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jueves 18 de diciembre de 2025

Chile. Con la esperanza viva

Por Gustavo Espinoza M.

Singular algarabía ha suscitado en los predios de la Mafia peruana la victoria electoral de José Antonio Kast en Chile. Los voceros de la ultra derecha, que hace cotidianas gárgaras del anti comunismo más ramplón, han dedicado virtualmente todos sus programas y sus sesudos “análisis políticos” a exaltar los resultados arrojados ayer por las ánforas en la patria de Lautaro y han asegurado, con singular desparpajo, que se ha tratado de una “victoria de la democracia”.

Ciertamente que no lo es. Cuando triunfa el fascismo, no se puede hablar de un triunfo de la democracia. Es precisamente la democracia lo primero que está en peligro. Y la experiencia mundial lo ha confirmado a través de la historia en todos los rincones del planeta.

El hecho que esta vez la imposición se haya procesado mediante el sufragio, no convierte la acción en una “respetable voluntad democrática”. En su tiempo, Mussolini también ganaba elecciones. Pero para no quedarse en el pasado remoto, bien puede recordarse que incluso Donald Trump ganó elecciones y eso no convirtió a su administración en una respetable opción democrática.

Ocurre simplemente que el fascismo- como el lobo- se viste con piel de cordero, pero no cambia su esencia. Puede ofrecerse hoy como “amigo” nuestro, pero todos deben saber que su contenido es el mismo y que sus afanes asomarán antes de que algunos se den cuenta.

Hay diversas maneras de analizar un resultado electoral. Algunos aquí han dicho ya que la derrota de Jeanette Jara ha sido una suerte de “castigo popular” derivado de un proceso alambicado de “reformas” desarrollado de manera poco coherente por quienes detentaron el Poder en los últimos años.

Por lo menos en parte, puede leerse así, pero, en verdad, ha sido más bien la demostración de un insuficiente trabajo político por parte del conjunto de la izquierda chilena.

No es, entones, que el pueblo se haya “desencantado” de una opción progresista, sino más bien que aún no ha madurado lo suficiente como para otorgar su confianza plena a los sectores más consecuentes en la lucha por la transformación de la sociedad. O, si se quiere, la muestra que los sectores más avanzados han trabajo de manera todavía insuficiente y no han logrado aún ganar para su causa a la mayoría de la población.

Por una u otra vía, se arriba a una misma conclusión. La experiencia revolucionaria de las masas y el trabajo de sus organizaciones de vanguardia no han sido desarrolladas como para captar la adhesión de gentes que, formando parte incluso de segmentos populares, terminan finalmente votando por la derecha más reaccionaria porque ella les ofrece una aparente “tranquilidad pública”.

En el fondo, se trata de un problema referido a la educación política de las masas que debe complementar la capacidad de pensar de la gente, con las experiencias concretas que le arroja un fenómeno que, sin embargo, para algunos pasa aún desapercibido: la lucha de clases.

Chile es un país que cuenta con una muy rica historia. No sólo ha vivido bajo dictaduras oprobiosas, sino también ha tenido valiosas experiencias de vida democrática, Y es lógico suponer que no necesariamente el integro de su población ha sacado, en todos los casos, las lecciones pertinentes de esas enseñanzas.

Siempre será necesario martillar con ellas sobre el cerebro de millones para que reparen cabalmente que no es lo mismo “ser fascho” que ”comunacho”, como socarronamente aseguran los que no conocen la historia ni les importa ella; y terminan por eso dando su aporte electoral a la ultraderecha.

Insistir en la educación de millones, entonces, es la tarea no sólo urgente, sino también indispensable e ineludible. Y no es sólo responsabilidad de una Vanguardia, sino reto de todo el pueblo.

Y educar a las grandes masas pasa siempre por rendir culto a la historia. Y en eso, Chile tiene una de las más ricas de América Latina, desde los años de Manuel Rodríguez y Luis Emilio Recabarren, hasta nuestros días.

Ella pasa por grandes figuras que nunca podrán ser olvidadas: Salvador Allende, Pablo Neruda, Víctor Jara, Martha Ugarte y muchísimos más, que ofrendaron sus vidas para que hoy Chile viva sin dictadura.

Ellas no “pertenecen al pasado”. Viven en la historia, en la memoria y en el corazón de los pueblos. Y si hay algunos que no lo aceptan aún y terminan dando un respaldo puntual y precario a un consorte del fascismo, hay que insistir en la lección: la educación de las masas es tarea de siempre.

La historia de América Latina es una sola, Formamos parte de lo que Simón Bolívar considero en su tiempo “La Patria Grande”.
Lo que ocurre en una parte de América nos involucra a todos porque nos afecta en un sentido u otro. La suerte de un pueblo se juega hoy en un territorio y mañana en otro, pero es la suerte de un mismo pueblo.

En otras palabras, hoy más que nunca, como Salvador Allende, hay que decirle a Chile entero y a través de él a la Patria Grande: «Tienen la fuerza podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza».

Para todos los pueblos, con la esperanza viva, la lucha sigue intacta.

rmh/gem

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