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jueves 21 de noviembre de 2024

El Cordero y Velarde venezolano

Por Gustavo Espinoza M. *

Para Firmas Selectas de Prensa Latina

 

En los años cuarenta del siglo pasado asomó en Lima un extraño personaje. Andino él, se proclamó Presidente de la República. Pero eso no le fue suficiente. También se denominó “Apu Capac Inca, Emperador del Perú y Conductor del Mundo; Soldado de Tierra, Mar, Aire y Profundidad; Rey de Financistas y Mago del Estado por Voluntad Divina”.

Emulando a un caricaturesco personaje de la picaresca peruana, se autodenominó presidente. Se llama Juan Guaidó, aunque hay quienes prefieren darle un nombre más sonoro: John White dog, en inglés.

Aunque hubo quienes investigaron el caso, nunca pudo realmente desentrañarse el misterio que envolvió a don Pedro Cordero y Velarde, quien paseaba raudamente por las céntricas calles da la capital, vestido prolijamente con chaqué, zapatos de charol, y una banda presidencial cruzada al pecho. La versión más conocida se remontó a Federico More y su periódico “El hombre de la calle”, y lo sitúa como un enajenado que perdió la razón cuando algunas gentes de su entorno lo convencieron de que había nacido para Presidente y lo proclamaron como tal. Allí nació su desenfreno, que lo convirtió en el hazmerreir de muchos.

Don Pedro -como también se le conocía- fue una suerte de personaje de la picaresca criolla. Los diarios se ocupaban de él, y le hacían chacota. Asomaba “invitado” a algunos eventos y pronunciaba discursos en los que asumía el compromiso formal de rebajar el precio de todas las subsistencias, apenas le reconocieran el título que había que se adjudicó: Presidente del Perú, con todos los aditamentos de caso.

En Caracas parece haberle nacido una suerte de émulo, sólo que -quizá por el calor que allí impera- el personaje viste más informalmente. Pero igual le encanta que lo llamen “Presidente” y se autoproclama mandatario del Estado venezolano, Pero éste Cordero y Velarde llanero sí que tiene suerte. Fuera de su país, hay quienes “lo toman en serio”. Veamos a Trump.

Juan Guaidó se llama, aunque hay quienes prefieren hablar de él llamándolo en inglés: John White dog, dicen para hacerlo más sonoro. Se proclamó Presidente y se colocó una “banda presidencial” para lucirla de ocasión. Por la prisa, no nombró a sus “ministros”, de modo que “gobierna solo”. Tampoco acata la ley que dice que en su país no hay Presidentes “interinos”, y que su “mandato provisorio” sólo podría durar 30 días, antes de convocar elecciones.

Definido eso, el hombre buscó hacer de las suyas sin importarle la Constitución del Estado, los tribunales de justicia ni los órganos de control. Él, consideró que estaba por encima de todo. Era el Presidente por “aire, mar, tierra y profundidad” y tenía todo el derecho del mundo a obrar impunemente. Por eso amaneció un buen día en Colombia sin registrar su salida en puesto fronterizo alguno; y pretendió volver a Venezuela arriba de un camión. Como no pudo lograrlo, lo incendió. Y culpó del fuego al Palacio de Miraflores, que él sueña ocupar alguna vez.

Unas veces en aviones de la Fuerza Aérea de Colombia, y otras en naves de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, visitó algunos países. Fue a Brasil, para ver a Bolsonaro,  y asegurar su apoyo; pero suspendió su visita al Perú; quizá para decirle a Martín Vizcarra que no olvidará jamás que cambiara de posición en Bogotá y no apoyara a Duque, Pence y a Piñera en la opción bélica, tan anhelada, de trasladar la guerra de Medio Oriente a suelo americano.

Al émulo de aquel Pedro Cordero y Velarde llanero solo le queda refugiarse en una ilusoria Insula Barataria, como la que Cervantes encomendó a Sancho Panza. Después de todo, también recibió recursos de Jorge Barata, por vía de Odrebecht.

Y, finalmente, retornó a Caracas, libre como un gorrión. No “entró por la frontera”, sino por el aeropuerto como un pasajero común y corriente. Nadie le puso alfombra roja ni le rindió honores. Tan sólo se encontró con un funcionario de migraciones que le selló el pasaporte como a todos los demás. ¡Y él, que se había hecho la ilusión de que lo capturaran para “mover al mundo”, se quedó sin piso!.

Lo fueron a buscar sus “partidarios”, unos cuantos centenares de estudiantes, activistas de las Universidades Privadas, que suelen participar en las “guarimbas” que alienta. Y ante ellos, entusiasta, dijo que el gobierno “le tenía miedo”. Luego aseguró que se “reuniría con líderes sindicales” y que después, volvería a viajar “a Europa”, dijo “en busca de más apoyo”.

¿Habrá “líderes sindicales” dispuestos a reunirse con él?, Claro que sí. Aquí también hay “líderes sindicales” -los de la CTP, con Elías Grijalva- dispuestos a juntarse con Alan García, y hasta con Keiko Fujimori, como Ramos Dolmos. Y en Caracas, hay “adecos” para todos los gustos.

¿Qué puede hacer, entre tanto, este Cordero y Velarde llanero? Tan solo hablar, sumar palabras, discursos y promesas. Pero ahí acabará su juego. No podrá hacer ningún “acto de gobierno” por una razón muy simple: no gobierna.

Recientemente el Canciller español debió admitirlo. Preguntado si habiendo reconocido a Guaidó como “Presidente interino de Venezuela” harían algún acuerdo con él, tuvo que admitir que no; que, para cualquier acuerdo, habría que negociar con Maduro porque es -dijo- “el Presidente de facto”. En otras palabras, el Presidente real. Si algún ingenuo cree que Guaidó es el Presidente de Venezuela, podría salir de dudas pidiéndole que nombre su embajador ante la OEA, para que Almagro “lo reciba”. Ni Guaidó podrá hacerlo, ni Almagro podrá recibirlo.

Al Secretario General de la OEA no le queda otro camino que escuchar a Samuel Moncada, el vice-canciller de Maduro, que le dice cuatro frescas muy bien sustentadas, y que interviene en la Asamblea de la OEA como representante del gobierno de Venezuela. Y en Naciones Unidas, es lo mismo. ¿Quién reconoce, entonces, al Cordero y Velarde llanero?

Podría el gobierno de Venezuela encargarle a Guaidó que regente una isla, como se la encomendaron a Sancho -la Insula Barataria- para que vaya aprendiendo funciones de Estado. Hasta el nombre, podría sonarle familiar. Después de todo, él también recibió recursos de Barata, procedentes de Odebrecht. Si eso ocurriera, el llanero podría agradecer como Sancho: “Dios me entiende. Y podrá ser que si el gobierno me dura cuatro días, yo escardaré estos dones, que por la muchedumbre deben enfadar como los mosquitos”

Como en Venezuela no existe una Isla Barataria, podría hacerse la prueba en otra, la Isla Margarita, por ejemplo. Aunque alguien podría decir -no sin razón- mucho barco pa’ tampoco marinero. En fin, ¡Cosas veredes, Sancho…!

ag/gem

 

*Profesor y periodista peruano.
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