Mientras la URSS todavía existía, la Corte Suprema concedió a las mujeres en los Estados Unidos el derecho parcial y condicional al aborto en Roe v. Wade, en 1973. La eliminación de ese derecho fue sólo un elemento de los ataques generalizados que ahora están en marcha contra cada reforma social implementada en el siglo pasado, incluida la Ley del Derecho al Voto y las reformas asociadas con las luchas por los Derechos Civiles, junto con el marco básico de regulación federal implementado después del colapso de la bolsa de valores de 1929 y la Gran Depresión.
Por José R. Oro
Colaborador de prensa Latina
Cinco de los seis jueces de la mayoría profascista de la Corte Suprema fueron designados por presidentes que perdieron el voto popular, incluidos los tres designados por el propio Trump, junto con Samuel Alito y John Roberts.
De los jueces que votaron a favor de Trump en Trump v. US, al menos dos, Samuel Alito y Clarence Thomas, están implicados en el intento de golpe de Estado. En el caso de Clarence Thomas, su propia esposa, Virginia Thomas, fue una participante real en el complot de Trump, si bien Thomas no participó personalmente.
El propio proceso electoral en Estados Unidos, con el que hemos tenido mucha experiencia concreta este año, es completamente antidemocrático. Obtener acceso a las urnas es casi imposible para los partidos que no pertenecen a las dos mafias políticas que constituyen el establishment estadounidense, una menos mala y otra peor.
E incluso si se logra acceder a las urnas de alguna manera, un informe de la NBC describía cómo el Partido Demócrata está preparando una “guerra total” contra terceros partidos, movilizando un “ejército de abogados” para llevar a cabo un “plan de contrainsurgencia estado por estado”.
Mientras tanto, las regulaciones de la Comisión Federal Electoral (FEC) hacen posible que los superricos gasten cientos de millones de dólares en apoyar a sus candidatos, mientras que entierran a organizaciones de izquierda en montañas de restricciones técnicas y leguleyas.
Al mismo tiempo que libra una guerra abierta contra los derechos democráticos, la Corte Suprema está envuelta en escándalos de corrupción de escala histórica. Los informes de investigación publicados por ProPublica el año pasado mostraron que Clarence Thomas recibió millones de dólares en obsequios no declarados del multimillonario Harlan Crow, un donante de extrema derecha del Partido Republicano que también es famoso por ser un devoto coleccionista de recuerdos nazis.
Aunque Thomas es, con gran diferencia, el infractor más flagrante, Samuel Alito recibió de regalo un lujoso viaje de pesca a Alaska por parte del fundador de un fondo de cobertura y multimillonario Paul Singer.
Mientras el bufete de abogados Greenberg Traurig defendía un caso ante el tribunal, el director ejecutivo de esa firma compró una propiedad inmobiliaria en Colorado al juez Neil Gorsuch por 1,8 millones de dólares.
Jane Roberts, la esposa del presidente del Tribunal Supremo John Roberts, recibió 10,3 millones de dólares en supuestas comisiones de bufetes de abogados de élite mientras esos mismos despachos defendían sus casos ante el tribunal.
Al pensar en el carácter cambiante del poder judicial en todo el país como parte de este deslizamiento hacia el autoritarismo, un ejemplo que viene a la mente es el juicio al asesino supremacista blanco Kyle Rittenhouse en 2021.
Rittenhouse disparó a tres personas, matando a dos, en una protesta contra la brutalidad policial en Kenosha, Wisconsin, en 2020. En su juicio por asesinato, el juez llevaba una corbata con la bandera estadounidense, su teléfono sonó durante el procedimiento con un tono de llamada de Trump, gritó a los fiscales cuando intentaron interrogar a Rittenhouse y dirigió al jurado en una ronda de aplausos para el testigo experto del acusado.
