Si la conquista y colonización forzada fue una desgracia para los pueblos del sur, el que a vastas regiones de América hayan llegado los españoles primero que otras potencias coloniales fue una doble desgracia. A finales del siglo XV, España se encontraba en un proceso de transición hacia la Edad Moderna, marchando a la zaga de buena parte de Europa en este sentido.
La culminación de la Reconquista a fines del siglo XV tuvo como resultado la expulsión violenta de los musulmanes de la península ibérica y la convergencia política y territorial de las principales coronas españolas, las de Castilla y Aragón. A esa unión monárquica se incorporaron poco después otros reinos lográndose así la completa unión peninsular hispánica, o ibérica, en el marco de una monarquía común.
El título de Católicos concedido a los reyes de España por el papa Alejandro VI en 1496 hizo referencia en su momento a la concreta adscripción religiosa de la monarquía y a su defensa de la fe católica. Con ello, los procesos de conquista y colonización se realizaron no solo en nombre de un poder político, también de un poder divino. Ambos fueron usados para desatar el peor genocidio cometido jamás en la historia de la humanidad.
Así, la historia nos enseña con lujo de detalles, lo que hizo esa raza maldita venida de allende los mares. Tal vez no sería correcto culpar a los españoles de hoy de los desmanes que cometieron sus antepasados, salvo porque lo siguen reivindicando como si fuera un pretérito glorioso que además niega la consumación del asesinato de alrededor de 56 millones de seres humanos, el 90 por ciento de la población del Abya Yala de entonces.
Después de 332 años de ocupación salvaje fueron derrotados y se tuvieron que ir. Pero aún se quedaron en Cuba y Puerto Rico por 74 años más. Todo esto vino a mi mente cuando leí que el actual presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, intentando rechazar las recientes medidas tomadas contra Europa por la administración del presidente Donald Trump, dijera palabras más, palabras menos, que buena parte de la riqueza de Estados Unidos había sido obtenida gracias a Europa… y vaya que España ha jugado un papel relevante en ese sentido. Lo que extraña es que sus líderes lo reivindiquen como algo positivo.
Ya en febrero de 1819, España cedió gustosamente a Estados Unidos los territorios de Florida y Oregón y la navegación por el río Misisipi a cambio de que Washington la apoyara en su lucha contra los independentistas del sur. A través del Tratado Adams-Onis o Tratado Transcontinental, España aceptó algunas migajas, entre otras que Estados Unidos «respetara» su posesión de Texas y los límites de California. Sabemos lo que ocurrió después con estos territorios, que incrementaron la «riqueza» de Estados Unidos. Pero el secretario de Estado John Quincy Adams, posteriormente presidente de Estados Unidos, ni siquiera aceptó hacer una promesa formal, se limitó solo a una declaración verbal sobre estos asuntos.
Mucho antes, por lo menos desde 1801, Estados Unidos había mostrado su interés en apoderarse de Cuba. Algunas décadas después, una vez más, España acudió gustosa a incrementar la riqueza de Estados Unidos. En diciembre de 1898, una España acostumbrada a que se le impusieran acuerdos ignominiosos, firmó con Estados Unidos el Tratado de París mediante el cual renunció a la «soberanía y propiedad de Cuba» al tiempo que cedía- en favor de la riqueza de Estados Unidos- Puerto Rico, las islas Guam y el archipiélago de las Filipinas. Claro, España permitió que Estados Unidos se introdujera en la guerra de independencia de Cuba cuando los irredentos mambises tenían prácticamente ganada la contienda.
En el artículo 7 del tratado, España renunciaba a todo reclamo de indemnización de «cualquier género» y en el artículo 8 entregaba todas sus haciendas y patrimonios en estos territorios. Es tan grande la estulticia y la cobardía de las élites españolas a lo largo de la historia que el Tratado de París en su artículo 16 dice textualmente: «Queda entendido que cualquier obligación aceptada en este Tratado por los Estados Unidos con respecto a Cuba está limitada al tiempo que dure su ocupación en esta isla; pero al terminar dicha ocupación aconsejarán al gobierno que se establezca en la isla que acepte las mismas obligaciones».
Así, en 1901 se estableció la Enmienda Platt que fue incorporada a la Constitución de Cuba limitando su independencia y entronizando un sistema neocolonial para el control y dominio de la isla. Este engendro tuvo «validez» hasta 1934, pero desapareció en realidad del horizonte político de Cuba con el triunfo de la revolución en 1959. El Tratado de París fue una gran contribución de España -una vez más- para aumentar la riqueza de Estados Unidos, tan necesitado de ello.
