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jueves 21 de agosto de 2025

Presidente Trump: más ruido que nueces

Por Marcelo Colussi

En enero pasado asumió la presidencia de su país Donald Trump, con un enérgico grito de guerra: “¡Hagamos grande nuevamente a Estados Unidos!” La sola formulación en esos términos de su lema fundamental lleva implícito un reconocimiento: la superpotencia ya no es tan grande como solía serlo. Sin dudas, Estados Unidos continúa siendo gigantesco, tanto en su economía como en sus aspectos científico-técnicos, influencia política y militar y presencia cultural en todo el planeta. Pero algo está cambiando.

Sucede que el país, después de la Segunda Guerra Mundial cuando quedó como la principal potencia mundial, siempre en disputa ideológica con la Unión Soviética, comenzó a dilapidar recursos en forma crecientemente desaforada. Su despilfarro fue fenomenal, llegando a consumir mucho más de lo que producía. Por tanto, gastó en forma insaciable. Allí todo se compra por docena; todo se usa un corto tiempo y se arroja a la basura, la novedad por la moda y lo nuevo es insaciable, y donde no es necesario, pero como muestra de esa arrogancia imperial, se usan vehículos de 8 o 12 cilindros, consumiendo cantidades ingentes de petróleo.

Un ciudadano término medio de Latinoamérica utiliza 25 a 50 litros diarios de agua para todas sus necesidades; uno del África sub-sahariana: 2 litros. Uno de Estado Unidos: más de 100. Así fue endeudándose, a nivel micro, en cada hogar, como a nivel macro, en las finanzas públicas. Ello trajo como consecuencia un endeudamiento que se tornó impagable en términos técnicos: no hay tanto dinero para solventar esas deudas. La solución: dolarizó la economía global, imponiéndose la moneda estadounidense como divisa universal. Ello se mantuvo solo por presiones de Washington hacia el resto del mundo.

Para que no quedaran dudas de quién mandaba, ahí están las 800 bases militares diseminadas por toda la faz del planeta, custodiando la “libertad” y la “democracia”, y el sistema SWIFT impuesto a la humanidad como requisito para el comercio internacional, usando solo el dólar como divisa.

De todos modos, pese a su dominio global en base a la fuerza y la imposición arbitraria de su moneda como patrón universal, la economía hace tiempo le está pasando factura. Hoy su déficit público es descomunal: 36 billones de dólares, equivalente al 124 por ciento de su PIB (superando los niveles posteriores a la Segunda Guerra Mundial). Los hogares, a su vez, viven eternamente endeudados, tomándose eso como algo normal, parte del modo de vida: se vive para estar pagándole a los bancos. Ese consumismo voraz, ese derroche despilfarrador que llevó a esos endeudamientos fabulosos, fueron creando burbujas financieras sumamente peligrosas que, tarde o temprano, estallan.

La primera economía capitalista mundial presenta severos problemas en la actualidad: una decena de bancos ha quebrado en los últimos cinco años, y ahora se anuncia que otros 70 están al borde de la bancarrota. Desde hace décadas se habla de la peligrosa “burbuja” en la que vive el país, con una intrincada mezcla de factores: una moneda sin respaldo real que comienza a ser seriamente atacada por los BRICS+ y el proceso de desdolarización en marcha, una deuda exorbitante técnicamente imposible de ser honrada, la extrema volatilidad de la Bolsa de Valores, un abultado déficit en la balanza comercial con los países asiáticos (China y Japón fundamentalmente). Cuanto más pasa el tiempo, más se acumulan esos problemas y más aumenta la posibilidad de una implosión, es decir, la posibilidad de que la burbuja reviente. Varios Premios Nobel de Economía han advertido ese peligro: Estados Unidos está ante una bomba de tiempo.

Ese endeudamiento, más el traslado de muy buena parte de su parque industrial fuera de su territorio buscando mano de obra más barata, crearon las condiciones para que en este momento el país ya no sea “tan grande” como otrora. Hoy la gran potencia está desindustrializada, perdió la dinámica de otras épocas, fue superada en lo económico por China y ya no tiene el primer lugar en el desarrollo científico-técnico de vanguardia. O, al menos, va perdiéndolo a manos de los chinos. Incluso en el ámbito militar, la Federación Rusa, heredera de la extinta Unión Soviética, le habla de igual a igual, o incluso lo supera en algunos (muchos) aspectos. De ahí la retórica triunfalista con su promesa de “volver a ser grande”.

Nunca segundas partes fueron buenas

Trump llega a su segundo mandato para intentar remediar todo eso. De hecho, se le puede considerarse un neonazi por su posición ideológica, histriónicamente vociferada: supremacista blanca, profundamente racista y xenofóbica, patriarcal y defensora a ultranza del capitalismo más hiper explotador, con un marcado acento nacionalista. El gabinete con el que asumió lo deja ver de forma palmaria: eligió lo más recalcitrante de su país, reaccionarios y arrogantes, buena parte de ellos y ellas, millonarios como él mismo. Acorde a sus promesas de campaña, su énfasis está puesto absolutamente en salvar el capitalismo estadounidense- que presenta este mencionado empantanamiento- y el papel hegemónico que ha venido jugando su país en todo el siglo XX, tomando el avance de China como su principal problema a afrontar.

