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jueves 13 de marzo de 2025

Ahondar en un discurso de Fidel Castro*

Al margen de la riqueza de un texto, estrecheces al leerlo y difundirlo pueden empobrecer su interpretación. Parece ocurrir con el discurso pronunciado por Fidel Castro en el Aula Magna de la Universidad de La Habana el 17 de noviembre de 2005, del cual suelen citarse solamente las líneas que afirman que Cuba y su Revolución podrían autodestruirse, «y sería culpa nuestra». Son líneas importantes, sin duda; pero no están sostenidas en el aire.
Con el presente artículo no se pretende esbozar siquiera la lectura que el discurso merece —y no pocas personas habrán hecho de él— por ser su autor quien es y estar el texto pleno de significación e implicaciones a lo largo de unas sesenta cuartillas bien nutridas. Se aspira no más aquí a llamar la atención sobre la necesidad de no quedarse en las líneas aludidas, sobre las cuales volveremos.
En la edición consultada el contador de la computadora señala que esas líneas las preceden 88 864 caracteres sin espacio entre ellos, y les siguen otros 72 747, lo cual equivale a 18 290 y 15 389 palabras, respectivamente. Eso indica un relativo equilibrio, asociable al lugar central que ocupan en la meditación del autor.
Otro elemento en que procede reparar es la reiteración del pronombre nosotros. Una pesquisa cuidadosa podría mostrar sus usos, entre el plural de modestia o de sesgo editorial, y la personificación de un sujeto colectivo y heterogéneo. Se vincula con una afirmación bastante anterior del propio Líder: «Hemos hecho una Revolución más grande que nosotros mismos».
Vale añadir otra precisión obvia: como del lema de José Martí «con todos, y para el bien de todos» quedaban excluidos quienes no cabían ni querían estar en esa totalidad, del nosotros del Comandante se excluyen o autoexcluyen, o merecen ser excluidos, quienes no contribuyan ni quieran contribuir a la Revolución, aunque pudiera parecer que sí.
Muchos recordarán la conversación con jóvenes estudiantes en la que El Líder mencionó el entonces inminente aniversario 60 de su ingreso en la Universidad de La Habana, y del inicio de su visible entrega a la lucha revolucionaria. De aquel diálogo surgió la iniciativa estudiantil de honrar la conmemoración que se acercaba.
No necesitaba el Comandante más honores que los ya encarnados en su vida, pero el político de formación guerrillera era experto en aprovechar revolucionariamente lo que le propiciara trasmitir ideas. Podía ser la inauguración de un pequeño edificio de viviendas o un conspicuo centro de investigaciones científicas, la prédica sobre hábitos para aliviar el consumo de energía eléctrica en los hogares, el recibimiento de una figura relevante, un foro internacional dentro o fuera de Cuba, o un congreso de los Pioneros.
Sus sesenta años de trayectoria política ya identificada con su sello ofrecían motivo y escenario para el despliegue ideológico, máxime tratándose de la salvación colectiva ante peligros de tormentas o indicios de ellas. Por el alcance de la misión revolucionaria del Comandante, sus auditorios siempre desbordaban límites.
Dirigirse especialmente a un público juvenil era además una vía para abonar lo que debía ser, y él aspiraba a que fuera, el futuro de la patria. Hacerlo, por añadidura, desde el Aula Magna de la Universidad de La Habana le imprimía al mensaje un sesgo de solemnidad que el guerrillero poco dado a formalismos, pero maestro en el arte de la tribuna, sabría honrar.
Tenía de su lado los logros de una Revolución que había puesto a Cuba en el mapa mundial, no solo en el físico, sino sobre todo en el de la dignidad. Y se extendió en ejemplos de esos logros, alcanzados contra la hostilidad imperialista. Enraizado en esa historia, el país había sobrevivido a lo que el propio Comandante llamó el desmerengamiento de la URSS y del campo socialista europeo, y daba los pasos imprescindibles a su alcance, o más, para vencer las condiciones de lo que el mismo Líder denominó período especial.
Pero los peligros para Cuba no habían desaparecido. Un país no puede vivir aislado del mundo, aunque no viniera, como viene Cuba, de la dependencia colonial y neocolonial, con las punzantes desventajas que semejante realidad acarrea. Y el imperialismo, en particular su base estadounidense, vivía la euforia de un pretenso pensamiento único y de una supuesta posmodernidad que condenaba a los países de la llamada periferia a someterse a los designios de las naciones más poderosas: en primer lugar, de los Estados Unidos. Esa potencia capitalizaba la Academia trasladada a sus universidades desde Europa, y no faltó el patético remedo hegeliano que postulase el fin de la historia.
Según el discurso se acerca a las líneas aludidas, el Comandante concentra su argumentación en los peligros con los que la Revolución tendría que seguir lidiando, y que arreciaban. No serían solamente el de «creer que alguien sabía cómo se construía el socialismo». Con eso en mente sostiene dirigiéndose en especial a la juventud del país, no solo la reunida en el Aula Magna: «Hoy tenemos ideas, a mi juicio, bastante claras, de cómo se debe construir el socialismo, pero necesitamos muchas ideas bien claras y muchas preguntas dirigidas a ustedes, que son los responsables, acerca de cómo se puede preservar o se preservará en el futuro el socialismo».
No cabe menospreciar el poder de un enemigo sin escrúpulos que dispone de grandes recursos económicos, políticos, mediáticos, militares y tecnológicos en su afán de aplastar a la Revolución Cubana. Para Cuba se agravan los escollos materiales en un contexto donde sabe que, en caso de una eventual agresión militar contra ella, no debe esperar apoyo foráneo, aunque haya pueblos y movimientos dispuestos a dárselo. Si tal agresión se produce, el pueblo cubano deberá reeditar el heroísmo de Girón.
En ese punto el Comandante expresa: «Les sobran a ellos todos los tanques, y a nosotros no nos sobra ninguno, ¡ninguno! Toda su tecnología se derrumba, es hielo al mediodía en medio de un parque caluroso. Y otra vez, como cuando teníamos siete fusilitos y pocas balas. Hoy tenemos mucho más que siete fusiles, tenemos todo un pueblo que ha aprendido a manejar las armas; todo un pueblo que, a pesar de nuestros errores, posee tal nivel de cultura, conocimiento y conciencia que jamás permitiría que este país vuelva a ser una colonia de ellos».
Es entonces cuando, aunque ha reconocido los grandes peligros externos que acechan a Cuba, pensará sobre todo en nuestros errores, consumados o potenciales: «Este país puede autodestruirse por sí mismo; esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos; nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra». Desafiando el peligro, enumera pruebas de la creatividad resistente del pueblo cubano, y no solo se dirige al auditorio que tiene delante.
Los destinatarios que menciona en el encabezamiento son los «queridos estudiantes y profesores de las universidades de toda Cuba» y los «queridos compañeros dirigentes y demás invitados que han compartido con nosotros tantos años de lucha», y en el cuerpo del discurso les habla también expresamente «a todos los líderes de la juventud, a todos los líderes de las organizaciones de masas, a todos los líderes del movimiento obrero, de los Comités de Defensa de la Revolución, de las mujeres, de los campesinos, de los combatientes de la Revolución, organizados en todas partes, luchadores durante años que en número de cientos de miles han cumplido gloriosas misiones internacionalistas».
En la lista, que alcanzará de hecho al pueblo en su conjunto, sigue ponderando el desarrollo científico del país, y la participación de jóvenes en las distintas esferas de la vida nacional, así como los afanes internacionalistas. Alude al trabajo en general hecho por la juventud o con ella, y en particular al movimiento de trabajadores sociales. En ese frente- que hace años parece ni mencionarse, sino haberse desechado al modo del decir popular sobre la bañera con el agua sucia y el niño dentro- cifraba esperanzas fundamentales: «¿Y qué podrá derivarse del trabajo de esos jóvenes? Que vamos a poner fin a muchos vicios de ese tipo: mucho robo, muchos desvíos y muchas fuentes de suministro de dinero de los nuevos ricos».
A eso añade: «¿Pensará alguien que vamos a confiscar el dinero? No, el dinero es sagrado; todo el que tiene su dinero en un banco, es intocable». Para precisar: «Vean algo nuevo, se va a batir una abundante serie de vicios, robos, desvíos, uno por uno, a todos ellos, en un orden que nadie sabe. ¿Lo sospechan?, ¡es muy bueno!» A partir de ahí enrumba la explicación que sustenta su advertencia de que este país y su Revolución podrían destruirse desde dentro. ¿No podía estar pensando también en la amarga experiencia del desmontaje de la URSS y el campo socialista?
Lo hasta aquí apuntado no pasa de una mera invitación a no quedarnos con las líneas más salientes y citadas de un discurso que impugna errores, actos de desidia e ineficiencia, y de corrupción: «Hemos hecho cosas de esas, cosas que harían hablar a las piedras», dice. Pero no promueve resignación ni autocomplacencia, sino la búsqueda de rectificación y saneamiento. Así continúa señalando errores que entonces eran y hoy siguen siendo costosos, por lo material y por sus nefastos efectos contra la ética.
Para ese balance de hechos y reclamos empleó el discurso, donde se refirió a la obra colectiva encarnada en su vida: «Es muy justo luchar por eso, y por eso debemos emplear todas nuestras energías, todos nuestros esfuerzos, todo nuestro tiempo para poder decir en la voz de millones o de cientos o de miles de millones: ¡Vale la pena haber nacido! ¡Vale la pena haber vivido!»

