Por Marcelo Colussi
IV
Hoy día, tercera década del siglo XXI, más cerca de una nueva guerra mundial que de un nuevo proceso revolucionario popular, dado que por ahora no llega la revolución socialista en ningún punto del planeta (la última fue en Nicaragua en 1979, hace ya más de medio siglo, y el sistema se encargó muy bien de bloquear nuevas), comienza a perfilarse un pensamiento novedoso: la multipolaridad.
En resumidas cuentas, así lo puede expresar un analista político como el italiano Antonio Castronovi: “El multipolarismo es más bien la verdadera revolución en curso de nuestra era que marcará el destino del mundo venidero, y de cuyo resultado dependerá la posibilidad de que se reabra una nueva perspectiva socialista.”
Inmediatamente caído el campo socialista europeo y desintegrada la Unión Soviética, con China abrazando mecanismos de mercado y las pocas islas de socialismo dispersas por allí (Cuba, Corea del Norte, Vietnam) sobreviviendo magramente, Estados Unidos quedó como la potencia dominante del mundo. Se entró de ese modo en una fase de unilateralismo, de unipolaridad donde Washington se erigió como dominador absoluto. Por varios años, poniendo tras de sí a la Organización de Naciones Unidas, a la Unión Europea y la OTAN, la Casa Blanca dictó los caminos a seguir, sin sombras ni obstáculo alguno delante. Pero las cosas fueron cambiando bastante rápidamente.
El mundo actual está dejando de ser unipolar, pasando a tener varias cabezas; multipolaridad digamos: China, Rusia, y varios países que intentan separarse del dólar. En principio, no puede decirse que esto constituya una perspectiva post capitalista; es una nueva arquitectura global descentralizada de Washington. Eso, por sí solo, no trae reales beneficios a las grandes mayorías planetarias. La idea de un comercio donde todos ganen (¿será una quimera eso?, el ganar-ganar) no es precisamente el ideario socialista. La Nueva Ruta de la Seda que impulsa hoy Beijing, ambicioso proyecto que posicionará a China como principal potencia mundial, con presencia en más de 100 países, para algunos es una forma sutil de imperialismo, colocando sus propias mercaderías en los cinco continentes; para otros, la población china fundamentalmente, una forma de llevar prosperidad a los sectores más deprimidos del globo. ¿Planteo socialista? No queda claro cómo ese mecanismo comercial beneficiaría a los históricamente desamparados de la Tierra. ¿Será cierto, como plantea el citado Castronovi, que de los BRICS “dependerá la posibilidad de que se reabra una nueva perspectiva socialista”? El debate está abierto.
Está claro que el sistema capitalista occidental no está ganando la partida en este momento, ante nuevas fuerzas que han aparecido. Pero no va a caer fácilmente. Todo indica que está dispuesto a todo para evitar su caída, incluso una guerra total.
La economía del capitalismo occidental no es la que más crece. Los BRICS parecen haberle arrebatado el impulso. Además, como lo expresa Alfredo Jalife-Rahme, “El desarrollo de una nueva generación de vectores nucleares hipersónicos rusos parece indicar que Estados Unidos también se ha quedado atrás en el terreno nuclear. Con la esperanza de salir de ese retraso, el Pentágono pretende aprovechar– mientras aún está a tiempo de hacerlo– la superioridad cuantitativa de su arsenal nuclear para tratar de imponer su voluntad a Rusia y China.” Eso está dando lugar a la propuesta estadounidense– impulsada por Donald Trump y su círculo cercano– de generar una gigantesca “cúpula de hierro” (domo dorado lo llaman), construida con un monumental sistema de misiles antibalísticos que pueda contrarrestar las armas nucleares chinas y rusas, saliendo así victoriosa de una presunta Tercera Guerra Mundial.
