Por Luis Toledo Sande
En “¡A Cuba!”, proclama publicada en Patria el 27 de enero de 1894, José Martí alabó “los diez de nuestro honor”, refiriéndose a la guerra de independencia iniciada con el levantamiento que Carlos Manuel de Céspedes encabezó en su ingenio Demajagua el 10 de octubre de 1868. Diez días después del alzamiento, el 20, se estrenó victoriosamente- ya con música y letra- La bayamesa que devino Himno Nacional.
Fertilizado por la estela de actos previos, el primero de esos acontecimientos abrió definitivamente el camino de la historia revolucionaria del país, signada por la unión de la soberanía y la justicia social. El segundo, marcado por el arte, simbolizaría el nacimiento histórico de la cultura cubana, que se fraguó en el enfrentamiento contra España, la metrópoli que oprimía a Cuba.

En la semblanza donde lo unió con Ignacio Agramonte, publicada en El Avisador Cubano, de Nueva York, el 10 de octubre de 1888, Martí sostuvo que Céspedes “no fue más grande cuando proclamó a su patria libre, sino cuando reunió a sus siervos, y los llamó a sus brazos como hermanos”. Esa conjunción de ideales posibilitó asumir de modo natural causas emancipadoras fomentadas en otras tierras. Para decirlo parafraseando una conocida máxima del propio Martí, en Cuba se han injertado los octubres del mundo, pero el tronco ha sido, y será, nuestro propio Octubre.
En la búsqueda de soberanía nacional y justicia popular se fundó lo que suele llamarse orgullo de ser cubano. Bien entendido y cultivado, estará libre de superficialidad regionalista, y se abrazará con la satisfacción de ser cubano digno, actitud no basada en solvencias y comodidades. Que a menudo se ha fortalecido frente a penurias propias y “ajenas”, lo prueban hermosas páginas de internacionalismo en misiones médicas y educacionales en distintas partes del mundo, y en la lucha contra el colonialismo y el apartheid en África.
Pero los enemigos de la nación cubana y sus afanes no han descansado ni descansarán en su empeño por aplastarla y borrar su ejemplo. Intentan erradicarlo, junto con la voluntad de su pueblo de seguir enfrentando maniobras en las que sus enemigos cuentan no solo con un gran poderío económico, militar y mediático, sino también con el empobrecimiento ético del mundo y, en primer lugar, el suyo propio.
Tal empobrecimiento se une al declive del imperio en que ellos tienen cuartel general y un Pentágono donde se aloja lo que el actual césar rebautizó como Secretaría de la Guerra. No es un acto de franqueza, sino de desfachatez, y confirma la índole de una potencia agresiva que busca imponerse por todos los medios, incluyendo saqueos y asesinatos. Lo confirma- entre otros hechos- su connivencia en crímenes de lesa humanidad con el Israel sionazi.

Prácticamente desde el mismo triunfo de la Revolución Cubana los Estados Unidos urdieron el bloqueo que le impondrían a Cuba con la declarada intención de que el gobierno revolucionario perdiera el apoyo mayoritario que le brindaba el pueblo. Así no solo buscaban, y buscan, empobrecer materialmente al país bloqueado, sino también menguar en sus habitantes el orgullo de ser cubanos y cubanas. Desvergonzadas campañas propagandísticas han servido a ese afán del imperio, con la complicidad de quienes no han estado dispuestos a enfrentar las penurias provocadas por él.
Desde el lado del mal- su lado- el imperio ha tenido en mente un hecho que José Martí veía con la voluntad de que los pueblos de nuestra América, incluido el cubano, cultivaran la bondad y la cultura para ser dichosos y libres. El autor de este artículo ha centrado otros- reciente uno de ellos- en aclarar por qué Martí, un ser humano extraordinario que no necesitaba prosperidad material alguna para tener la conducta que lo caracterizó a lo largo de su vida, sostuvo que “en lo común de la naturaleza humana”, en la que él no cabía, “se necesita ser próspero para ser dichoso”.
