Por Luis Toledo Sande
Para quienes lo han generado y lo capitalizan, el conflicto entre Israel —que lo desató— e Irán pronto empezó a dar sus primeros réditos: se habla menos de la tragedia que se sufre en Gaza, “casualmente” no causada por Irán, sino por Israel. Y ahora la respuesta iraní a la agresión sionista se emplea para calzar la perversa cantilena de que “Israel tiene derecho a defenderse”. Cantilena o matraca, nombre en inglés de la serpiente llamada cascabel en español.
Los “equidistantes” de ahora o de siempre renuevan sus podios, aunque solo sean virtuales, y no todos virtuosos. Las fuerzas hegemónicas, imperialistas, han invertido la mar de dinero y otros recursos —cinismo incluido— para fabricarse mediáticamente cómplices o sucedáneos de estos, como los resignados y los “neutrales”.
Para descalificar a Irán se apela a etiquetas como “Estado teocrático”, la cual, válida en sí misma, aviesamente manipulada puede servir para lo peor. Sí, Irán se autolegitima como garante de la fe en Alá, y en ese camino asumirá prácticas e ideas poco amables a los ojos del “mundo moderno”, aunque, por muchos que sean sus excesos —uno solo que fuera, sería inaceptable—, resulta visible que no tiene en su haber la probada saña de Israel y los asesinatos que este ha cometido y sigue cometiendo.
En manos de sionistas, Israel justifica su existencia y sus crímenes como cumplimiento de un mandato bíblico: de la voluntad de Dios. Y goza del apoyo que le brindan —en realidad, es parte de ellas— las fuerzas imperialistas que acumulan un grueso currículo genocida y han acuñado en su moneda, todavía imperante en el planeta, un mentiroso exergo teocrático: “In God we trust”. Pero no es ese exergo, sino su comportamiento diabólico, lo que hace que no sean laicas.
No se alude aquí de creencias sinceras y generosas, sino a las que esgrimen para avalar grandes crímenes. Ciñéndonos al área del caso, entre esos crímenes destacan los cometidos por los conquistadores que emigraron de la pérfida Albión en pos de las libertades que allí un régimen monárquico les impedía tener, y con ese fin llegaron a tierras de América. Aquí, para fundar su propio reino, empezaron por masacrar a los pueblos originarios, o los redujeron a campos de concentración llamados Reservas. Así anticiparon el apartheid que luego otros descendientes de la pérfida Albión instaurarían en Sudáfrica.
Los peregrinos del May Flower fundaron los que se llamarían Estados Unidos, nación que devino hegemónica y hoy encabeza las fuerzas imperiales que apoyan al Israel sionista y pretenden exterminar a Irán. Para quien quiera saber si esas alianzas tienen base religiosa, los principales aliados estadounidenses de los sionistas que usurpan el gentilicio judío se hallan en la extrema derecha católica, en la cual halla continuidad el espíritu de la esclavitud que estuvo en los cimientos de la nación norteña.
Hoy esa nación la “preside” alguien que en la campaña electoral hacia su primer mandato se proclamó “pacifista” y prometió sacar a los Estados Unidos —para “hacerlos grandes otra vez”— de guerras que consumían parte de su erario, pero uno de sus primeros actos fue lanzar contra Siria la que él mismo llamó “madre de todas las bombas”. Entre los “méritos” con que enriqueció su expediente no tardó en anotarse, y proclamarlo con orgullo, el asesinato —dirigido a distancia— de un alto militar iraní.
Agréguese que ese primer período lo cerró, azuzado por el mismo Trump, el asalto al Capitolio Nacional, en Washington. Fue un suceso con visos de lo que podría ser una guerra civil —en la estela de la provocada en el siglo XIX por los estados esclavistas—, y desde el comienzo del segundo mandato dicho presidente ha emprendido distintos modos de guerra: como la arancelaria, con la que ha intentado coyundear al mundo.
