Por Gustavo Espinoza M.
Hace apenas unos días supimos de la muerte de Miguel Rincón, encarcelado desde 1995 en un Penal de Máxima Seguridad y condenado a permanecer allí prácticamente de por vida. Murió de una enfermedad terminal no tratada ni asistida, por las condiciones en las que se desarrolló su vida en las últimas décadas. Y su cuerpo fue negado a sus familiares más cercanos por la mezquindad extrema de quienes detentan el Poder hoy en nuestro país.
Conocí a Miguel a fines de los años 70, cuando desempeñaba sus funciones como Sub Secretario General de la Juventud Comunista. Me pareció entusiasta y decidido, pero también desconfiado. Me dio la impresión que no se sentía a gusto desempeñando una función política, y que prefería la actividad práctica más que el debate teórico. Quizá por eso, se marchó de la JCP para integrarse a un grupo fraccional y disidente que surgió en ese entonces bajo el membrete de “Mayoría”.
Dejé de verlo algunos años, pero tuve la ocasión de encontrarlo en una reunión social registrada en la casa de Laura Albizu, la querida hija de Pedro Albizu Campos, el líder de la lucha por la independencia de Puerto Rico. Allí conversamos de manera distendida y tranquila.
Por él supe que se había retirado de “Mayoría”, al que consideraba “un proyecto inútil” y se había vinculado más bien al MRTA, una estructura armada que surgía entonces con propósitos guerrilleros.
Abordamos entonces el tema de la lucha armada en esa circunstancia en el país. Y aunque disentimos en nuestras apreciaciones, tuvimos un punto de coincidencia significativo: lo importante es que cada quien fuera consecuente con lo que pensaba. . Concordamos, así en rechazar la cháchara de quienes hablaban de “tomar las armas” cuando en verdad tan sólo tomaban bebidas espirituosas y precauciones para eludir la represión.
Él estaba en ese entonces empeñado en promover reflexiones referidas a la renovación del socialismo revolucionario partiendo de las fuentes clásicas, pero arribando a los nuevos vientos que ocupaban ya generosos espacios.
Allí me confirmó lo que yo intuía: que él, sería consecuente con su pensamiento, y que no se sumaría al verbalismo radical que alcanzara cierta fuerza. Iría a la acción. Y así fue.
La siguiente noticia la tuve cuando se supo que había sido capturado en La Molina. Me vino a la memoria la tragedia vivida por los dirigentes comunistas búlgaros de los años 20 que, afrontando retos similares, cayeron en combate. Me alegré que en este caso, no hubiese sucedido eso y pensé que aún podría Miguel aportar mucho en función del proyecto que había incubado.
En el juicio que le incoaron, lo sentenciaron virtualmente a vivir el resto de sus días tras las rejas.Y cuando apeló de esa sentencia, se la incrementaron, con la perfidia que caracteriza a ciertos jueces al servicio de la clase dominante.
Desde la prisión, me escribió algunas cartas que conservo y que espero publicar en algún momento. Creo que evocaron nuestra conversación en la casa de Laura, pero ciertamente avanzaron en el proyecto de “Socialismo andino”, que él plasmara en el libro editado con la colaboración de Pilar Roca, y que Miguel me hizo llegar a través de su compañera.
Mantuvimos un buen tiempo correspondencia política. Me escribió cartas que respondí puntualmente. El solicitó a las autoridades del Penal permiso para que lo visitara, lo que acepté de buen grado. Los responsables del Centro Penitenciario denegaron la solicitud. De ese modo, no logramos continuar nuestro vínculo que, sin embargo, se mantuvo a través de otras personas: su compañera colombiana y su hijo. Y también en el plano judicial, porque tuve la posibilidad de rendir testimonio acreditando su condición de luchador social, cuando otros se empeñaban en considerarlo “terrorista”.
La muerte de este combatiente ha servido también para mostrar la ferocidad insana del régimen, y para confirmar lo que dijera Bertold Brecht: “Basta raspar un poquito la piel de un Demócrata Burgués, y aparecerá un fascista. . .”.
Y es que el odio permite que brote la esencia de una clase en descomposición. Creen que desapareciendo un cadáver, sepultan una idea, Hasta pobres de espíritu son.
Miguel Rincón vivirá en la memoria de todos los que piensan, y luchan, por un Perú Nuevo en un Mundo Nuevo.
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