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martes 3 de diciembre de 2024

John W. Cooke y su legado

Este 19 de septiembre no debió pasar inadvertido porque se cumplió un nuevo aniversario del deceso de John William Cooke, fallecido en 1968 a consecuencia de un cáncer cuando apenas contaba con 49 años.

Por Atilio Borón

Colaborador de Prensa Latina

Cooke integra una selecta galería de notables pensadores críticos, en su caso adscripto al peronismo revolucionario -enriquecido por las enseñanzas del marxismo y su paso por la Cuba revolucionaria-, mismos que han sido relegados al olvido no sólo por el pensamiento dominante, lo que sería comprensible pero también imperdonable, sino asimismo por el nacionalismo popular y las fuerzas políticas de izquierda.

Pienso en autores como Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, Rodolfo Puiggrós, Juan José Hernández Arregui, David Viñas, Héctor Agosti, Milcíades Peña y Ernesto Giudici, astros que brillan por su ausencia.

En una Argentina en la cual la discusión política está atrapada en las redes del esoterismo reaccionario de Milei y en la insulsa charlatanería de sus funestos tahúres financieros, el retorno a aquellos grandes pensadores seguramente podría ayudarnos a iluminar un camino de salida en momentos tan aciagos como los que estamos viviendo.

En un clima intelectual signado por la chabacanería del discurso presidencial y la pasividad (¿o resignación?) del heterogéneo y desarticulado espacio opositor, revisitar los aportes de aquellos grandes pensadores es imprescindible e impostergable.

Este nuevo aniversario del fallecimiento de Cooke podría ser la ocasión propicia, la señal de partida para atrevernos a repensar una Argentina metódicamente destruida por una secta de fanáticos anarcocapitalistas astutamente manipulados por el gran capital nacional y extranjero, y el imperialismo.

Para pensarla con el objeto de cambiarla y no sólo para contemplar el paisaje de la destrucción nacional. Basta una somera lectura a algunos de los escritos de Cooke para comprobar cómo este país vuelve obsesivamente a ensayar recetas salvíficas que sólo sirvieron para profundizar la desigualdad social, el atraso económico y la dependencia externa.

Crítico de las experiencias refundacionales posteriores al derrocamiento del peronismo en 1955, Cooke resaltará en sus escritos la importancia decisiva del protagonismo popular, la potencia plebeya como suele decirse en estos días.

Así, refiriéndose al golpe de 1955, dirá que “el 17 de octubre fue un hecho de masas; el 16 y 21 de septiembre de 1955, las masas se enteraron por la radio de que habían perdido una guerra sin llegar a pelear en ella”.

Hoy estamos en medio de una guerra de clases de una ferocidad desconocida en este país. Sin embargo, siguiendo a Cooke, no se ve -al menos todavía- a las masas y a sus organizaciones entrando en combate para defenderse de la guerra que se libra contra ellas.

Las críticas de nuestro autor se dirigieron no sólo a las propuestas económicas neoliberales de la “Revolución Fusiladora” sino también, en los últimos años de su vida, a las políticas económicas y sociales de la dictadura de Onganía, también inspiradas en las ideas de los conjurados en Mont Pelerin, entre los cuales se encontraba Álvaro Alsogaray, introductor de las ideas de Friedrich von Hayek y Milton Friedman en la Argentina.

Alsogaray fue una figura central en los años posteriores a la caída del peronismo, tanto en gobiernos de facto como en aquellos surgidos del voto popular, como los gobiernos de Arturo Frondizi, Carlos S. Menem y Fernando de la Rúa. Y su receta fue siempre la misma: hay que liberar a las fuerzas del mercado que son las creadoras de la riqueza. Pero más cauteloso que su grotesca reencarnación actual, a Alsogaray jamás se le habría ocurrido decir que era “un topo cuyo objetivo era destruir el Estado desde adentro”.