Siguiendo su práctica entreguista, años después, en 1975, España ya ni siquiera sin firmar un tratado, entregó su posesión en el Sahara Occidental a la putrefacta monarquía marroquí. Parecía que su absoluta carencia de dignidad manifestada en favor de Estados Unidos, también se expresaría en África en apoyo a otros entes que también «necesitaban» la ayuda de Europa para incrementar su riqueza. En noviembre de ese año a través de la Operación Golondrina prepararon la evacuación urgente del territorio saharaui de las fuerzas armadas hasta entonces ocupantes y sus propiedades.
A través de un oscuro personaje llamado José Solís, España le manifestó al monarca alauita de Marruecos, Hassan II, su disposición de abandonar el Sahara de inmediato, solo a cambio de que Marruecos «cubriera las formas y salvara los compromisos de España» y que la monarquía borbónica estaba de acuerdo en que el Sahara pasara a estar bajo soberanía marroquí. Fue una actuación tan deshonrosa que hasta las propias fuerzas armadas españolas ocupantes la rechazaron.
Después de eso, Hassan II y su hijo, el actual monarca, han tenido el dinero suficiente para comprar a las élites españolas, esta vez para contribuir a elevar su propia riqueza y la de otros líderes europeos necesitados de alimentar su pecunio personal. No se ha podido hacer nada para cambiar la situación. La ignominia y la desvergüenza está presente en el ADN de las élites españolas sean estas monárquicas o políticas. Es una condición natural para su repulsiva existencia.
A mediados del siglo pasado, cuando finalizó la segunda guerra mundial, Estados Unidos ideó el Plan Marshall que fue «vendido» como el esfuerzo de Washington para la reconstrucción de la Europa devastada por la guerra. En realidad, el Plan Marshall fue el instrumento mediante el cual- en medio de la guerra fría- Estados Unidos se compró Europa para confrontar a la Unión Soviética.
Pero una vez desaparecida ésta y finalizada la contienda ideológica del siglo XX, Europa dejó de ser necesaria para Washington. Sin embargo las élites atlantistas que han gobernado en ambos lados del océano durante los últimos 35 años, siguieron construyendo la ficción de que seguían siendo aliados, socios y amigos.
Hoy, cuando el presidente Trump está poniendo las cosas en su sitio, Europa está tomando nota de un carácter parásito y dependiente que la llevó a nutrir el poder de Estados Unidos en detrimento de sus propios pueblos. Ahora, constata que, como ciertos adminículos que se usan y se botan, Estados Unidos la está lanzando al estercolero de la historia de donde nunca más podrá salir.
Europa, habida cuenta de la decisión de sus élites, es nadie, entre otras cosas porque no tiene ninguna riqueza material: dependía de Rusia para tener energía barata que le servía para garantizar su desarrollo industrial y tecnológico y renunció a ello para- contribuyendo a la riqueza de Estados Unidos- comprarla tres veces más cara. Ahora, están sumidos en una profunda crisis económica de la que no saben cómo salir.
Depende de China para su intercambio económico, sobre todo desde 2021 cuando Beijing se transformó en su principal socio comercial y, aún cuando en 2023 cedió ese sitial nuevamente a Estados Unidos, hoy, en medio de su crisis, se han visto obligados a recurrir al gigante asiático para no profundizar su dependencia de Washington.
Depende de Estados Unidos para su defensa. Ese sometimiento le salía muy barato mientras enarbolaban el fantasma de una probable invasión rusa que nunca ha ocurrido, pero que las élites atlantistas de Washington «compraban» porque les interesaba. No obstante, cuando a partir de las más elementales normas del capitalismo, Trump se ha propuesto cobrar por el servicio prestado, se han desmoronado y no tienen respuesta por lo que han optado por exhibir su mediocridad con total desfachatez.
Además, como no tienen una robusta industria militar propia, en el momento en que se han propuesto reforzar su potencial militar, tendrán que comprar armas en Estados Unidos- por lo menos en la primera etapa- contribuyendo de esa manera con la ampliación de la riqueza de Estados Unidos.
Si Pedro Sánchez cree que decirle esto a Trump va a cambiar el estado de las cosas, solo expone su pequeñez mental, su carencia de comprensión de lo que está ocurriendo en el mundo y su insignificancia como político y estadista.
No se podría esperar otra cosa de él habida cuenta de la sangre que corre por sus venas y el ADN de su estirpe… si lo sabremos nosotros aquí, en Nuestra América.
rmh/srg