Al respecto, la conservadora y ultra reaccionaria Heritage Foundation, de gran importancia hoy en la presidencia de Trump, informa que ese personaje tan especial en la actual administración de Washington como es “Elon Musk ha demostrado que se pueden poner microsatélites en órbita, por un millón de dólares cada uno. Utilizando esa misma tecnología, podemos poner mil microsatélites en órbita continua alrededor de la Tierra, que pueden rastrear, atacar y derribar, utilizando balas de tungsteno, los misiles lanzados desde Corea del Norte, Irán, Rusia o China”. En el actual proyecto impulsado por el Pentágono sobre la base de la idea de Musk, las balas de tungsteno fueron reemplazadas por misiles hipersónicos. En otros términos: con esa iniciativa se tendría la indestructibilidad asegurada de Estados Unidos, que así –según esta elucubración– podría aniquilar a sus dos grandes rivales y quedar como dueño absoluto del mundo. Eso abriría una nueva era en la que el amo imperial intocable podría emplear las armas que deseara, en el punto del mundo que le fuera necesario, y en el momento que le plazca, sabiéndose inmune a los misiles nucleares de cualquier otro país que intentara responder. ¿Ciencia ficción o monstruosa realidad futura? Para defender su hegemonía, el capitalismo estadounidense está enfrascado en los proyectos más espantosos. Absolutamente por nada del mundo quiere perder su hegemonía.
V
Sin ser claramente una propuesta socialista al modo clásico, la aparición de los BRICS (originalmente Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, a partir de enero del 2024 ampliados a diez miembros, con la inclusión de Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Irán, Egipto y Etiopía –Argentina, bajo la presidencia de Milei, salió del grupo–, y desde enero del 2025 a diecinueve), con China y Rusia liderando, en este momento con una lista de espera de, al menos, otros veinte Estados que desean incorporarse, está marcando un freno a la hegemonía del área dólar. De hecho la red SWIFT (siglas de Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunication –Sociedad para las Comunicaciones Interbancarias y Financieras Mundiales–, red interbancaria global que permite las transacciones entre países, siempre regida por el dólar) se ve seriamente cuestionada ahora por mecanismos similares que están implementando los BRICS, alejándose de la divisa estadounidense; por ejemplo, el sistema de pagos CIPS de China (Cross-Border Interbank Payment System), el servicio de mensajería financiera SPFS de Rusia –Система передачи финансовых сообщений (СПФС), Sistema de Transferencia de Mensajes Financieros–) y otras alternativas al sistema SWIFT regenteado por Estados Unidos. 159 países ya han anunciado su interés por entrar en estos nuevos sistemas, dejando atrás el dólar.
“Otros miembros del bloque BRICS– India, China, Brasil y Sudáfrica– también están desarrollando activamente monedas similares, por lo que la interacción entre los países del BRICS no se hará esperar. (…) La digitalización de las divisas nacionales debería impulsar el comercio internacional, proporcionando una alternativa fuera del sistema financiero dominado por Occidente y centrado en el dólar estadounidense y su restrictivo entorno de sanciones”, destacó el economista de origen estadounidense, ahora radicado en Rusia, Paul Goncharoff, director de investigación de criptomonedas de Dezan Shira & Associates en Moscú.
De hecho “Estados Unidos cuenta con una participación especial en el Fondo Monetario Internacional (FMI), cuyos estados miembros poseen una cantidad “equilibrada” de votos en función de su posición relativa en la economía mundial. Washington disfruta del 17,69 por ciento (grandes economías como China y Japón tienen menos del cinco por ciento) y, como todas las decisiones claves deben contar con un apoyo del 85 por ciento en la Junta de Gobernadores, técnicamente el país del Norte es el único con derecho a veto”, informa el economista cubano Hedelberto López Blanch.
El mundo unipolar que comenzó a construirse luego de la caída de la Unión Soviética y la desintegración del campo socialista europeo entre fines de los 80 y comienzos de los 90 del pasado siglo, con la hegemonía total de Washington en aquel momento, está dando paso ahora a un tablero mundial con varias cabezas. Sin dudas, el desarrollo militar de la Federación Rusia y una República Popular China que no deja de asombrar con su portentoso desarrollo científico-técnico que está dejando atrás al capitalismo occidental, evidencian que el siglo XXI muy probablemente no sea “Un nuevo siglo americano”, como pedían los estratégicos Documentos de Santa Fe de los halcones del gran imperio del Tío Sam de fines del siglo XX. ¿Está llegándoles su hora como potencia hegemónica unipolar? Todo indica que sí.
