Por Gustavo Espinoza M.
Hace unos días, el pasado miércoles 6 de noviembre, fue sepultado en Lima Severino de la Cruz Ríos, un antiguo luchador social, dirigente obrero de la región minera del centro, trabajador universitario, colaborador activo de la Confederación General de Trabajadores del Perú durante muchos años; y en su tiempo, dirigente del Partido Comunista Peruano.
En otras palabras, fue una valiosa figura de la Izquierda y el Movimiento Popular, que alcanzó notoriedad por diversos factores y que llegó a sus años otoñales convertido un poco en mito y otro poco en leyenda, pero sobre todo en ejemplo de lealtad, consecuencia y firmeza. Rasgos todos que dejó en herencia a las nuevas generaciones de peruanos. .
Al despedir sus restos, en medio de visibles muestras de pesar y poco antes que la concurrencia entonara emocionada las notas del himno de los trabajadores -La Internacional- tuve el privilegio de decir algunas palabras, evocando lo que fue una relación de amistad solidaria cultivada durante casi seis décadas.
Nacido en c, el sur de Ayacucho, comenzó a trabajar desde muy joven en la región minera de Yauricocha, donde contrajo la afección pulmonar que le generara años después la fibrosis que lo condujera a la muerte. Dirigente del Sindicato Minero de Chumpe, fue un activo líder del proletariado del centro en los años de la antigua empresa imperialista la Cerro de Pasco Corporation.
Despedido en varias ocasiones como parte de las represalias patronales que caracterizaran la conducta de esa unidad minera, estuvo entre los conductores del Paro Nacional del 19 de julio del 77 en la región central del país, por lo que fue nuevamente dejado sin empleo. Antes, y después de esa histórica jornada, fue un colaborador activo de la alta dirección de la CGTP aportando a ella no sólo una buena dosis de conocimiento, sino también de experiencias sindicales y de luchas.
El nuevo escenario de su vida lo llevó a la Universidad de San Marcos donde trabajó en la sección de nutrientes, y en la biblioteca de la Universidad, lo que le permitió alimentar el cuerpo y el alma de los jóvenes.
En esos años, y ya en la capital, vivió en un modesto barrio de Santa Anita hasta su deceso. Eso no cambió su actividad ni sus penurias. Como antes el combate proletario, la lucha política le generó riesgos. Estuvo preso en diversas circunstancias y fue secuestrado alevosamente en los años del primer gobierno de Alan García, en los que su vida corrió evidente peligro.
Ya en el siglo XXI se convirtió en un asiduo concurrente a la Casa Museo José Carlos Mariátegui. Incluso, participó como ponente en un evento celebrado con motivo del centenario del nacimiento del autor de “Los ríos profundos”, José María Arguedas.
Desde sus años mozos se vinculó al escritor,quien lo consideró un arquetipo de la personalidad originaria y lo tomó como personaje de su quinta y más célebre novela-“Todas las sangres”- en la que el autor esbozó sus preocupaciones referidas al incremento de la penetración imperialista en la economía peruana y al peligro de un proceso de “modernización” que acosaba a las poblaciones originarias y pudiera incluso hacerles perder hasta su propia identidad.
Para preservarla, Arguedas describió a su personaje, Demetrio Rendón Wilka, quien no fue otro que Severino de la Cruz Ríos, cuyas características humanas adjudicó al hombre indígena, su prototipo. De este modo, asomó sereno, sabio, paciente, lúcido, valiente, y hasta heroico; es decir, tal como conocimos a Severino de la Cruz durante toda su trayectoria de vida.
Cesar Vallejo, cuando alude a su voluntario de España, aquel que luchó por la República y contra el fascismo, lo describe como “miliciano de huesos fidedignos”. Y sí, Severino respondió a ese perfil. Y quienes lo acompañamos hasta su última morada podemos dar fe que, como el Pedro Rojas del poema, “su cadáver estaba lleno de mundo”. Y es que fue también un internacionalista consecuente.
Vivió al día los acontecimientos de nuestro tiempo y se sintió soldado de cada una de las causas por las que combaten los pueblos en el aciago escenario en el que vivimos,
Durante años, fue miembro del Comité Central del Partido Comunista y en la década de los 80 del siglo pasado integró la Comisión Nacional de Control y Cuadros del Partido, lo que le permitió analizar y juzgar comportamientos individuales y colectivos que afectaban a la organización. Por su probidad y sapiencia en el manejo de delicados temas partidistas, le adjudicamos la expresión que titula esta nota: “el severo Severino”.
Hoy, bajo el oprobio y sometido a una dictadura siniestra y envilecida, el país vive circunstancias excepcionalmente difíciles. Ante ellas, el pueblo se apresta a la lucha. Y lo hace recogiendo las semillas que dejaron sembradas en la tierra hombres de coraje, como Isidoro Gamarra, Pedro Huilca o Severino de la Cruz. Ellos simbolizan una causa imperecedera, la que perfila en el escenario la bandera de la dignidad y la justicia.
Severino de la Cruz fue, en efecto, severo, pero también comprensivo, generoso y justo. Hoy, que se ha ido, podemos asegurar que nadie habrá capaz de cubrir el vacío que deja.
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