Recientemente Dina Boluarte evocó a una siniestra figura del terror. El tema vino porque a la precaria inquilina de Palacio no se le ocurrió otra cosa que comparar las inquisitivas demandas de la oposición con las andanzas de Chucky, el extraño personaje creado por la fantasía. La historia no es propiamente nueva.
Por Gustavo Espinoza M.
Colaborador de Prensa Latina
Fue ideada por Don Mancini hace algunos años, a la luz de una ficción. Según ella, el detective Mike Norris mató a tiros al asesino Charles Lee Ray. Este, antes de expirar, mediante procedimientos de magia Vudú, alcanzó a poner su alma al interior de un muñeco al que llama Chucky, que Karen Barclay compró para su hijo, el pequeño Andy.
Cuando Chucky -iniciando una serie de crímenes- mató a la niñera de Andy, el infante percibió que el muñeco tenía vida propia, razón por la que avisó del hecho, para evitar convertirse en la víctima siguiente de este monstruoso muñeco.
El tema abordado por la írrita “mandataria”, no tiene relación alguna con la imaginación maléfica de este curioso autor de relatos ficticios. Ni la imaginación más prolija podría vincular a este asesino en serie con lo que hoy cuestionan los observadores políticos de nuestro tiempo. Lo que se le demanda a Dina Boluarte no es que dé nacimiento a muñecos, practique la magia Vudú, ni se internalice en el alma de nadie.
Simplemente que deje que las investigaciones en torno a sus actos, fluyan con naturalidad, y no se vean obstaculizadas por acciones que, finalmente, no hacen otra cosa sino descalificar aún más su propia y deteriorada imagen.
Cuando la señora demanda que la Fiscalía no investigue más las matanzas de peruanos ocurridas entre el 2022 y el 2023 en distintas circunscripciones del país, pide que se cancelen las denuncias referidas al uso de los Rolex y otras joyas, y busca acallar otros temas cuestionados como el mal uso de fondos públicos, habilitación de partidas ilegales y otros manejos dolosos, lo que hace no es fantasía, sino sucio manejo pecuniario.
Eso ocurre también cuando interfiere en las indagaciones pertinentes vinculadas a su hermano Nicanor, su abogado Mateo Castañeda y otros afines. En el fondo, lo que está haciendo no tiene que ver con ritos mágicos, sino con abusos de Poder y maniobras financieras ilegales en perjuicio del Estado.
Investigar estos hechos es función de la Fiscalía, aunque también del Congreso de la República por corruptos que sean sus integrantes.
Y eso resulta aún más evidente cuando se trata de indagaciones en torno a los vehículos presidenciales y la presencia en las cercanías de Pisco del “Cofre”, el 24 de febrero pasado.
Sostener que de eso no se puede informar porque se trata de actividades vinculadas “a la intimidad personal de la Mandataria”, es simplemente abrir una Caja de Pandora, una invitación a la especulación sin freno en un país de ingeniosa curiosidad.
Podría ser comprensible que las autoridades competentes no expliciten la ruta que habrá de seguir en el futuro un vehículo oficial en sus desplazamientos formales, pero sostener que no se puede revelar eso cuando se alude a un incidente ocurrido hace ocho meses, carece completamente de sentido.
Ninguna “razón de seguridad” podría justificar una objeción de ese carácter.
Y prohibir al conductor de ese vehículo declarar ante requerimientos indagatorios formales, no hace sino confirmar la idea que lo que se busca es ocultar hechos y negar evidencias. Y en el extremo, pedir le sean formuladas las preguntas “por escrito” para tamizarlas según la conveniencia, exigiendo además que no se vinculen a la actividad “personal” de Dina Boluarte, raya francamente en lo ridículo.
Hay cosas importantes que indagar en materia del accionar presidencial en un país como el nuestro. Pero en el caso de estos días, el asunto es aún más sugerente. Los incendios forestales que amagan nuestra amazonia forman parte de ese cuadro general.
La señora Boluarte ha dicho sin tapujos que estos deben atribuirse a los propios pobladores. Son ellos los que queman los pastizales y generan el fuego que arrasa los bosques, ha asegurado, exigiendo a viva voz que “apaguen su fósforo”.
Fue esa una manera de reincidir en una práctica usada por esta administración: culpar a las víctimas de todo lo que ocurre, para salvar la responsabilidad de las autoridades, es decir, los victimarios.
Algo similar se puede decir en torno al creciente “caso” de las extorsiones y el sicariato. Como el gobierno no tiene propuesta alguna para encarar esta crisis, salvo incrementar las penas y encarcelar personas, recurre a lo mismo: la ciudadanía no denuncia, no colabora, tan sólo critica, la culpa es de “la gente”.
En ese marco, tendríamos que convenir que, en todo caso, lo más parecido a un muñeco parlante sería el gobernador de Ayacucho, Wilfredo Oscorima. La novia de Chucky -Tiffany- bien podría ser la señora que parla hoy desde Palacio de Gobierno, sin ideas ni respaldo ciudadano, y que desapareció el día del Paro del Transporte quizá por razones de su “intimidad personal”.
La señora Boluarte no tiene influencia, prestigio, solvencia, autoridad, ni convocatoria cívica, por lo que no resulta capaz de esbozar política alguna que garantice nada a la población.
La Novia de Chucky es tan inútil en la materia como lo es la wuayki del señor Oscorima en Palacio.
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