El juez también prohibió el uso de la palabra «víctima» para describir a las personas a las que Rittenhouse disparó, permitiendo en su lugar que los manifestantes fueran llamados «incendiarios», «saqueadores» y «alborotadores».
En la Corte Suprema, personajes como Alito y Thomas se comportan de manera escandalosa y provocadora. Pero no se trata sólo de una cuestión de personalidades individuales: en mayor o menor medida tienen sus imitadores en los tribunales estatales y federales de todo el país, tanto en los juzgados de primera instancia como en los tribunales de apelación. La Corte Suprema está formada sólo por nueve personas, pero presiden todo un sistema.
Estados Unidos tiene el cinco por ciento de la población mundial y el 20 por ciento de los presos del mundo. Más de dos millones de personas están encarceladas, muchas de ellas en campos de prisioneros del tamaño de pequeñas ciudades, que son notoriamente sucios, violentos, corruptos y superpoblados.
Las personas que tienen dinero para contratar abogados en bufetes de élite que cobran mil dólares por hora pueden sepultar a sus oponentes en papeleo y prolongar los procedimientos durante años sin tener que rendir cuentas jamás, algo en lo que Trump ha tenido especial éxito. Los derechos de la clase trabajadora, tanto inocentes como culpables, son pisoteados a diario por el llamado “sistema de justicia”.
El asesinato de George Floyd a manos de la policía de Minneapolis en 2020 provocó protestas masivas, pero los asesinatos policiales diarios e incesantes continúan. El 2023 fue el año más letal en violencia policial registrado. Aun así, la cifra de mil 300 muertes es seguramente un recuento insuficiente porque excluye las asfixias que se atribuyen rutinariamente a otras causas. En los tribunales, a los policías asesinos se les concede regularmente “inmunidad calificada”, una variante a menor escala de la inmunidad presidencial concedida a Trump.
Además de Trump v. US, otra decisión clave de la Corte Suprema durante este período fue declarar ilegal la así llamada “situación de las personas sin hogar”.
El ‘Dred Scott’ de nuestro tiempo
Por último, quisiera retomar la valoración del historiador de Princeton Sean Wilentz de que Trump vs. Estados Unidos es el “Dred Scott de nuestro tiempo”.
La decisión, escribió recientemente Wilentz, “ha cambiado radicalmente la estructura misma del gobierno estadounidense, allanando el camino para el autoritarismo MAGA, tal como la Corte Taney intentó allanar el camino para consagrar el Poder Esclavista. Todo lo cual convierte a Trump v. United States en el Dred Scott de nuestro tiempo”.
Wilentz fue firmante de una carta dirigida al New York Times en 2019 que también fue firmada por cuatro historiadores entrevistados por el WSWS, críticos del Proyecto 1619. Wilentz publicó su propia crítica por separado del Proyecto 1619 en New York ReviewofBooks .
El caso Dred Scott fue -hasta quizás el caso Trump vs. Estados Unidos- la decisión más infame de la Corte Suprema, que jugó un papel importante en la crisis que condujo a la Guerra Civil.
Dred Scott, un esclavo, había presentado una demanda para obtener su libertad alegando que había vivido en zonas donde la esclavitud era ilegal. Cuando su caso llegó a la Corte Suprema, de todos los motivos posibles para decidir el caso, la Corte Suprema eligió los más reaccionarios imaginables. No limitaron su caso sólo aldemandante.
Declararon que Scott nunca podría ser ciudadano debido a su ascendencia africana y, además, que nadie de ascendencia africana podría ser ciudadano. Expusieron que era un artículo de propiedad sin derechos constitucionales y, además, que el Congreso no tenía derecho a restringir la esclavitud en los territorios.
La decisión Dred Scott enardeció la hostilidad popular hacia la esclavitud, pero la decisión nunca fue revocada por la Corte Suprema. No fue la Corte Suprema quien la “anuló”, sino la Guerra Civil, es decir, una lucha revolucionaria desesperada y violenta que movilizó a las masas populares y culminó con la abolición de la esclavitud y la emancipación de 3,5 millones de seres humanos.
