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sábado 27 de julio de 2024

Mercaderes del templo*

Por Kintto Lucas

Sigo mi camino a Ítaca, de Quijotes a Quijotes en el laberinto de la historia. Otro tiempo, otra geografía. Un día un tal Jesús se fue a volver del Templo de Jerusalén, para expulsar a los mercaderes. Posiblemente ese hecho, llevó a que estos incidieran sobre su prisión y posterior crucifixión.

Para los mercaderes y algunos sectores altos de la sociedad de la época, Jesús causó una perturbación en el templo y fue visto como un revoltoso. Era el tiempo de la Pascua, las tensiones políticas, religiosas y económicas provocaban diversos disturbios. El poder de los mercaderes no se podía cuestionar. Jesús, con su cuestionamiento al poder religioso, político y económico fue creando fama negativa entre los poderes de Jerusalén.

Pero su rebeldía de aquel momento contra los señores del comercio, le costó cara. Los guardias del Templo lo detuvieron y lo entregaron a Poncio Pilatos para ser ejecutado. Los mercaderes querían regir el destino del comercio y de la moneda. Para eso escondían sus ambiciones en ciertos argumentos supuestamente religiosos. Ese hecho, que parece solo un instante en la historia de la humanidad, muestra el poder de aquellos mercaderes. Luego vendrá el poder de los mercados, los Tratados Bilaterales de Inversión, los Tratados de Libre Comercio, que favorecen a pocos, y más… “Doy mi vida al mejor postor” dice la canción El Templo, también conocida como Canción de los mercaderes en la ópera rock Jesucristo Superstar. Los mercaderes nunca se fueron, siguen ahí…

Cusubamba

Desde mucho antes que Jesús expulsara a los mercaderes del templo, el comercio rige la vida del mundo. Quienes controlan el comercio manejan al mundo. Quienes controlan los mercados de las cosas, de la gente, de los animales, de la naturaleza, del dinero, son los que manejan la vida del mundo. Tal vez Jesús interpretó esa triste realidad cuando decidió echar a los mercaderes del Templo de Jerusalén.
El poder de los mercados y del comercio, manejado por los mercaderes de cualquier templo, de cualquier tiempo, oscurece la historia, pero el comercio con reglas de justicia aclara el camino. En Cusubamba, en la provincia de Cotopaxi, en Ecuador, me encuentro que la actividad comercial es parte de la construcción de una economía popular y un tanto más solidaria. Cada miércoles, temprano en la mañanita se va montando el pequeño mercado. De a poco empiezan a relucir los puestos con papas, tomates, lechuga, maíz, cebollita, plátano, huevos, los granos, el ajo, el pancito…

El kichwa y el castellano se confunden en las conversaciones. En la venta se utiliza el dólar, que es la moneda asumida por Ecuador desde el año 2000. Pero llega un momento que se instala el trueque y el grano de cebada pasa a ser la moneda corriente. En ese momento aparece la fuerza de la organización colectiva y se revive la solidaridad como parte fundamental de la producción y comercialización.

“Yo he traído cebadita para a hacer cambio para los hijos y los nietos. La platita que no alcanza siempre y hay que salir con cebadita para cambiar, y llevar a la casa, a los nietos a los hijos cositas que hacen falta”, comenta una señora que vende mote. El togro, la mapawira, el mote, son los platos tradicionales del Ecuador que todos buscan. El togro se cocina en familia, más o menos así: se cuecen en leña, a fuego lento, las patas y el cuero del chancho, condimentado previamente con sal, achiote, comino, cilantro. Luego se coloca gelatina. Generalmente se come al otro día con mote, papitas cocinadas y ají. De postre una rica espumilla.

“Trabajo como 40 años cambiando a veces, vendiendo un poquito con platita a veces, y así… Vivo tranquila, tengo mi clientela, mi ambiente…”, dice una señora. Otra comenta: “yo vengo con esto desde mis abuelitos, mi bisabuelita ya sabía venir, en burrito venía a vender…”.