No le ha salido bien, porque ha puesto en peligro la propia economía de su nación y, sobre todo, se le han encarado países que, particularmente China, rechazan someterse a sus fantochadas. En esos vaivenes ha dicho y se ha desdicho, y ha mentido como el embustero compulsivo que es. Narcisista enfermizo, quiso mostrar poderío celebrando su cumpleaños, en Washington, con un desfile militar que resultó patético por escuálido y desangelado, más bien ridículo, como el estira y encoge de su guerra de aranceles.
Mientras tanto, desde Los Ángeles ya se extendían a distintas ciudades relevantes del país marchas multitudinarias de protesta contra la política antiinmigrantes de quien regresó a la presidencia pese a su abultado expediente delictivo, por el que merecía estar en la cárcel. Volvió después de haber anunciado jactanciosamente que en pocos días él, siempre él, le pondría fin a la guerra en Ucrania y —sin usar ese término, huelga decir— al genocidio en Gaza.
Pero no solamente no consiguió ninguno de esos dos propósitos, sino que ahora se yergue como el matón que acabará con Irán, país agredido al que le exige que se rinda, mientras nada similar le pide a su ahijado sionista. ¿Que hay quienes no se percatan de los rejuegos y las falacias de sus pronunciamientos, de su actitud, de su proyección cada vez más dictatorial? También para eso han invertido los poderosos de este mundo: para fabricarse un público desprevenido, que se lo trague todo. Y el magnate goza de experiencia mediática.
Particularmente en los propios Estados Unidos los oligarcas cuentan con una población en alto grado ensimismada en la búsqueda de una supervivencia que confunde con el éxito. Claro que semejante descripción no vale para todo un pueblo en el que han abundado seres humanos eminentes, pero sí para gran parte de él. Ahí estarán aquellas personas que se inyectaron desinfectante o detergente cuando, frente a la covid-19, que él intentó negar o minimizar, el ególatra presidente aseguró que inyecciones tales podrían eliminar el virus pandémico.
Para justificar la agresión a Irán, los sionazis y sus padrinos echan mano a la afirmación de que ese país tiene la bomba atómica o —en términos adivinatorios— está cerca de fabricarla. Si una alta funcionaria del gabinete de Trump lo niega, el mafioso la desautoriza para seguir urdiendo sus maquinaciones.
Si Irán tuviera la bomba atómica, ¿la agrediría Israel? ¿Apoyaría Trump esa agresión? Aún están vivas las imágenes de un coreano que se burló de él dejándolo plantado al inicio de una entrevista, y Trump simuló que le reía la gracia. ¿Será, téngase del coreano “descortés” la opinión que se tenga, porque dispone de armas nucleares?
¿Alguien ha olvidado la mentirosa campaña, propalada en 2003 por otro presidente yanqui, de que Irak tenía armas de destrucción masiva? Esa falacia —se sabía que lo era— sirvió de pretexto para la devastadora acción militar de los Estados Unidos y su OTAN contra Irak. Pero si entonces en varios países hubo ejemplares manifestaciones antibélicas, hoy eso no parece ocurrir. Lo que se ha hecho incluso en universidades estadounidenses contra el genocidio en Gaza ha sido relevante, pero ha quedado por debajo de la masacre.
¿Intervendrán directamente los Estados Unidos en el conflicto entre Israel e Irán, o más directamente que ahora, porque de hecho ha estado vinculado con él desde antes de que estallara? Indicios hay para pensar que la agresión a Irán se tramó con el fin de que fracasaran las negociaciones que ese país seguía dispuesto a retomar sobre el tema de la energía nuclear, y que en su primer período presidencial Trump había abandonado.
Aún debe apuntarse que los Estados Unidos son el único país que ha masacrado a seres humanos con la bomba atómica, y desconoce las convenciones internacionales en esa materia, al igual que Israel, que también posee armas nucleares. Ellos pueden, porque “Dios los ha bendecido”.
¿Qué hará el corrupto magnate cuando terminen las dos semanas que ha puesto como plazo para decidir cómo actuar? ¿Qué le dirán sus asesores —aquellos en quienes él quiera creer— sobre lo que su intervención directa en el conflicto podría acarrearle en cuanto a seguir perdiendo popularidad dentro de los propios Estados Unidos y hasta en su mismo partido? Más importante aún para él podría ser el cálculo de lo que Irán haría contra las numerosas bases militares estadunidenses que lo rodean, en las que miles de soldados podrían ser blanco de cohetes iraníes si la nación persa llegara a lanzarlos.