De modo que, cuando un destacado historiador estadounidense afirma que Trump vs. Estados Unidos es el “Dred Scott de nuestro tiempo”, necesariamente reconoce que Estados Unidos se encamina hacia el estallido de una lucha de masas y la decisión de la Corte Suprema que anuncia una dictadura presidencial no puede ser “anulada” mediante nuevas apelaciones en los tribunales, sino a través de la lucha revolucionaria y el enfrentamiento directo al fascismo.
El caso Dred Scott fue reconocido en su momento como una expresión de la influencia maligna del Poder Esclavista sobre el establishment político estadounidense. El veredicto expresó la arrogancia desmesurada de los esclavistas, que utilizaron la riqueza derivada de la esclavitud para dominar la política en Washington.
Para revertir la decisión Dred Scott, fue necesario un ataque frontal a la esclavitud misma, la base de toda la riqueza e influencia de los esclavistas. Para vencer a los esclavistas, fue necesario atacar y desmantelar el sistema esclavista que era la fuente de su poder.
Si Dred Scott expresó el poder de los esclavistas como una fuerza social, entonces ¿qué fuerza social manifiesta Trump vs. Estados Unidos? Representa la insolencia gigantesca de los oligarcas capitalistas y su desprecio a las leyes.
Dred Scott reflejó una nación afligida por la esclavitud; Trump vs. Estados Unidos confirma un mundo afligido por el capitalismo, la desigualdad social y la guerra. Para revertir Trump vs. Estados Unidos es necesario un ataque frontal a la dictadura de los oligarcas sobre la economía mundial. Para vencer a los capitalistas es necesario atacar a la fuente de su poder: el sistema de explotación y lucro.
Estados Unidos, en particular, es una de las sociedades más desiguales de la historia. Multimillonarios como Bezos y Musk tienen una riqueza personal que supera la de naciones enteras y dirigen sus empresas como reyes en su afán por convertirse en billonarios.
No se puede tener democracia en el ámbito político cuando laesfera económica es esencialmente una dictadura. Eso es la economía mundial, una dictadura de los oligarcas. Cuando te contratan o te despiden de tu trabajo, no tienes derecho a voto, es una prerrogativa unilateral del empleador.
Se trata de una contradicción que no puede permanecer estable indefinidamente. Puede durar un día, una semana, un mes, un año, pero al final la realidad social de que una persona tiene decenas de miles de millones de dólares y la otra, nada, acabará por abrumar un marco legal en el que estas dos personas, en teoría, tienen los mismos derechos y el mismo poder político.
¿Alguien cree que en esta supuesta democracia un trabajador de una fábrica de Tesla tiene los mismos derechos y el mismo poder político que Musk? No, obviamente. Si Musk quiere despedir a un trabajador, en el capitalismo tiene el derecho legal de hacerlo unilateralmente, a pesar de la oposición de cualquiera de los trabajadores o de todos ellos.
En cuanto a la relación entre la guerra hiperimperialista y los derechos democráticos, es fácil demostrarlo. La guerra hiperimperialista exige desviar los recursos de la sociedad de las necesidades sociales para alimentar la maquinaria bélica, y exige sangre, miembros y vidas.
Para la clase obrera, esto es inevitablemente impopular porque no se beneficia de la guerra imperialista. Las clases trabajadoras tienen que hacer sacrificios y no reciben nada a cambio. Esto significa que la oposición de los trabajadores a las guerras hiperimperialistas debe ser superada con la fuerza y la represión. Por eso las guerras hiperimperialistas y los ataques a los derechos democráticos siempre van de la mano.
