El 5 de septiembre se cumplen 50 años de la caída en combate de Miguel Enríquez, secretario general del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) de Chile.
Por Sergio Rodríguez Gelfenstein*
Colaborador de Prensa Latina
No vengo solo a decir “honor y gloria”. Por ello, me voy a permitir usar el verbo encendido de un gran revolucionario venezolano, Jorge Rodríguez padre, quien el 2 de octubre de 1975, en el primer aniversario de la caída en combate de Miguel Enríquez, en un discurso pronunciado en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, dijera que:
“Rendir homenaje a Miguel Enríquez es para los revolucionarios venezolanos y de cualquier parte del mundo un compromiso y un deber irrenunciable”, agregando más adelante que ello era “… comprometerse a trabajar seriamente por la formación de las herramientas de combate de los pueblos oprimidos del mundo…”.
Han pasado 49 años de esa fecha memorable y 50 del último combate de Miguel Enríquez en la calle Santa Fe de la comuna San Miguel en Santiago de Chile. La situación del mundo, de América Latina, de Chile y Venezuela es otra, pero el impacto de su ejemplo sigue estando presente, como lo testimonian las decenas de actos que se están realizando durante estos días en Chile y otros países.
Persiste sin embargo en algunos sectores la idea de que el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), del cual Miguel era secretario general, adoptó posiciones de ultraizquierda que jugaron un papel determinante en la caída del gobierno de la Unidad Popular (UP) presidido por Salvador Allende. Esas ideas estuvieron y están presentes en Venezuela. Creo que vale la pena esbozar algunas reflexiones al respecto como desagravio a Miguel Enríquez cuando se conmemoran 50 años de su desaparición física.
La manida acusación que se le daba al MIR de ser una organización de ultraizquierda obligaría a establecer una definición respecto de ¿qué es “izquierda”?, de manera que ubique tal caracterización en su justa dimensión, sobre todo porque se ha hecho una descontextualización interesada.
Para que haya ultraizquierda tiene que haber izquierda. En el Chile de 1973 era indudable que existían organizaciones que asumían la vida desde esa posición política. Sin embargo, el diagnóstico más acertado de lo que iba a pasar y pasó fue el que hizo el MIR conducido por Miguel Enríquez. Otra cosa es que este movimiento no haya estado preparado para enfrentar exitosamente la situación creada, cuando se suponía que así sería.
Habría que recordar que hasta el presidente Allende creyó en esa posibilidad cuando en medio de la defensa de La Moneda el 11 de septiembre, le indicó a su hija Beatriz que le comunicara a Miguel Enríquez el siguiente mensaje: ¡Ahora es tu turno,Miguel! El propio secretario general del MIR había expuesto su punto de vista respecto de la situación y la posibilidad palpable de un golpe de Estado en el discurso que hizo en el teatro Caupolicán de Santiago el 17 de julio de ese año.
No obstante, nada demerita la indudable contribución posterior del MIR al fin de la dictadura. Miguel Enríquez sembró un ejemplo de consecuencia que estuvo presente hasta el último día del gobierno cívico militar que, derrotado en 1989, sigue ejerciendo poderosa influencia hasta hoy en la política chilena.
Debo reconocer que desde mi modesta posición de estudiante secundario fui un acérrimo adversario del MIR y que fue en las trincheras de combate de la guerra de liberación de Nicaragua en 1979 cuando patenticé la futilidad de esa animadversión construida interesadamente por dirigentes de la izquierda tradicional chilena. Descubrí, en los militantes del MIR, compañeros de una extraordinaria convicción y acendrados valores de solidaridad y lucha.
Todo esto para decir que aquellos que nos ubicábamos en la “izquierda” y que caracterizábamos al MIR de ser una organización de ultraizquierda, no distábamos -a pesar de las diferencias- de asumir posiciones equivocadas en cuanto a la definición del enemigo principal, que permitiera el establecimiento de una correcta política de alianzas para sumar fuerzas -en la diversidad- a fin de enfrentar desde mejores posiciones al imperio y sus lacayos locales.
Vale decir que en el Chile de hoy, una gran cantidad de los dirigentes de esa época, los del MIR y los de todos los partidos que integraban el gobierno de la Unidad Popular, son parte del sistema creado por Pinochet y usufructúan de él. He ahí la insignificancia del debate de aquellos años, cuando se descubre hoy que unos y otros aspiraban a lo mismo.
La desesperación por ser gobierno está hoy por encima de cualquier convicción y de cualquier comportamiento ético que se hubiera podido tener en los años gloriosos de la Unidad Popular, incluso estableciendo acuerdos con los promotores del golpe de Estado, los mismos que en la actualidad atacan a Venezuela en cuanto foro internacional participen, los mismos que apoyaron el golpe de Estado de 2002 contra el presidente Chávez, los mismos que estuvieron airosos en Cúcuta en 2019, los mismos que participaron activamente en el Grupo de Lima.
Vale decir que el gobierno actual -caracterizado como de “centro izquierda”- mantiene las prácticas neoliberales que cimentó la dictadura pinochetista, paralizó la movilización popular de 2019, saboteó la convocatoria a una asamblea constituyente originaria que derrumbara legalmente el sistema constitucional creado por el dictador y se ha convertido en un feroz represor de estudiantes, trabajadores y mapuche.
