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viernes 12 de septiembre de 2025

Ni tantito así, ¡nada!*

Por Luis Toledo Sande

La advertencia, hecha por Ernesto Che Guevara, y parcialmente reproducida en el título de este artículo, suele repetirse a menudo, y debe hacerse con plena conciencia de lo que significa. El análisis de la realidad a la que aluden las palabras del Che exige tener en cuenta la compulsiva actitud mentirosa de los imperialistas, que, de tan omnipresente, puede terminar aceptada como algo natural y que sería estéril detenerse a desmentir. Incluso no solo estéril, sino hasta de mal gusto: cosa de aldeano puntilloso que pierde tiempo en el afán de devaluar lo “universal”.

Herederos de poderosas castas opresoras, los imperialistas han invertido enormes recursos en calzar su estrategia con astucia y ausencia de ética. Para colmo, las voces justicieras deben enfrentar molinos de todos los tipos, y las acosa la propia eficacia de las fuerzas contra las cuales deben alzarse.

Los orígenes de la dominación ideológica remiten a los inicios del sometimiento de unos seres humanos por otros. Se trata de una realidad que ha recorrido estadios diversos: desde grupos, tribus y pueblos enteros hasta países, en un ascenso- o descenso a los infiernos- que ha llegado a la explotación de gran parte de la humanidad por unos pocos de sus integrantes.

Según se intensificaba el braceo entre las fuerzas imperialistas y las que- fuera cual fuera el grado de claridad en tal escisión- se identificaban con la defensa de la justicia social, las primeras perfeccionaron sus medios para apabullar a las segundas. Y cuando estas, luego de haberse erigido como socialistas, se desmontaron desde dentro, las imperialistas hallaron un ambiente más favorable a sus fines, a sus intereses.

Desde los años 80 del siglo XX era evidente el traspaso de los centros académicos de Europa a las universidades de los Estados Unidos.

Ahora un presidente de probada condición delictiva, y que hasta parecería empeñado en contribuir a la decadencia definitiva del imperio, se ha propuesto limitar el ingreso de estudiantes de otros países a universidades estadounidenses.

Pero la estancia de jóvenes de distintas naciones en esos centros de instrucción ha sido una de las vías empleadas por los imperialistas para moldear conciencias y ponerlas a su servicio, como si todo fuera expresión natural de un saber presuntamente aséptico. Lo han hecho no solo en lo que respecta a la América Latina, sino al resto del mundo, incluyendo a Europa, académicamente relegada y política y económicamente sometida a la potencia del Norte.

En las maquinaciones reforzadas por los Estados Unidos con particular intensidad desde aquello años, y cuyas manifestaciones no cesan, se inscribieron veredictos tan “elegantes” y “neutrales” como que el mundo había rebasado lo moderno y llegado a la posmodernidad. Se supo que en tales “tesis científicas” subyacían imposturas intelectuales, pero la academia imperialista buscó ocultar ese hecho, y las imposturas siguieron haciendo estragos no solo entre quienes las asumían.

La noción de que el mundo era ya posmoderno implicaba que se habían consumado los valores capitalistas- los del imperialismo-, y para quienes no hubieran llegado a la posmodernidad no quedaba más alternativa que dejarse arrastrar por la “vanguardia” del capitalismo desarrollado. La recua estaría formada por la mayoría de la humanidad.

Para que nadie se planteara esforzarse por modificar esa realidad- y mucho menos por transformarla- un mediocre pero promovido vocero de la academia imperialista dictaminó que ya la historia había llegado a su final. Tal globo hegelianoide se desinfló, pero no sin haber dejado huellas, las que tal vez sigan hoy generando confusiones- resignación- aunque ya pueda considerarse olvidado hasta el nombre del personaje gris a quien se le dio apoyo para que lo inflara.

Con el concurso de poderosos recursos mediáticos y grandes sumas de dinero, la academia imperialista siguió fabricando argucias para calzar sus campañas ideológicas, vestimenta cultural para seguir imponiendo sus intereses. Distintos rótulos que acuñó para enaltecerse a sí misma y aparecer como única válida de saber y creatividad, le sirvieron de paso para enmascarar sus mentiras.

Entre esos rótulos manipuló estudios culturales como si se hablara de una realidad inventada en universidades estadounidenses, no de una actitud indagadora con altas voces en los diferentes pueblos, incluyendo los de nuestra América. En esa manipulación se ubicó la de estudios poscoloniales: a la vez que esa vertiente del conocimiento se presentaba como otro fruto de dichas universidades, se tendía un manto que propiciaba pensar que lo colonial era cuestión del pasado, mero tema de estudio.

El colonialismo seguía siendo una dolorosa realidad en distintas partes del mundo. En nuestra América- sin olvidar lo colonial que perdura en el neocolonialismo- basta citar a Puerto Rico, y en otros entornos, como África, abundan pruebas de ese hecho. En territorios asiáticos los intereses imperialistas plantaron asimismo enclaves coloniales.

Señaladamente, en 1948, como iniciativa impulsada por la pérfida Albión, madre putativa de los Estados Unidos, se creó el estado de Israel. Y allí no se entronizó precisamente el pueblo judío- aunque ese fue el pretexto- , sino la siniestra maquinaria sionista que hoy lleva a cabo contra Palestina, en el otrora espacio natural e histórico de esta, un genocidio que exhibe lo más cruento y horroroso del capitalismo.