Las causas objetivas fundamentales del giro de la clase dominante hacia el fascismo y la dictadura son: La escalada de las guerras hiperimperialistas a nivel mundial; y el crecimiento extremo de la desigualdad social, tanto entre los países como entre las personas. Por lo tanto, la movilización de las clases trabajadoras sobre la base de sus intereses independientes, que se oponen a la desigualdad social y a la guerra, es la única estrategia racional para defender los derechos democráticos y oponerse a la dictadura y a la guerra mundial con el presunto exterminio de la humanidad.
Todo discurso sobre la defensa de la democracia y la lucha contra el fascismo, que ignore la cuestión fundamental de la lucha de clases y por el poder económico (y, por tanto, reconociendo la necesidad de la movilización de las clases trabajadoras a escala mundial para el derrocamiento del capitalismo), es demagogia cínica y políticamente impotente. El fascismo es inherentemente capitalista.
Ser revolucionarios no es sinónimo de ser amante de la violencia a nivel personal. El carácter revolucionario de nuestra época se deriva de la situación objetiva, independientemente de los deseos de cualquiera como individuos.
Después de un siglo y medio de experiencia política, ser revolucionarios (o usando el eufemismo de partidario de los cambios) en los Estados Unidos o por doquier implica el reconocimiento de que, objetivamente, la civilización humana está afligida por un sistema social enfermo, abrumado por sus contradicciones.
Puede dar paso inminentemente, por un lado, a la dictadura, la represión y la matanza que superen todas las guerras y dictaduras anteriores, o, por otro lado, debe dar paso al socialismo, el progreso y la igualdad social, y el renacimiento en un nivel más alto y avanzado de democracia genuina.
No hay vuelta atrás a la “normalidad”; esas son las únicas dos opciones. O Estados Unidos desmantela a mediano plazo el capitalismo tal y como lo conocemos hoy, o se encaminará al fascismo aceleradamente.
Pero una cosa es que la Corte Suprema anuncie una dictadura presidencial en el papel, y otra que en la práctica se imponga esa dictadura al pueblo. La clase trabajadora, en Estados Unidos y en el mundo, luchará para oponerse a la dictadura.
La clase trabajadora de Estados Unidos, en particular, a pesar de todas sus dificultades y divisiones, tiene una profunda tradición democrática, arraigada en todos los acontecimientos y experiencias pasadas.
También los trabajadores resistirán inevitablemente el reclutamiento masivo en el ejército y el desvío incesante de vastos recursos de las necesidades sociales a la maquinaria de guerra y de agresión donde los casos de Ucrania, Israel y Taiwán son ejemplos concluyentes de cientos de miles de millones de dólares “botados” para la destrucción del mundo.
La lucha parece inevitable, pero el resultado no. En esa lucha, como la historia ha demostrado una y otra vez, el resultado depende de un factor subjetivo, del papel de partido que represente la dirección de las clases trabajadoras y todas las fuerzas progresistas en general.
La transformación de este proceso objetivo en un movimiento consciente en pro del socialismo (o lo que es lo mismo, el desmantelamiento del capitalismo) no es automática. La construcción de una dirección revolucionaria unida de la izquierda -como nos enseñara Fidel Castro cuando creó el PURSC y el PCC-, en los Estados Unidos y en el mundo, es la cuestión estratégica decisiva de la que depende hoy el destino de la humanidad. Hay que formar un tercer partido de masas, de los trabajadores y acabar con el sistema bipartidista, que pretende eternizar el capitalismo y el mundo unipolar.
En este 5 de noviembre enfrentar y derrotar a Trump es vital, pero hay que entender que eso es solo una medida temporal, un analgésico. Para catalizar el “Crepúsculo de la democracia burguesa en los Estados Unidos” y desaparecer al capitalismo y al mundo “unipolar” en las más completas tinieblas, es necesaria la unidad de todas las fuerzas progresistas de los Estados Unidos y a eso hay que ponerle fecha (2028), el pueblo estadounidense no se pueda conformar con seguir votando siempre por lo “menos malo”. En noviembre 5 hay que hacerlo, pero por última vez.
(Fin del artículo)
arb/jro