Cusubamba, es un ejemplo de una realidad que se vive en diversas zonas rurales de la Sierra ecuatoriana. Una realidad que ciertos técnicos de escritorio, en Quito y otras ciudades, no entienden. También están los mercaderes, aquellos a los cuales éstos sirven por opción u omisión. Los mercaderes de hoy prefieren que la gente de Cusubamba deje de plantar, deje de comercializar a su modo y se vaya a sobrevivir en la ciudad. Que los pequeños y medianos productores, que dan de comer a las ciudades, desaparezcan y entreguen sus pequeñas parcelas a la agroindustria. Que se produzca para la exportación y lo que no se pueda producir se importe. Los mercaderes del Templo siguen ahí imponiendo su poder… Ahora, una de las mejores herramientas que utilizan, son los TLC…

Burritos

La abuelita de la señora que daba su testimonio en Cusubamba llegaba al mercado en burrito para comercializar sus productos. Otros burritos han recorrido el mundo y la imaginación del mundo… Por ejemplo Platero, aquel de Juan Ramón Jiménez: “Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto y se va al prado y acaricia tibiamente, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas… Lo llamo dulcemente: ¿Platero?, y viene a mí con un trotecillo alegre, que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal… Come cuanto le doy. Le gustan naranjas, mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar, los higos morados, con su cristalina gotita de miel… Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña…; pero fuerte y seco como de piedra. Cuando pasan sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo: Tiene acero… Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo”.

También hay que recordar al burrito cordobés, al que cantaron Los Fronterizos. Aquel que no tiene apuro. Y volviendo a Jesús, viene a la memoria aquel burrito sabanero que iba camino de Belén, una canción que tuvo muchas versiones. Ojalá que estos burritos no se crucen con los mercaderes porque los venden…

Vendedores de sueños

Pero en el camino, a pesar de los mercaderes y de los golpes de la realidad también se puede encontrar algún vendedor o vendedora de sueños, aunque los sueños, sueños sean, vale la pena comprarse algún sueño de vez en cuando. Este vendedor de sueños, está mucho más cerca de aquellas vendedoras de Cusubamba. Hay un cortometraje sobre El vendedor de sueños, con la actuación de la actriz uruguaya China Zorrilla, que es una enseñanza de vida, de alguna manera nos muestra que no todo está perdido y que es posible seguir soñando, aunque la realidad a veces sea cuesta arriba. Entre los mercaderes del templo y este vendedor que invita a soñar y a creer que las cosas pueden cambiar, hay un abismo. A los mercaderes les duele el dinero, a los vendedores de sueños les duele la gente.

Tal vez la respuesta a los sueños esté flotando en el viento, como dice Bob Dylan en Blowing in the wind, aquella vieja canción que dice más o menos así: “¿Cuántos caminos debe recorrer un hombre antes de que le consideres un hombre? ¿Cuántos mares debe surcar una paloma blanca antes de que duerma sobre la arena? ¿Cuántas veces deben volar las balas del cañón antes de que sean prohibidas para siempre? ¿Cuántas veces debe un hombre alzar la vista antes de que pueda ver el cielo? ¿Cuántos oídos debe tener un hombre antes de que pueda oír gritar a la gente? ¿Cuántas muertes serán necesarias hasta que él comprenda que ya ha muerto demasiada gente? ¿Cuántos años puede una montaña existir antes de que sea arrastrada al mar? ¿Cuántos años pueden algunas personas existir antes de que se les permita ser libres? ¿Cuántas veces puede un hombre volver su cabeza, fingiendo simplemente que no ve nada? La respuesta, amigo mío, está flotando en el viento, la respuesta está flotando en el viento”.

Los sueños valen la pena aunque sean sueños y aunque duren poco. Los sueños están ahí y hay que seguirlos. Pero la realidad avanza matando sueños, a veces sin que nos demos cuenta o le demos la importancia que tiene. La realidad salta sobre los sueños y se impone.
Los Tratados de Libre Comercio no son un sueño, no tienen nada que ver con algún sueño, ni con el comercio justo, no tienen nada que ver con el bienestar. En realidad son parecidos a una pesadilla. La pesadilla en el campo de los países que han firmado esos tratados es buen ejemplo. México, es buen espejo para mirarse. Los mercaderes del templo están ahí, y están acá…

Pero en estos caminos del comercio también podemos encontrarnos con aquellos que, mientras venden sus productos en las estaciones de tren, van soñando que sus vidas un día mejoran, algún día mejoran. Alberto Caleris, cantautor argentino, radicado en Quito hace tantos años, narró esa historia en una linda canción titulada El Expreso.

rmh/kl

*De su libro Mi viaje a Ítaca

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