Por Leonid Savin
El historiador estadounidense Niall Ferguson señaló sobre Estados Unidos en 2019 que «Ya no vivimos en una democracia. Vivimos en una emocracia, donde las emociones gobiernan en lugar de las mayorías y los sentimientos importan más que la razón. Cuanto más fuertes sean tus sentimientos, cuanto mejor seas para entrar en un ataque de indignación, más influencia tendrás. Y nunca uses palabras donde los emojis sean suficientes”.
Ferguson pone ejemplos de los últimos años en Estados Unidos, desde debates entre políticos hasta titulares a medida en los medios de comunicación políticamente comprometidos para crear una tormenta de indignación y, por tanto, polarización social.
Otro autor, Gerald Flurry, profundiza en este tema: «Cuanto más alto expreses tus emociones incontrolables, ¡más creíble serás! Así es nuestro mundo hoy. Dios nos dio las emociones, pero también nos dio su ley que nos muestra lo que está bien y lo que está mal para que podamos controlar nuestras emociones. De lo contrario, las emociones descontroladas y desenfrenadas nos llevarán al desastre».
Ambos autores escribían en el contexto de la administración Trump y los furibundos ataques de los demócratas contra él. Sin embargo, no se trata solo de la oposición republicanos vs demócratas. Parece que el razonamiento y la racionalidad en Occidente se han olvidado (así como Dios), dejando espacio a las emociones. De ahí el grotesco discurso de Greta Thunberg en la ONU, que se convirtió en meme y motivo de burla. O los gritos del artista polaco Bartosz Bielenyi en el Parlamento Europeo, que fueron aplaudidos por los eurodiputados. Muy cercano a la emocracia es el comportamiento de políticos y activistas ucranianos que gritan a sus oponentes durante los debates o escenifican actuaciones demostrativas con pintura roja en ciudades europeas.
Incluso el Secretario de Estado de EEUU, en lugar de hablar de temas serios, a su llegada a Kiev se va a un bar donde toca la guitarra y canta una canción. Puede que no sea tan emotivo como los discursos de ecologistas o activistas políticos (uno de ellos se clavó el escroto en la Plaza Roja en noviembre de 2013). Pero Antony Blinken ha demostrado, de alguna manera, que él también ha caído en el pantano de la emocracia.
Para ponerlo en terminología, la emocracia es una ilusión de democracia en la que la fuente de opinión no es un conjunto compartido de valores, sino ciertas emociones. Éstas evocan fuertes sentimientos ante unas elecciones, una represalia militar o un acontecimiento deportivo.
Pero no se trata sólo de un elemento del populismo político, como podría parecer a primera vista. El teórico político australiano Stephen Chavurah amplía el concepto de emocracia describiendo el «cambio sutil, pero increíblemente profundo» que se ha producido en Occidente en las últimas décadas: «Del derecho a buscar la felicidad al derecho a ser feliz». Chavurah sostiene que para muchos hoy en día, «el resto de la sociedad gira en torno a mis sentimientos, asegurándose de que no soy infeliz».
En otras palabras, se trata de narcisismo hipertrofiado y egocentrismo, como dirían los psiquiatras. En resumen, una situación en la que alguien cree que el mundo entero le debe algo y que es libre de hacer lo que quiera.
Así es como se comportan los liberales progresistas, conocidos como woke, en Estados Unidos. Debido a su falta de educación y de un comportamiento cultural básico, estos individuos derriban monumentos a figuras históricas, muestran falta de respeto por los puntos de vista de sus compatriotas que difieren de los suyos (y, por supuesto, de todos los demás en el extranjero) y hacen propuestas ridículas bajo la apariencia de una patética preocupación por un tema.
Pero no sólo en Estados Unidos el alarde de emociones negativas ha provocado la muerte de procedimientos democráticos bien conocidos. En particular, la salida británica de la UE se ha examinado precisamente en el contexto de la política emocional. Una publicación académica sobre el tema observó acertadamente que «la ansiedad lleva a la gente a buscar más información, mientras que la ira hace que se cierren a nuevas fuentes de información y confíen en actitudes preexistentes». Del mismo modo, la esperanza y el entusiasmo se asocian con mayores niveles de interés y participación en las campañas, mientras que la ansiedad y la ira afectan a la tolerancia política.»
