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sábado 13 de diciembre de 2025

Derechos Humanos: negaciones, apropiaciones y resistencias

Por Ernesto Espeche

La derecha niega, se apropia, o niega para apropiarse. Resistir, en cualquier caso, supone una disputa crucial en el terreno de la memoria. ¿Hay una memoria de la resistencia?

ooooOOOoooo

Cuando me paré frente a aquel auditorio sentí que tenía que justificar la potencia de las políticas públicas en derechos humanos en el Sur del Sur. De espaldas, el Mar Mediterráneo. De frente, investigadores y activistas españoles, alemanes y argentinos. Tomé aire y me deshice del abrigo liviano que cargaba. Las jornadas sobre Memoria Histórica, Identidad y Trauma, organizadas por la Universidad de Alicante, se desarrollaban con el clima templado de aquel Septiembre de 2011. Me extendí unos 20 minutos y me dispuse, ya más calmo, a participar de la discusión posterior.

Creo haberme detenido en la doble acepción de la idea de potencia: como intensidad y como posibilidad. El impulso de la política gubernamental en materia de derechos humanos- inédita, aluvional- nos empujaba por entonces al desafío de movernos sin mapas por escenarios desconocidos. En efecto, las administraciones de Néstor Kirchner (2003-2007) y Cristina Fernández (que promediaba el primero de sus dos mandatos) contactaron con la lucha histórica de las organizaciones de derechos humanos argentinas, un movimiento excepcional en la región y en el mundo por su relevancia en la escena política durante la última experiencia dictatorial y las décadas que siguieron.

¿Por qué fui tan lejos, tan atrás? Trataré de aproximarme. Quiero volver al título. Retomo desde allí.

Por estas horas se conmemora el Día Internacional de los Derechos Humanos. La fecha, el 10 de Diciembre, fue instituida por Naciones Unidas dos años después de que ese organismo proclamara la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El documento que resultó hace un fino equilibrio entre las tensiones propias de la naciente Guerra Fría y los intentos de saldar los daños causados por el nazismo y el fascismo durante la Segunda Guerra Mundial y los años previos. Un texto elaborado a tres manos: el capitalismo occidental, el bloque socialista y los países no alineados. Resultado: derechos civiles y libertades individuales, sí; derechos económicos, sociales y culturales; también; derechos de los pueblos a su autodeterminación, por supuesto. La declaración no obliga sino a partir de pactos a los que cada país puede o no suscribir. Pero fue un punto de partida, o un recomienzo bajo nuevas condiciones, o una forma de barajar y dar de nuevo. La condición humana: ese era el asunto a pensar a la salida de la oscuridad. Aunque hay más. El nacimiento del paradigma internacional de derechos humanos fue, en espejo, el nacimiento de su utilización política para justificar injerencias, intromisiones y otras guerras.

Lejos de aproximarme, me estoy alejando. Vuelvo a intentar un anclaje.

La fecha elegida para dar inicio a la etapa posdictatorial argentina tuvo una fuerte carga simbólica: el 10 de Diciembre de 1983 se abría el tiempo de los derechos humanos allí donde, hasta ese día, reinó el terror. Con la restauración democrática se cristalizó el antagonismo Democracia – Dictadura como eje ordenador de la dinámica política. ¿Usted está a favor de la paz o de la violencia? Es simple, no hay lugar para dudas. Entonces está con nosotros. Felicitaciones. Bienvenido. La nueva contradicción principal desplazó a las viejas dicotomías que, con más o menos fuerza, se sostuvieron durante buena parte del siglo XX: Clase Obrera o Burguesía, Nación o Imperio; Patria o Colonia; Pueblo u Oligarquía. No hay lugar para dudas ni para nostalgias. La rememoración de viejas divisiones es el caldo de cultivo para la violencia. ¿Usted no quiere eso, verdad?

Dos años después, en la misma fecha, se conoció la sentencia del Juicio a las Juntas Militares. Tribunales ordinarios condenaron a un puñado de jerarcas militares en lo que se considera un hecho sinigual. Pero la impunidad y los indultos no tardaron en sancionarse ante el fantasma populista de un juzgamiento masivo a los represores y sus cómplices. Y en ese itinerario, la agenda económica, las crisis cíclicas y la exclusión social comenzaron a ganar centralidad.

Admito mis límites, aunque no podría describirlos con rigor erudito. Algo así como una fuerza de fricción me detiene, me conduce en un sentido diferente al que pretendo dirigirme. Resisto. Vuelvo a intentarlo.

El encuentro de activistas e investigadores del que participé en Alicante pudo realizarse gracias a la gestión de la profesora Irene Prufer Leske. Fue ella quien me invitó especialmente. Alemanes y españoles discutieron mucho; sólo pudieron encontrarse en el intento fallido por comprender el caso argentino. Poco en común, salvo la extrañeza frente a una distancia epistémica de dimensiones atlánticas. El nazismo y el franquismo habían dado paso a estrategias bien diferentes- eso era obvio y hasta irritante para unos y otros- pero en ninguna de ellas podía traducirse el dialecto rioplatense. Ni el punitivismo alemán ni el Pacto de la Moncloa tendrían lugar en el Cono Sur. Aquí fue diferente. Aquí el peso del movimiento social fue determinante, y lo fue más allá del perfil de los gobiernos y las pretensiones de establecer una memoria oficial. ¿Cómo traducir esta experiencia? ¿Cómo dialogar con ella? Entonces pensamos en convocar a los fantasmas de los Borges, los Kafka, los Cervantes: se trataba de encontrar un registro común, de habitar el orden de lo universal, una lengua que ayude a reconocer lo absoluto en las particularidades de cada quien. ¿Hay acaso alguna memoria, alguna identidad o algún trauma que no esté, en esencia, situada?

Vuelvo. Tantos rodeos sólo pueden explicarse a partir de una dificultad: ¿cómo es posible dar cuenta del desmantelamiento de las políticas públicas de derechos humanos por parte de un gobierno, como el argentino, que ha tenido el respaldo electoral? Asumir que la mayoría de la sociedad- incluso millones de jóvenes nacidos en tiempos democráticos- reivindica lo actuado en el marco del Terrorismo de Estado equivaldría a hundirme en una lectura apocalíptica y apresurada. No tengo a mano, sin embargo, elementos de peso que me ayuden a desestimarla por completo. En todo caso, sería atendible- aunque también preocupante- pensar que el paradigma de los derechos humanos perdió centralidad en la escena política. De ser así, no sucede del modo en que eso ocurrió luego de la sanción de las leyes de impunidad durante finales de los 80 y comienzo de los 90: por entonces, el olvido y la negación del horror venían acompañados por la retórica celebratoria del supuesto fin de las ideologías. Olvidar era perdonar, y reconciliar, y cerrar heridas. Pretensiones naif que, por supuesto, no pudieron afirmarse más que por unos pocos años. Ahora, en cambio, el vaciamiento toma el tono beligerante de las arengas discursivas del oficialismo contra el movimiento de derechos humanos, los sobrevivientes de los años 70 y el activismo por la memoria. Vaciamiento que- hay que decirlo- es engañoso porque opera una forma de memoria sustituta, afín a los proyectos de empobrecimiento, expoliación y saqueo que tienen lugar en el presente. Resistir, en cualquier caso, supone una disputa crucial en el terreno de la memoria. ¿Hay una memoria de la resistencia?

rmh/ee

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