Que hayamos hecho una Revolución más grande que nosotros mismos implica también, en acto de lealtad a su ejemplo, el deber de cuidarla hasta de nosotros mismos cuando sea menester. Ese nosotros mismos abarca distintos grados de responsabilidad, desde quien ocupa un humilde puesto de trabajo hasta quien debe desempeñar altos cargos de dirección en los diferentes niveles, desde el barrio hasta el conjunto y la cima del país.
Es vital recordar que- como demandaba el mayor maestro del Comandante, José Martí- «todo hombre está obligado a honrar con su conducta privada, tanto como con la pública, a su patria». Lo sostuvo en su circular «A los cubanos de Nueva York», fechada 23 de junio de 1885. Ese mandato moral lo asumía Martí como expresión natural, orgánica, del patriotismo revolucionario.
Sean cuales sean las circunstancias que se supongan propiciadas o instadas por la vida, quienes no hayan abandonado los ideales de construir una sociedad justa, definida como socialismo, deben recordar la precisión con que, justamente ante jóvenes- en el Tercer Congreso de Juventudes Comunistas de Rusia-, Lenin definió la moral socialista: «lo que sirve para destruir la antigua sociedad explotadora y para agrupar a todos los trabajadores alrededor del proletariado, creador de la nueva sociedad comunista».
Son verdades que no se debe esperar que complazcan a quienes, a la sombra de cambios anunciados como parte de la solución, no de los problemas, vivan ya como burgueses o aspiren a serlo. Ni a quienes estén dispuestos a protegerlos.
rmh/lds
*Tomado de Cubaperiodistas

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