Por Sergio Berrocal*
Para Firmas Selectas de Prensa Latina
Todos los días comienza trayendo su ración de decepción, en general bien servida, y una cucharada de café de esperanza. Mientras esperas el principio del nuevo día tienes tiempo para esperanzarte y angustiarte. Las noticias son malas en todos los frentes. Pero para el mal no hay fin ni sábado ni domingo.
Este trabaja sin descanso para intentar desestabilizar a todos los que se creen que las cosas van a cambiar, tal y como dicen los políticos, precisamente a quienes menos interesan los cambios. Que los poderosos decidan por fin que las matanzas de los inocentes de Siria o de los inocentes del resto del mundo, a veces en pequeñas guerras invisibles, ya no tiene razón de ser; que la muerte de los inocentes emigrantes que perecen en el mar cuando buscan la tierra prometida ya basta.
Pero todo esto es mera ilusión del amanecer. A medida que pasen las horas, las noticias radiales seguirán con su rosario de catástrofes o anuncio de próximas hecatombes. A los periódicos de papel ya no les da tiempo a seguir la actualidad. Se han convertido, la mayoría de las veces, en meros comentaristas de cosas pasadas.
El mexicano Guillermo del Toro ha tenido la humorada de sacar precisamente en estos tiempos del cólera uno de los más bellos, si no el más bello filme en muchos años de cine inútil y de sinrazón, donde campan a sus anchas películas taquilleras, y con redoblada insolencia los héroes norteamericanos, los que corren por los aires o magullan en lujosas oficinas de Wall Street el fin de nuestra era.
La película “La forma del agua” cuenta la sencilla historia de una mujer muda, muda además de limpiadora y probablemente miembro de una raza inferior, que trabaja en un siniestro laboratorio del Gobierno de los Estados Unidos que mucho se parece al Guantánamo que el Premio Nobel de la Paz, Barack Obama, fue incapaz de cerrar.
En ese ambiente algo más que inquietante, la muchacha descubre el amor, con el que quizá no había soñado jamás, que le ofrece una criatura, mitad pez mitad humano, otro desgraciado como ella, que los malos quieren descuartizar para saber. Porque lo desconocido sigue dando miedo, sobre todo a quienes tienen el corazón impuro y el alma corroída.
Ni el papa parece haberse enterado. Esta película no es como las otras. Es una película profundamente cristiana en su acepción más primitiva. Sin saberlo contiene quizás principios del cristianismo más remoto, como cuando el monstruo atrae al agua por primera vez a la muchacha, que nadie sabe si es cristiana o judía. ¿Podría haberse tratado de conversión, de bautizo -que fue la vía para establecer el cristianismo primitivo?
Es el mensaje de Jesús: los últimos serán los primeros. Es un alegato en favor de los que menos tienen, de los que menos pueden esperar porque nunca les dieron la menor posibilidad de desarrollo en una sociedad extremadamente competitiva, donde los pobres de corazón no tienen cabida. Una sociedad donde, al lado de los triunfadores -los que patean Sillycon Valley o son capaces de defenderse en un mundo del trabajo donde todo vale- están aquellos que no tienen la menor posibilidad, los que ya ni siquiera luchan.
Y en el otro extremo los que tratan de huir de países donde no les dejan desarrollarse humana ni profesionalmente. Y entonces tratan de huir, haciendo el caldo gordo a los traficantes, empeñando sus últimos haberes, y jugándose la vida en delirantes travesías por mar o por aire, que casi nunca tienen final de cuentos de hadas.
¿Acaso no huele a milagro todo lo que sucede en el laboratorio siniestro, desde el salvamento de la criatura, un poco infantil es cierto, por dos mujeres -la muda y otra de origen africano- que todo lo que han hecho hasta entonces en su vida ha sido fregar y callar?
La criatura no es un monstruo que ataca y destroza, es un algo asustado que no pide más que un poco de compasión. ¿Cuántas criaturas que podrían comparársele se encontró Jesús en sus 33 años en la tierra? La criatura protagoniza diferentes momentos que entran en la pura magia, en los juegos de manos de hábiles profesionales. No hay milagros en el sentido que algunos cristianos dan todavía a esta palabra.
En la única biografía de Jesús, escrita por el francés Ernest Renan, filólogo, filósofo, teólogo e historiador (Vie de Jésus, 1863), se explica que los milagros de su personaje nunca eran lo que mucha gente cree. “Las perturbaciones que solían explicarse por la posesión de demonios eran con frecuencia muy poco importantes. En nuestros días, en Siria, se considera locos o poseídos de demonios… a personas que son tan solo algo extravagantes. En este caso, una palabra dulce es, con frecuencia, suficiente para expulsar el demonio. Tales eran, sin duda, los medios empleados por Jesús…”
Y la muda, que en un momento parece hablar, no hace otra cosa con aquella criatura extraña que da alaridos, más bien de dolor. Ella lo acaricia, le habla a su modo, le tranquiliza con la mirada. Se funden los dos, en una escena realmente de antología, hasta no ser más que uno.
No he leído que alguien lo haya entendido así. Solo hablan los críticos de una película de fantasía romántica. También es cierto que creer hoy en la esperanza de días mejores cuando la criatura y la muda se encuentren en el fondo del mar podría parecer a primera vista una fantasía más, digna pues de una película fantástica.
Tampoco estoy seguro de que Guillermo del Toro esté convencido de la esperanza que su mensaje puede hacer llegar a quienes lo necesitan, es decir a todos los desgraciados del mundo, los que luchan en el trabajo, los que no tienen derecho a trabajar por ser de determinadas nacionalidades, los que no pueden entrar en los grandes países industrializados, especialmente Estados Unidos.
Pero su película está muy lejos de ser un simple divertimento. Piénsenlo cuando la vean. Mírenla con ojos críticos. Como si usted tuviera algo que ver con los dos personajes de la película. Piénsenlo.
ag/sb