma,  la lucha en la Sierra Maestra.

Y después, la victoria. Y con la victoria, la Revolución Cubana en marcha. En aquellos días, Fidel diría: “hasta aquí, ha sido fácil. Lo difícil, es lo que recién comienza”. Y tuvo razón.

Con la victoria comenzó a correr, otra vez, la rueda de la historia. La construcción del  nuevo poder, las primeras acciones, la dignidad y el coraje puestos siempre a prueba,  la lucha contra el imperio, Playa Girón, los misiles. La afirmación del socialismo a partir de la tradición martiana y el despliegue de la más asombrosa solidaridad internacionalista, tan sólo comparable a la alumbrada por Lenin en 1917. Y con todo ello, las conquistas materiales de su pueblo.

En todos los continentes, en todos los países, todos los pueblos recibieron algo de Fidel. En muchos casos, fue ayuda material: médicos, alfabetizadores, constructores, hospitales, armas; y hasta sangre, como fue el caso de los peruanos en 1970. Pero, en todos, fue ayuda moral, psicológica, espiritual, política. Fue el ejemplo de valentía y arrojo del que hizo gala Fidel, su pueblo, su gobierno.

Africa, el continente negro, lo tuvo presente de norte a sur, desde Argelia y Egipto, hasta Sudáfrica y Namibia, pasando, por cierto, por Angola, Mozambique, el Congo de Lumumba; pero también Guinea, Ghana, Etiopía y Somalia; Libia y Cabo Verde. En todas partes, el nombre de Fidel resonó entre multitudes, con tambores, instrumentos musicales y fusiles.

Asía, el gigante dormido, el que despertó en China y combatió con heroísmo indomable en Vietnam, Laos y Camboya; el que vibró con las luchas de los pueblos en Indonesia,  la India, Birmania y Nepal; el que entregó al mejor de sus hijos, Ho Chi Minh, para afirmar su victoria.

Y América, la de Jacobo Arbenz y Salvador Allende; la de Antonio Maidana y Luis Carlos Prestes; la de Liber Seregni y Rodney Arismendi; la del Che y su experiencia boliviana; la de la ruta del actual proceso emancipador latinoamericano con la Venezuela de Bolívar y Chávez; el Ecuador de Rafael Correa; la Nicaragua sandinista, de Carlos  Fonseca, Tomás Borge y Daniel Ortega; la Bolivia de Evo y El Salvador de Shafick;  y el Perú nuestro, el de todos los días, el que lucha siempre con las banderas de José Carlos Mariátegui que se entrecruzan con el accionar de Juan Velasco.

En la vieja Europa, con el mariscal Tito y los países No Alineados; con la URSS en sus mejores tiempos; con la Comunidad Socialista de Naciones, que siempre tuvo una mano tendida hacia Cuba y el mundo.

En todas partes, hoy Fidel. En todos los días de este agosto del recuerdo, la imagen y la figura de Fidel, enciende multitudes. Por eso, nos concentramos todos y recordamos que todos -en todas partes-, le debemos muchísimo a Fidel, a su gobierno, y a su pueblo, heroico y legendario.

En lo que concierne a los peruanos, tenemos muchísimas razones para expresar nuestra alegría. Fidel vive en la memoria de millones.

 

ag/gpm

 

*Periodista y profesor peruano.
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