Su retórica, sin dudas, es más la de un matón a sueldo, un pendenciero buscapleitos que la de un profundo estadista. Mentiroso como el que más, sigue viendo a su país como una gran empresa privada a administrar, cual si se tratara de las inmobiliarias que lo tornaron millonario (a base de continuos engaños y manejos turbios, por cierto. “Es un embustero vendedor de vehículos usados, un charlatán”, lo definió alguien). En su ejercicio como mandatario recuerda más a vaqueros de las archiconocidas- y absurdas- películas hollywoodenses que a un sesudo analista de la geopolítica. “¿Por qué tenemos a toda esa gente de esos países de mierda llegando aquí?”, dijo refiriéndose a inmigrantes del Sur global.

Aplica sanciones a discreción (aranceles) porque “no le gusta” lo que hacen presidentes de otros países (Petro encarcelando a Uribe, Lula encarcelando a Bolsonaro, por ejemplo). Establece una recompensa de 50 millones de dólares por la captura del presidente Maduro de Venezuela como si estuviera en una película del Far West. Da un ultimátum a Rusia para que finalice la guerra en Ucrania (de lo cual el Kremlin se ríe) y dice perdonar la vida a Alí Khamenei, el líder religioso de Irán, en un supuesto acto de buena voluntad, mientras construye una cárcel rodeada de caimanes para encerrar inmigrantes indocumentados. Su arrogancia no tiene límites, tal como, en realidad, no la tiene el país al que representa. Quizá Trump lo actúa de un modo muy teatral, sin anestesia, pero todos los mandatarios de la Casa Blanca, en mayor o menor medida, se comportan así. ¿Será ese su “destino manifiesto”?

Pasados ya varios meses de su asunción, puede verse que hay mucho más de mediático en su discurso que de resultados reales obtenidos. Al igual que Javier Milei en Argentina- está de moda ser grosero e irreverente, parece- carga una motosierra contra todo lo que le resulta un obstáculo. De hecho, es un transgresor total: convicto de una veintena de delitos federales, dos de ellos muy graves: intento de golpe de Estado en el 2021 y manejo ilegal de documentos oficiales secretos de seguridad nacional, gracias a su condición de mandatario todopoderoso, aun contraviniendo la ley, ejerce sus funciones como presidente. Su mensaje claro es de impertinencia absoluta, prepotencia total y aplastamiento del rival. Como se dice en México y Centroamérica: “El que manda, manda. Y si se equivoca, ¡vuelve a mandar!”

La derechización mundial en modo crecimiento

Desde hace algún tiempo, en muchos países se va asistiendo a un proceso de derechización creciente, con ribetes claros de neofascismo. La llegada de Trump a la Casa Blanca lleva esa modalidad a extremos peligrosos. Su estilo bravucón, saltándose leyes e insultando abusivamente a quien ose cuestionarlo, es un mal ejemplo para el mundo. Agnès Callamard, Secretaria General de Amnistía Internacional, manifestó los terribles peligros del “efecto Trump” al presentar el Informe “La situación de los derechos humanos en el mundo: abril de 2025” de dicha organización: “Transcurridos 100 días de su segundo mandato, el presidente Trump sólo ha mostrado un total desprecio hacia los derechos humanos universales. Su gobierno ha atacado con rapidez e intencionalidad esenciales iniciativas e instituciones estadounidenses e internacionales que se crearon para hacer de nuestro mundo un lugar más seguro y más justo. Su ataque sin cuartel a los conceptos mismos de multilateralismo, asilo, justicia racial y de género, salud global y acción climática necesaria para salvar vidas está agravando el considerable daño que ya han sufrido esos principios e instituciones, y animando aún más a otros dirigentes y movimientos contrarios al reconocimiento de derechos a unirse a su embestida” (Callamard: 2025). Dado el lugar prominente que tiene el presidente de la primera potencia capitalista mundial, su ejemplo termina siendo- lamentablemente- la fuente donde muchos otros aprendices de dictadores pueden inspirarse. En tal sentido es muy pertinente, por tanto, hablar de un “efecto Trump”.

Definitivamente, no es un “loco” puesto en el poder, un enfermo mental desequilibrado- aunque su histrionismo pueda hacerlo ver así-, sino que responde a un determinado proyecto político del llamado Estado profundo (los verdaderos dueños del poder: Wall Street, las Big Tech de Silicon Valley, el complejo militar-industrial): intentar detener el crecimiento de China. O, al menos, buscar complicarlo, ponerle obstáculos. Como todas las grandes civilizaciones habidas en la historia, léase: los imperialismos más desarrollados, alcanzan su cenit, y luego caen. ¿Por qué no le sucedería lo mismo a Estados Unidos? Sus insolentes fanfarronerías bravuconas no alcanzan para recuperar el terreno perdido. Mientras China quintuplica la inversión en investigación y desarrollo promoviendo la más admirable ciencia de vanguardia, Trump cierra universidades. Sin dudas el país no volverá a sus tiempos dorados a base de gritos y amenazas.