Visto de esta manera, podríamos preguntarnos ¿quién fue?, ¿quién era y quién es de izquierda? y ¿quién de ultraizquierda y quién de una izquierda reformista sin vocación de poder?¿Quién desperdició las potencialidades de participación y organización popular que generó el gobierno de la UP? Ubicados en otra perspectiva, se podría acusar a los partidos de la izquierda tradicional de ser los principales culpables del golpe de Estado. Ni lo uno ni lo otro, eso sería hacer una caricatura simplista de la lucha política y social.
Asumir un análisis tan superficial y ramplón significa subestimar las increíbles potencialidades desestabilizadoras del imperio que utiliza todos los instrumentos políticos, económicos y militares para retrotraer el curso de la historia. Las verdaderas explicaciones del golpe de Estado deben buscarse en esto, y en la incapacidad que tuvo el movimiento popular para construir una correlación de fuerzas que hiciera avanzar el proceso de cambios sin equivocar cuál era el enemigo principal. En el caso de Chile de 1973, ciertamente el MIR no podría ser ubicado en esa dimensión.
Miguel Enríquez se cansó de esbozar una propuesta de organización y de lucha para los trabajadores y el pueblo chileno. Lo hizo en innumerables entrevistas, discursos y cartas desde mucho antes del golpe de Estado, incluso desde antes que el presidente Allende llegara al gobierno. Por supuesto, fue atacado ferozmente desde la derecha y sacralizado como profano por la izquierda tradicional.
Posterior al 11 de septiembre, en fecha tan temprana como el 17 de febrero de 1974, se dio a conocer la “Pauta del MIR para unir fuerzas dispuestas a impulsar la lucha contra la dictadura”. Todavía bajo la dirección de Miguel Enríquez, el documento exponía que:
“La tarea fundamental es generar un ancho bloque social que desarrolle la lucha contra la dictadura gorila hasta derrocarla. Para ello es necesario unir al conjunto del pueblo en la lucha contra ella y, a su vez, es necesario estratégicamente alcanzar el máximo grado de unidad posible entre todas las fuerzas políticas de la izquierda y progresistas dispuestas a impulsar la lucha contra la dictadura gorila”.
Proponía crear un Frente Político de la Resistencia al que convocaba a participar a los partidos políticos de la UP, a los sectores del Partido Demócrata Cristiano (PDC) dispuestos a combatir la dictadura gorila y al MIR.
A su vez, proponía construir la unidad a partir de una plataforma inmediata con tres objetivos: la unidad de todo el pueblo contra la dictadura gorila, la lucha por la restauración de las libertades democráticas y la defensa del nivel de vida de las masas. Esta plataforma amplia permitía la incorporación de todos los sectores que estaban realmente en contra de la dictadura.
Hoy se podría establecer elementos comunes entre aquella situación y la que enfrenta hoy Venezuela, la más importante de las cuales es la intención manifiesta de Estados Unidos de repetir en Venezuela lo que logró en Chile hace 51 años. En ambos casos, lacayos locales se pliegan de manera servil a los intereses imperiales y asumen posturas terroristas para cumplir sus objetivos. Así mismo, en ambos casos, aplicar una correcta política de unidad hubiera conducido o conduce ahora a la acumulación de fuerzas necesarias para avanzar.
Es válido haber adversado o adversar al MIR chileno y sus propuestas de lucha en las décadas de los 60 y los 70 del siglo pasado, pero hay que tener altura de miras para reconocer la innegable valía moral y ética de Miguel Enríquez. Solo su consecuencia revolucionaria le hizo quedarse en Chile tras la instauración de la dictadura, para asumir un papel en la dirección de las fuerzas de la resistencia. No se puede separar la actitud del MIR de la de su Secretario General.
Miguel Enríquez fue la figura más visible de una pléyade de dirigentes que configuraron una etapa de la lucha política muy compleja en la que hubo que transitar desde el reformismo social cristiano soportado por la Alianza para el Progreso hasta los días luminosos del gobierno del presidente Allende y de ahí, a la dictadura criminal de Pinochet, también sostenida política, militar y económicamente por Estados Unidos y el armazón político que le proporcionó la derecha fascista y demócrata cristiana al hacer una férrea y desleal oposición a Salvador Allende.
Recordar a Miguel Enríquez es un acto de justicia, una responsabilidad con la memoria que debe acompañar la lucha de los pueblos; es reafirmar que tras una etapa viene otra en la que se ratifica el compromiso en la búsqueda de un mundo mejor; es tener la seguridad de que su ausencia física no impide compartir con alegría la grandeza de un hombre que solo vivió 30 años, pero que estará presente de manera imperecedera en la lucha y la victoria de Chile y de América Latina.
arb/srg
*Licenciado en Estudios Internacionales, Magister en Relaciones Internacionales y Globales. Doctor en Estudios Políticos, posee una extensa y variada obra ensayística y periodística. A la fecha ha publicado 17 libros de su autoría y otros coordinados, así como numerosos artículos y ensayos en casi 20 revistas de Venezuela, México, Chile, Perú, Brasil, Argentina y República Dominicana, entre otros. Sus artículos semanales de opinión circulan por varios periódicos y portales de internet en alrededor de 15 países de América Latina, Europa y Asia Occidental.