Así lo confirman las prácticas manipuladoras, también en lo que se refiere a Rusia: toneladas de publicaciones en los últimos años han tenido como objetivo despertar la ira en los consumidores de información y, en consecuencia, conducirlos a determinados marcos de prejuicios para mantenerlos en un estado de neurosis permanente.
Profundizando en el análisis de la relación entre emociones y política, otra publicación académica sobre el tema afirma que «las emociones individuales y colectivas se entrelazan en los nodos de las estructuras sociales, influyendo en las percepciones y acciones de la política global». El autor describe el proceso de múltiples capas de las emociones en la vida cotidiana a través de una red de nodos interconectados e interrelaciones bajo cuatro temas dominantes: la confrontación colectiva, la participación política, la legitimidad del Estado y el uso que éste hace de los medios de comunicación para expresar determinadas emociones.
Este tema se desarrolla afirmando que «las emociones no existen de forma aislada, sino que operan dentro de un marco geopolítico y geocultural más amplio que depende de las condiciones espaciales y temporales que conforman su interpretación e identificación». En este contexto, se argumenta que el estudio de la «sensibilidad y la emoción» es fundamental para comprender la sociedad.
Para entender la relación entre emociones y sensibilidad, se introduce el concepto de «ecología emocional», destacando tres de sus características: las emociones colectivas derivadas de similitudes compartidas, el «marco de referencia» asociado a cada emoción y que le confiere un significado particular, y los grupos de prácticas emocionales. Diferentes aspectos confluyen para facilitar la configuración de experiencias e interacciones sociales, dotando de significado a los sentimientos y sus resultados, lo que se asemeja a la asociación emocional.
Ambos conceptos, asociación emocional y ecología emocional, tienen importantes implicaciones para comprender la dinámica del miedo y la ansiedad en el contexto de las zonas de guerra, las violaciones de los derechos humanos, la trata de personas, las disparidades sanitarias y la discriminación racial y étnica.
La autora cree que la investigación futura en este ámbito puede profundizarse en varias direcciones.
En primer lugar, explorar las interrelaciones entre las emociones, en lugar de basarse únicamente en un aspecto emocional, supondría un importante paso adelante en la comprensión de las complejidades de la política. En la vida cotidiana, las personas experimentan y expresan una serie de emociones, a menudo simultáneamente. Entender cómo estas emociones múltiples interactúan e influyen en las actitudes y percepciones políticas representa un área de investigación prometedora para los académicos.
En segundo lugar, los investigadores también podrían estudiar la interconexión de las emociones. La interacción entre diferentes identidades sociales como la raza, la clase, el género y las emociones en un contexto político requiere más investigación.
En tercer lugar, se necesitan estudios comparativos transculturales y transnacionales que exploren cómo influyen las emociones en la política en diferentes sociedades, culturas y sistemas políticos.
En cuarto lugar, e igualmente importante, se exploran las dimensiones emocionales de las cuestiones medioambientales.
La investigación sobre cómo emociones como el miedo, la esperanza o la apatía influyen en las percepciones públicas, la elaboración de políticas y la acción colectiva relacionadas con el cambio climático o las cuestiones medioambientales merece más atención. Por último, es necesario investigar más sobre cómo afectan las emociones a la resolución de conflictos, la consolidación de la paz y los procesos de negociación.
Comprender cómo afectan las emociones a los esfuerzos de reconciliación y a los acuerdos de paz puede mejorar las estrategias de resolución de conflictos. La emoción en la política sigue siendo un campo de estudio emergente, que ofrece ricas oportunidades para la investigación interdisciplinar y una mayor exploración de la compleja interacción entre los sentimientos, el poder y la dinámica social.
Sin duda, estas sugerencias son importantes para comprender lo que le ha ocurrido a la sociedad occidental. Pero si se lee entre líneas, es fácil ver que las orientaciones de esta investigación también proporcionarán herramientas sobre cómo gestionar mejor las emociones y hacia dónde dirigirlas. Y en el contexto del aturdimiento general en Occidente, esto hará que el electorado de estos países sea aún más vulnerable a la casta de los tecnólogos políticos locales.
rmh/ls