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domingo 5 de enero de 2025

2024: El año de la “Mobocracia” .

Por Leoníd V. Savin

Las metodologías occidentales de subversión se utilizan para realizar golpes de Estado, aunque también pueden contrarrestarse de manera efectiva.

A principios de la década de 2000, el “flashmob” se nos presentó como un fenómeno posmoderno, generalmente en un contexto positivo, y la proliferación de las comunicaciones móviles e Internet brindó la oportunidad de crear comunidades espontáneas que se sumergieron en este tipo de cultura.

Es poco probable que los jóvenes de entonces pensaran que estos procesos podían controlarse, mientras programaban el comportamiento durante muchos meses e incluso años por delante. Por el bien de la risa (como creían), los estudiantes de diferentes ciudades de Ucrania podrían venir a Kiev para que en la principal Plaza del país, Maidán de la libertad, en un momento determinado, pudieran postrarse y levantarse exactamente en un minuto y retirarse como si nada hubiera sucedido.

Cuando comenzaron las protestas políticas en el otoño de 2003, los Flashmobs ya tenían un color diferente, aunque no transitaban más allá de las leyes. Es obvio que la experiencia de la “diversión espontánea” fue muy útil para los artistas de las políticas de masas pertenecientes a la organización “Porá” (Ahora) y otras estructuras que se unieron en torno al candidato Pro-occidental Víktor Yuschenko. Para el 2014, el control de las multitudes en Ucrania ya estaba teñido con tonos sangrientos.

Aunque las lecciones de las revoluciones de color de Yugoslavia a Kirguistán y las consecuencias de la “primavera árabe” parecen haber sido aprendidas en todas partes, todos los vinculados a esta política están al tanto, al menos un poco, de las recetas de Gene Sharp y George Soros, y en otros varios países continúan repitiendo el mismo estribillo mientras se hunden en el abismo del caos.

El motor principal de estos procesos es la llamada Mobocracia, el poder de la multitud, que no entiende cómo organizar un proceso político, pero sobre la base de motivos para la protesta- a veces propios, aunque generalmente impuestos-, destruye el orden político y la legalidad anteriores.

La manifestación más evidente de la Mobocracia en este año tuvo como escenario Bangladesh, cuando la primera ministra Sheij Hasina abandonó el país después de protestas masivas. Pero pocos días después de la llegada al poder del gobierno provisional, el 10 de agosto de 2024, un grupo de jóvenes llamado movimiento estudiantil contra la discriminación, se apoderó del edificio de la Corte Suprema.
Las nuevas protestas llevaron a la renuncia del presidente del Tribunal Supremo, Obaidul Hasan, y de otros cinco jueces de la sala de apelaciones de esa instituión, acusados de supuestos vínculos con el antiguo partido gobernante, la Liga Popular.

En noviembre, los manifestantes volvieron a tomar la sede de la Corte Suprema, exigiendo la destitución de más jueces. El ex inspector general de la policía, Noor Mohammad, dijo entonces que la toma de ese edificio era ilegal y que “…lo que hicieron los estudiantes fue una repetición de la cultura de la Mobocracia cultivada por los gobiernos políticos anteriores a la Liga Popular y el Partido Nacional y esto es lamentable…”.

Otro caso de la Mobocracia en el mismo Bangladesh resultó en la muerte de un fiscal, después de que al líder local hindú Chinmoy Krishna Das se le negó la libertad bajo fianza.

El 26 de noviembre, miles de enojados partidarios del monje hindú Chinmoy Krishna Das rodearon un Tribunal en Chittagong, en el sureste de Bangladesh, donde se estaba considerando su solicitud de libertad bajo fianza después de ser arrestado en el aeropuerto de Dhaka la noche anterior.

Como la decisión judicial no satisfizo a los miembros de la minoría religiosa del monje, el fiscal musulmán Saiful Islam Alif fue sacado a la fuerza del Palacio de Justicia y asesinado a unos 100 metros de la puerta del inmueble.