Hay otra posibilidad que merece particular atención si del comportamiento de Trump y sus secuaces se trata: que el delincuente espere a que Irán esté lo bastante debilitado para alzarse él con la fanfarronada de garante del armisticio posible. Para eso cuenta con el ADN y el magisterio de su nación, que capitaliza la mentira de haber derrotado al fascismo en la Segunda Guerra Mundial. Y ¿no estará Trump observando cuál sería la actitud de Rusia y de China en cuanto al apoyo real que estarían dispuestas a brindarle a Irán?
Ante ojos cubanos, lo más aconsejable para Irán sería no esperar por ese respaldo. Cuba, que históricamente se ha visto forzada a sobrevivir en medio de relaciones entre potencias, o a pesar de ellas, estará todo lo curtida que debe estar para guiarse por el legado de luchadores como Antonio Maceo, José Martí y Fidel Castro, quienes tuvieron como norma algo muy claro: todo debemos confiarlo a nuestros propios esfuerzos. Aunque haya potencias que podrían o deberían estar valorando qué significaría para ellas seguir dejándole las manos libres al gobierno estadounidense y sus aliados.
Se habla de una potencia que ha conseguido —sin mucho esfuerzo, al parecer— uncir a su yugo a los representantes de Europa, y convertirla en su patio lateral, mientras que nuestra América ratifica la voluntad de dejar de ser por completo su patio trasero, pese a zigzagueos deplorables, y a lacayos vernáculos que la infaman sirviéndole al imperio.
Manipulación de la rusofobia mediante, la Unión Europea se pliega patéticamente a los designios de los Estados Unidos, en nombre de valores “occidentales”, para los que sería grato el exterminio de la nación persa, o su sometimiento al yugo imperialista. Al decir esto no se idealiza a esa nación y sus gobernantes, ni es necesario hacerlo para conocer la calaña del criminal gobierno sionista de Israel y su padrino estadounidense.
No debemos caer en las redes de la desinformación propalada por voceros imperialistas —no más iniciado el conflicto, se apresuraron a dictaminar que Israel había ganado la partida nada menos que “por goleada”—, pero es previsible que cuando este artículo se publique el estado del conflicto puede haber sufrido modificaciones de peso: los hechos que están a la vista con graves peligros para el mundo, no son como para sentirse optimista. Pero lo que no debe cambiar, salvo para fortalecerse, es la claridad de los pueblos, y de quienes en cualquier frente se propongan representarlos de veras, para apreciar las intenciones de las fuerzas que medran con las guerras y con el sufrimiento humano.
Entre los propósitos imperialistas al agredir a Irán figura que el desgaste y las penurias de su pueblo agraven sus contradicciones internas —de índole religiosa en parte— y lo movilicen contra su gobierno para sustituirlo por una camarilla dócil al imperialismo, que se niega a admitir la existencia de un mundo multipolar.
Para Cuba no son sorprendentes ni nuevas las aspiraciones de la potencia que por más de seis décadas le ha impuesto un bloqueo dirigido a causarle penurias que quiebren la unidad de su pueblo y lo lleven a dejar de apoyar a su gobierno, y a facilitar en el país un “cambio de régimen”. En tal sentido, el bloqueo que ella sufre, reforzado con distintas formas de embates armados, es comparable con la agresión a Irán. Así a Cuba —a su dirección, a sus instituciones— le corresponde velar para que en ella no se dé ningún paso errático o en falso: es cuestión de vida o muerte impedir que desatinos internos sirvan de aliados a los planes imperialistas de estrangularla.
Ni por un momento cabe olvidar la advertencia hecha por Fidel Castro, nuestro Líder, de que no son ellos los que podrían destruirnos, sino nosotros mismos, desde dentro, por errores y debilidades: señaladamente lo serían la corrupción y el distanciamiento entre los dirigentes y el pueblo del cual son parte.
rmh/lts
*Tomado de Cubaperiodistas