No era un profeta inculto y alucinado y como alguien con experiencia en el mundo de los negocios sabía que la rentabilidad de las empresas dependía en gran medida de la generosidad gubernamental, como bien lo atestiguarían hoy día Marcos Galperín, Paolo Rocca, Eduardo Eurnekian y tantos otros que se dan aires de ser “selfmademen” y sólo son criaturas que vivieron y se enriquecieron de un Estado benefactor invertido que en vez de favorecer la igualdad económica y social y elevar la condición de los más pobres, se dedicó a engrandecer los “bolsillos” de los más ricos. Una absoluta perversión del Estado que resigna la defensa del interés general de la nación en beneficio de su papel como gestor de los intereses de la clase dominante.

Todo esto fue vislumbrado con singular perspicacia por Cooke en sus diversos escritos, en donde fustigaba las propuestas de la Unión Industrial Argentina diciendo que “la receta de la felicidad nacional (que propone la UIA) es abstención del Estado en materia económica, modificación de la legislación laboral, fin de las huelgas y de los aumentos de salarios que no sean compensados con una mayor productividad”.

Tomar nota: ¡no está hablando de Milei o Sturzenegger sino de propuestas fracasadas hace más de 60 años y que ahora se presentan como novedosas! Y cuando la UIA decía que “las relaciones entre el capital y el trabajo deben basarse en la convicción compartida de que ambos son elementos esenciales de nuestro desarrollo económico”, Cooke replicaba, con Marx en la mano, “que, efectivamente, no se conoce ni se concibe la producción económica sin trabajadores, pero en cambio, no está probado que sea esencial ni necesaria -ni siquiera conveniente- la participación de los capitalistas”.

El engaño se reitera una y mil veces, como se comprueba en el régimen neofascista que hoy ensombrece la vida pública argentina y “el mecanismo es el de siempre: con el aumento de la penuria de los obreros, los burgueses engordarán y, alentados por la facilidad y monto de las ganancias, han de reinvertirlas, aumentando en algunos porcientos la renta nacional y dirán están salvando a la República”.

Y sigue, más adelante: “La burguesía nos presenta una variante blindada de su viejo procedimiento, consistente en privatizar el lucro y socializar los sacrificios. Como dice Perón: “la burguesía está sólo a la hora de los beneficios’”.

Cooke tenía una sensibilidad especial para apreciar el papel de la cultura y la ideología. También el de los estragos que causaba el imperialismo. Lanzó críticas muy incisivas en contra de los “agentes del confusionismo: los propagandistas del barullo y los filósofos de las brumas”, reproches más que oportunos en una época como la actual en donde tanto los unos, disfrazados como periodistas en los medios hegemónicos, como los otros invaden y embrutecen el espacio público.

En una frase que los militantes del campo popular harían muy bien en meditar sentenció que “la alienación ideológica no cumplió simplemente una función mistificadora de la realdad clasista… sino que además, fue un elemento de nuestra condición dependiente; pues el imperialismo no es un hecho puramente técnico-económico sino también un hecho de cultura”.

Mistificación aquélla que remata en una visión idílica: la armonía de las clases sociales y no su inevitable lucha; y en la ilusión de un capitalismo capaz de reformarse infinitamente, hasta convertirse en un régimen “racional y humano”.

No existe tal cosa y otra vez tenía razón Cooke cuando decía que “los obreros ya saben que ése es un evangelio de la resignación”. Y remata su razonamiento, que pareciera haber sido parido esta mañana, que las políticas del neoliberalismo van “a preocuparse de que, en la jaula donde están los leones y las gacelas, éstas no les hagan trampa a los leones, que quieren alimentarse”.

Ojalá que las fuerzas populares tomen nota del legado teórico de Cooke y de los ya citados pensadores -agreguemos a Manuel Ugarte y Aníbal Ponce- porque sin el aporte de sus ideas será difícil poner fin a la degradación política y el holocausto social que hoy padece la Argentina.

arb/ab

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