Es significativo que en este segundo caso el acto de violencia fue provocado por una multitud de un grupo minoritario que actuaba contra un miembro de la mayoría política y religiosa.

Por lo tanto, el aumento de la Mobocracia en este país del sudeste asiático confirmó la regla de que la violencia engendra violencia. Aunque los casos aparentemente no están relacionados entre sí, el primer éxito de la multitud proporciona un ejemplo y una especie de legitimidad para acciones similares, incluso, de otros grupos.

La rápida toma de Damasco por grupos armados de militantes y terroristas, así como su reconocimiento como una fuerza legal en Siria, es otro ejemplo de Mobocracia, pero esta de tipo armado y patrocinada por actores externos.

Como regla general, la Mobocracia y la “emocracia” actúan en pareja. Es decir, cuando las emociones son el motor de la acción política, tanto en la calle como en un escenario más amplio. En este caso la racionalidad inherente a la acción política se evapora, dando paso a la acción de los efectos psicológicos.

Por supuesto, inmediatamente viene a la mente Gustav Le Bon, quien a fines del siglo XIX, en su libro “La psicología de las masas”, describió tales fenómenos. Señaló que, al igual que con la secta religiosa más violenta, lo mismo sucede con la multitud moderna: sus creencias generalmente aceptadas “…adquieren las características de una sumisión ciega, una intolerancia feroz y una necesidad de propaganda violenta…”.

El líder de la muchedumbre es proclamado como un verdadero Dios, que gobierna su imaginación, inventando nuevas fórmulas que carecen, en la medida de lo posible, de un sentido preciso, y así adquiere cualquier sentido imaginado por el seguidor.

Al propio tiempo, este líder destruye a sus rivales con declaraciones sin sentido: a través de la afirmación, la repetición y la infección, el líder de la multitud afirma que su oponente es “…un sinvergüenza notorio y se sabe bien que es culpable de varios crímenes…”. En conclusión, Le Bon dijo: “…por supuesto, es inútil preocuparse por cualquier apariencia de evidencia real…”.

A pesar del golpe a la estadidad de Bangladesh y Siria, el año pasado hubo ejemplos en los que la mobocracia no pudo inundar con violencia los corredores políticos del poder y las calles de las ciudades, aunque hubo tales intentos.

La primera fue durante la elección presidencial de Venezuela en el mes de julio, cuando el país se enfrentó a una agresión sincronizada: ataques cibernéticos a la infraestructura, envío de mercenarios extranjeros para cometer actos de sabotaje y propaganda antigubernamental en los medios de comunicación occidentales y las redes sociales con el propósito de llevar a las calles a los matones callejeros. Incluso hay un término especial para describir las actividades ilegales de la oposición: Guarimba, que se ha convertido en un nombre familiar en relación con los excesos políticos de la oposición callejera violenta.

Otro ejemplo es Georgia, donde el gobierno no permitió la toma del poder y rechazó la presión en su contra, tanto de Occidente como de la oposición pro-occidental después de haber ganado las elecciones parlamentarias de octubre de 2024.

Aunque los intentos de los “flashmobs” políticos, que se hacen pasar por paladines de los derechos democráticos, continúan en Tbilisi. Es obvio que con la elección del nuevo presidente, el poder de su bancada se consolidará y el derrocamiento del partido gobernante no ocurrirá.

Venezuela y Georgia resistieron no solo por la voluntad política de sus líderes, sino también porque las personas que apoyan al poder entienden la importancia de proteger la soberanía del Estado contra la interferencia externa. Y aunque ambos países ahora están demonizados por Occidente, la historia confirmará la corrección de las acciones del gobierno de Nicolás Maduro y del partido del sueño Georgiano.

(Traducción del ruso. Oscar Julián Villar Barroso. Doctor en Ciencias Históricas y Profesor Titular de la Universidad de La Habana)

rmh/ls

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