Los ideólogos imperialistas, malvados, pero no tontos, y que nada confían a la espontaneidad, sabían que los logros de Cuba en salud pública, educación y deportes, y en la defensa de la equidad, elevarían en el pueblo cubano, junto con el orgullo antes mencionado, su apoyo al proyecto revolucionario. Y aunque la mengua de esa fuerza ni de lejos sea toda la que los imperialistas quisieran, sus pilares pueden disminuir.
Aun cuando la causa mayor de tal realidad sea exógena en lo fundamental- el bloqueo y la múltiple maquinaria que lo calza-, no vale descartar el efecto de las deficiencias internas. La prolongada permanencia del bloqueo, apoyado por su poderío mediático, puede terminar haciéndolo poco visible para muchas personas: en particular para las que, nacidas después de la imposición de ese engendro, van siendo amplia mayoría.
Otra perversidad que los enemigos de Cuba pueden buscar radica en que algunas medidas con que el país intente revertir las penurias causadas por el bloqueo laceren el ánimo y la sensibilidad del pueblo y su respaldo al proceso revolucionario. Se está ante una tragedia planificada, promovida y prevista milimétricamente, con enormes recursos e ilimitada astucia criminal. De esa tragedia es necesario salir no solo con suma honradez y legitimidad justiciera, sino con gran inteligencia.
Lograr tal enlace de aciertos puede ser difícil, y con todos sus mecanismos y peculios- abundantes, como su cinismo- el enemigo imperialista hará cuanto sea posible para impedir que Cuba salga airosa. Una argucia en marcha será excluirla, una vez más, de las llamadas Cumbres de las Américas. En medio del bloqueo que le ha menguado grandemente su erario, Cuba se ha visto obligada a buscar salidas como el turismo, con la idea de alcanzar beneficios que otros países pueden lograr con recursos naturales como el petróleo y otros, pero tampoco están a salvo de la codicia imperialista.
Aunque ya no se hable de eso, en pos de soluciones indispensables para bien del pueblo este, o parte de él, puede haber sentido y sufrido golpes opuestos al espíritu necesario para enfrentar los retos. Recordemos la prohibición- felizmente ya dejada atrás- que impedía a los nacionales entrar en hoteles reservados para los turistas (extranjeros) a quienes se debía proteger porque se consideraban fuente de salvación para el país.
Ya en otros textos, sobre todo en uno de ellos, el articulista abordó lo relativo a la decisión de seguir construyendo hoteles para el turismo, aunque los que existen estén lejos de su ocupación plena. Sucede cuando la precariedad de la vivienda aumenta y ocasiona incluso muertes por derrumbes, a pesar de la voluntad y los esfuerzos hechos para revertir esa precariedad: ninguno más efectivo quizás que las microbrigadas promovidas por Fidel Castro, El Líder de la Revolución.
Mientras tanto, la hostilidad imperialista ha seguido arreciando, y logra que mermen las ya mencionadas conquistas cubanas en esferas como la salud, la educación y los deportes. De momento actúa por la vía económica, financiera y comercial, y mediática, aunque- menos aún en las circunstancias internacionales imperantes- no haya por qué descartar otras, como acciones militares y terroristas a las que acudió en distintos momentos. Octubre es también el mes en que terroristas amparados por los Estados Unidos hicieron estallar en 1976 un avión civil cubano en pleno vuelo, con decenas de pasajeros a bordo.
Hacia los deportes se ha desplazado en parte la ofensiva anticubana que años atrás era más visible en las esferas del arte y la literatura, aunque en ellas tampoco amaine hoy, y la salud pública se resiente no solo por carencia de medicamentos y otros recursos. Del papel de la acción enemiga en ese deterioro hablan hechos como el intento del gobierno estadounidense de privar a Cuba del oxígeno necesario para salvar enfermos durante la mortífera pandemia de covid-19.
Pese a todo, la índole justiciera del proyecto revolucionario permitió que el país creara contra el sarscov-2 varias vacunas de probada eficacia, a despecho de las campañas de los imperialistas para denigrarlas y que Cuba no las pudiera comercializar. Ahora la escasez de medicamentos se agrava con lo que representan contra la higiene- base de la salud pública- la cantidad de basura que inunda las calles y la escasez de recursos le dificulta al país bloqueado eliminar.