Infulas expansionistas

Recuperar el Canal de Panamá, anexar Groenlandia, transformar Canadá en otro estado de la Unión, combatir los carteles de narcotráfico invadiendo México, cambiar el nombre al Golfo de México, la promesa de acabar con las guerras más mediáticas (Ucrania y Medio Oriente) en un santiamén, poner aranceles a todo el mundo buscando el regreso de la industria deslocalizada al territorio propio, deportar a 12 millones de latinos indocumentados, echar a medio mundo en la administración pública a través del DOGE manejado por Elon Musk- cerrando una agencia como la USAID, cara amable de la CIA, vital para la geoestrategia de dominación de Washington-, terminar con las Brigadas Médicas Cubanas, imponer un pensamiento conservador y religioso a lo interno de su país, fijar una ley “grande y hermosa” que beneficia fiscalmente solo a la clase más pudiente, golpeando más aún al ciudadano estadounidense común, declarar triunfal que los laboratorios atómicos iraníes fueron totalmente destruidos en un infame bombardeo, cuando ello no es cierto (Teherán tiene muy bien guardados sus 404 kilos de uranio enriquecido con los que puede fabricar una bomba atómica). Todo eso, siempre dicho con una narrativa de vaquero bravío, a los balazos, lanzando insultos, mostrándose “ganador”.

Más allá de la pomposa narrativa electoral de “hacer grande nuevamente” a su país, ahora que comienzan a verse los efectos reales de sus políticas, va quedando claro hacia dónde apuntan: a beneficiar cada vez más al pequeño segmento más adinerado de la gran potencia. Como dice Dora Villanueva: “La desigualdad en Estados Unidos se encuentra en su nivel más alto desde 1976, año a partir del cual existen datos comparables. Las políticas de la segunda administración de Donald Trump están ampliándola, no sólo desde el plano fiscal, con la Gran y Hermosa Ley, que recortó una gran cantidad de programas sociales, sino también con su política comercial, que incrementa los costos de productos extranjeros y amenaza con golpear sobre todo a los más pobres”.

Para mucha gente dentro de Estados Unidos esa monstruosa motosierra era el camino a seguir- por eso ganó las elecciones-. Estamos ahí ante un fenómeno que se va extendiendo (¿efecto Trump?) por distintas latitudes. Las propuestas de ultraderecha siguen ganando terreno, y las masas parecieran votar alegres por sus propios verdugos (Bolsonaro, Milei, Bukele, Meloni, neonazis en Alemania, y un largo y preocupante etcétera). Si el multimillonario Musk puede saludar en público con un gesto nazi, hoy por hoy eso, más que escandalizar a todo el mundo, a muchos les parece pasable, hasta gracioso. Pero transcurrido este primer semestre de su mandato, nada de lo vociferado en campaña se está cumpliendo, más allá de la declamación mediática. Según una encuesta realizada entre el 11 y el 14 de julio, el 55 por ciento de estadounidenses encuestados (de ambos partidos: republicanos y demócratas) desaprobaba la gestión de Trump.

La implacable relación costo- beneficio

Observado en detalle lo actuado, su administración ha significado más problemas que beneficios. Los famosos aranceles que arbitrariamente impone a quien sea, lo único que traerán será inflación, que pagará el ciudadano de a pie, con más retracción en las ventas y nada de crecimiento, a lo que habrá que agregar mayor desocupación laboral (¿más epidemia de fentanilo en puerta?). Por tanto: más empantanamiento de la economía a mediano plazo.

Economistas de excelencia, y con total objetividad, ya vaticinan que para fin del presente año Estados Unidos puede-o seguramente, va a- entrar en recesión. Las industrias deslocalizadas no están retornando, y nada indica que retornarán, porque la mano de obra más barata que obtienen en el Tercer Mundo es demasiado tentadora para los empresarios (obviamente pesan más las cuentas bancarias que el espíritu patriótico. “El capital no tiene patria”, dijo un barbudo decimonónico hoy declarado muerto…, pero que no lo está). La deportación masiva de trabajadores agrícolas trajo la fuerte protesta del empresariado del campo, que ve disminuir aceleradamente su fuerza laboral, por lo que ya van varias cosechas de diversos cultivos que se están perdiendo. Quien parecía figura clave de su administración cortando cabezas por todos lados, el magnate Elon Musk, termina peleándose en forma ridícula con Trump al mejor estilo de una telenovela barata. Más que planes bien elaborados, parece todo una pura improvisación bastante burda (aunque el proyecto es claro: salvar a la alta oligarquía; Homero Simpson puede seguir esperando y festejando el día de Acción de Gracias, o conformándose con el Super Bowl). Las guerras no terminaron y, para peor, ha subido recientemente la retórica nuclear con Rusia.
No estamos ante la posibilidad cierta de una guerra entre gigantes con armamento atómico, pero la posibilidad de errores, deslices y malos entendidos fatales no deja de estar siempre presente.

Conclusión de lo actuado en estos primeros meses: no se pasó de la payasada, siempre a favor de la élite super acomodada, y la superpotencia no está volviendo a ser grande.

rmh/mc

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