La academia imperialista y sus voceros promovieron también términos para enmascarar la mentira. Desde el ámbito anglohablante- en particular los Estados Unidos- se lanzó un sintagma promovido para que en otros ámbitos se velaran eufemísticamente las que otros idiomas deben seguir llamándose falsas noticias. Quien desee ver y oír, apreciará cómo la índole de las noticias falsas se atenúa al hablarse de fake news.

Lejos de quedarse en ese punto, la industria mediática (ideológica) del imperialismo halló un modo “elegante” de hablar de la mentira en general. En la cultura anglosajona un gran insulto radica en tildar a alguien de mentiroso, lo cual contrasta con la pertinaz fabricación de mentiras por los medios hegemónicos, que dominan los Estados Unidos y sus cómplices. En ese contexto cultural se creó el término posverdad, que- dénsele las vueltas que se le den- se emplea para sustituir el más objetivo y real de mentira.

Todo se agrava cuando la tecnología- en cuya capitalización han campeado en gran medida las fuerzas imperialistas- se emplea para urdir y propalar falsedades. Así se ha llegado a la inteligencia artificial, que puede y debe tener usos nobles, pero en manos de esas fuerzas conduce a perversidades desinformativas. La misma expresión inteligencia artificial es discutible, pero aunque la discusión no es nada desdeñable, más fértil pudiera ser reflexionar sobre otros costados de tal realidad.

Culpar indiscriminadamente a la tecnología en general, y a la inteligencia artificial en particular, de las aberraciones generadas con su auxilio, sería como culpar a la imprenta y al cine- para solo mencionar dos ejemplos- de las monstruosidades que difunden esos medios, portadores también de maravillas. Las fuerzas emancipadoras, además, tienen derecho a usar recursos que, frutos del trabajo, son logros de la humanidad.

Pero para que dichas fuerzas puedan hacer plena y acertadamente uso de tales conquistas al servicio de causas justas, deben hacerlo del modo radical como el mambisado cubano- y otros luchadores por la libertad y la justicia- empuñaron el máuser. Ese fusil, creado y perfeccionado para destripar rebeldes que desafiaran la opresión, en manos de los mambises sirvió para luchar contra fuerzas opresoras.

Aprendieron a manejarlo para disparar con precisión, y sabían contra quiénes usarlos. Otro tanto hicieron con recursos menos sofisticados, como el machete, no concebido precisamente para la guerra. Claro que en el solo hecho de decir esto pueden los medios hegemónicos hallar asidero para hablar de terrorismo, cuando ellos dan voz precisamente a fuerzas que se valen de las peores prácticas terroristas.

Para el pensamiento dominante que tales medios representan, Simón Bolívar y José Martí serían terroristas, y no es historia antigua. Hoy, Cuba aparece en una lista de países que supuestamente favorecen el terrorismo, pese a que es ella la que ha sufrido actos terroristas de asesinos a los que el gobierno en los Estados Unidos- que manipula la lista aludida y ha puesto en ella a Cuba- les ofrece asilo y patrocinio.

La mentira puede hoy propagarse burdamente en la voz del presidente criminal que alardea de haber destruido mediante bombardeo las plantas en que Irán procura procesar uranio con fines pacíficos. Ese presidente criminal representa a una potencia genocida, la única nación cuyo gobierno ha empleado la bomba atómica para masacrar población civil, en dos ocasiones nada menos.

Con mayor uso de inteligencia artificial se urden y propalan más rotundamente mentiras diversas, contra toda ética. El mismo gobernante, delincuente convicto, que hoy ocupa la Casa Blanca, anuncia con bombos y platillos que fuerzas de su país hundieron un barco que había salido de Venezuela cargado de drogas. Y calza la “noticia” con la complicidad de su secretario de Estado, tan abominable como él, y con un más que dudoso video, sin traza alguna de credibilidad.

Se sabe que “noticias” de esa índole sirven para calzar la campaña de descrédito que los Estados Unidos traman contra Venezuela con el fin de justificar dolosamente una posible acción armada.

Pero así y todo hay quienes se lanzan a avalar la “información” sin someterla a un elemental análisis, al margen del necesario ejercicio del criterio. No debería ocurrir que medios de comunicación llamados a defender ideas revolucionarias repitan el término terrorista- y otros, como radical- con el mismo sentido que le imprimen los voceros del imperialismo.

Si ha habido una época en que ha sido el pensamiento crítico necesario, particularmente en lo que atañe a información o desinformación, la que hoy vivimos es quizás la que más ha reclamado y reclama que se ejerza con la actitud más lúcida, atenta y vigilante, para no caer en trampas. Y esa actitud incluye estar preparado para rectificar pronto y claramente si se ha caído en fullerías de tal índole.

Los riesgos se agravan porque la inteligencia natural no parece estar todo lo fortalecida que debería estar- con la preparación y la voluntad correspondientes- para enfrentar y deshacer los delirios y embelecos de la desinformación generada por poderosos medios hegemónicos. O que todavía son hegemónicos, y seguirán pugnando por serlo mientras no se alcance el mundo multipolar que se necesita, y que será fallido si no se sustenta sobre sólidas bases éticas.

En espera de esa realidad vale compartir la angustia del cineasta mexicano Guillermo del Toro. Interrogado sobre los peligros asociables con la inteligencia artificial o derivados de ella, respondió: “No me asusta la inteligencia artificial, pero sí la estupidez humana porque es más abundante”.

rmh/lts

*Tomado de Cubaperiodistas

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