Mientras tanto, el pueblo sufre los efectos de decisiones en las que se confió como una vía para paliar las consecuencias del bloqueo. Pero incluyeron, en lo más visible, modos de privatización que no pocas voces estiman precipitadas o desmedidas, y cuyos frutos no se aprecian sensiblemente en aumentos de la producción ni en beneficios disfrutados por la mayoría del pueblo, sino en relaciones comerciales que le hacen más amarga la vida y disparan las desigualdades.
Han sido pasos verbalmente sustentados desde proclamaciones de pragmatismo y, aunque haya sido así por ignorancia o desprevención, el pragmatismo no es el mejor sinónimo de sentido práctico, sino expresión de la ideología capitalista.
A los resultados de tales pasos se suma un hecho sobre el cual todavía el pueblo espera la debida información: la voz que más entusiastamente defendió tales medidas- aduciendo que no eran parte del problema, sino de la solución- terminó arrestada, según se dijo, por actos de corrupción y de traición explícita. No debe asombrar que de distintos modos se manifieste el disgusto popular.

No es un dato menor que el principal aliado de los Estados Unidos en su afán de asfixiar a Cuba sea el otro gobierno que en la ONU vota en favor de mantener un bloqueo repudiado por la inmensa mayoría del mundo. Para dar una idea de la identificación criminal entre esos dos gobiernos, basta apuntar lo que Donald Trump le dijo entre sonrisas a su compinche Benjamín Netanyahu en su discurso de la farsa con que en Egipto se tramó un amañado, hipócrita y falso cese el fuego en Gaza, después de haber sido ellos dos los mayores responsables de ese delito de lesa humanidad: “Nuestras armas son buenas, y tú las usaste bien”.
Contra esas fuerzas le corresponde a Cuba defender su derecho a la vida y los valores de su cultura. No es cuestión de teoricismo ni de mera propaganda. La base para que el país revierta los efectos de las maniobras imperialistas estará en sus logros contra las penurias que le impone el bloqueo. Pero también es necesario desplegar la más lúcida labor en el terreno de las ideas, con la educación como un sistema no limitado a la escuela, aunque también ésta debe fortalecerse. Las ideas estarán bien defendidas si se toman las mejores decisiones, y con el ejemplo personal de quienes deben tomarlas y encabezar su defensa.
El pueblo que sufre las consecuencias del bloqueo y de los errores internos es el mismo que ratifica su apoyo al proceso cubano cotidianamente, y con su participación en marchas como las de cada Primero de Mayo o en respaldo al pueblo palestino. En toda la lucha por librar- y que tenemos el deber de llevar a cabo con la mayor inteligencia posible- contamos con un legado que remite a los diez años de nuestro honor, primera década de una historia que es nuestra responsabilidad mantener viva.
No podemos sentirnos satisfechos mientras pululen en nuestras calles personas que, aunque sean o se crean minoritarias, ostentan en su vestimenta, o en vehículos, la bandera de la nación cuyo gobierno intenta aplastarnos. No es cuestión teórica o de meras consignas, sino reclamo de la honra que se ha sembrado en la soberanía nacional y el sentido de equidad resumido por el Comandante en Jefe, Fidel Castro, en la víspera de la epopeya de Girón. Entonces definió lo que era y debe seguir siendo “la Revolución socialista y democrática de los humildes, con los humildes y para los humildes”.
En la defensa de esa Revolución se situó en 1962 la firme actitud de Cuba durante la Crisis de Octubre, y en sus derivaciones. A ello se refirió otro gran revolucionario- asesinado en otro octubre, el de 1967- cuando en su carta de despedida para partir a otras tierras del mundo le escribió al Líder que personificó aquella actitud: “Pocas veces brilló más alto un estadista que en esos días, me enorgullezco también de haberte seguido sin vacilaciones, identificado con tu manera de pensar y de ver y apreciar los peligros y los principios”.
Al cierre de la actual Jornada de celebración de la Cultura Cubana tenemos el derecho y el deber de proclamar, para seguir haciéndola realidad, la decisión de ser fieles a los octubres de nuestro honor.
rmh/lts
*Tomado de Cubaperiodistas