Estados Unidos, sin ningún lugar a dudas, creció de modo impresionante; pero ese crecimiento ya llegó a su límite. Su moneda, el dólar, ya no tiene respaldo real. Los circuitos financieros del país tomaron el control y su capitalismo va teniendo menos base real, porque no se asienta en una producción material. El resguardo de sus fuerzas armadas comienza a ser puesto en entredicho porque, aunque impulsa guerras por doquier que terminan favoreciendo su hegemonía (la venta de armas es uno de sus grandes negocios), un conflicto abierto con sus rivales (China y Rusia) es impensable, pues no habría ganadores, dado el poder destructivo que tienen esas potencias. La destrucción mutua está asegurada si se utilizan armas atómicas estratégicas. Y esa idea del “domo dorado” hiper protector, de momento no pasa de ser una fantasía.
Todo indica que el país americano no caerá por los misiles nucleares rusos o chinos. Nadie quiere ese enfrentamiento, y los esfuerzos se encaminan decididamente a impedir un conflicto real con armamento nuclear a gran escala entre las potencias. Son otros los elementos que están obrando para su declive, los cuales ya están en marcha, y todo deja ver que están sin frenos a la vista. Ese hiperconsumo desmedido, los problemas sociales acumulados que estallan como el racismo de supremacismo blanco contra la población no-blanca, polarización económica extrema como cualquier país tercermundista (ricos exageradamente ricos y asalariados en lenta caída), guerra civil (recuérdese el intento de toma del Capitolio durante la presidencia de Donald Trump), consumo infernal de estupefacientes: todo eso es el caldo de cultivo para lo que estamos viendo, el final del dominio occidental del mundo y, especialmente, el ocaso de su gran potencia. Su cacareada “democracia” es un vil engaño, un maquillaje que oculta una realidad de explotación inmisericorde, un arrebato de violencia sin parangón que se justifica en un presunto “destino histórico” que, en realidad, nadie le atribuyó.
La aparición de los BRICS, ahora cada vez más ampliados y con el potencial de seguir creciendo, puede marcar el comienzo del fin de su reinado. En octubre de 2024, en la ciudad de Kazán, Rusia, se reunieron líderes de más de 20 países, donde se dieron importantes acuerdos, quedando 15 Estados sujetos a estudio para ver su futura incorporación al grupo (Cuba, Bolivia, Bielorrusia, Indonesia, Kazajistán, Malasia, Tailandia, Uganda y Uzbekistán ya ingresaron a inicios del 2025).
Se estableció en ese encuentro la creación de una importante área económica mundial desmarcada del dólar, con una Declaración Final titulada “Fortalecimiento del multilateralismo para un desarrollo y una seguridad globales justos”, de 43 páginas de extensión conteniendo 134 puntos destinados a: a) crear un orden mundial más justo y democrático, b) mejorar la cooperación para la estabilidad y la seguridad mundiales y regionales, c) fomentar la cooperación económica y financiera y d) fortalecer los intercambios entre pueblos para el desarrollo social y económico. En este momento el grupo de los BRICS ampliados representa casi la mitad de la población mundial, el 40 por ciento de la producción planetaria de petróleo y alrededor de 25 por ciento de la exportación de bienes.
Sin dudas, el capitalismo occidental y la supremacía de Washington están en declive. Con este avance de los BRICS+, con la dirección de China y Rusia, se está configurando un nuevo orden mundial, ya no unipolar sino marcado por la multipolaridad. Hoy día, viendo que la revolución socialista es algo en entredicho, que las primeras experiencias no han dado todo el resultado esperado en la forma que se creía– pero que, definitivamente, no fueron un fracaso, sino experiencias a revisar y, eventualmente, mejorar–, comienza a perfilarse este pensamiento novedoso: la multipolaridad.
Para evitar su caída, Estados Unidos está dispuesto a todo, de ahí que mantiene una actitud crecientemente guerrerista, intentando revertir un proceso que ya parece irreversible, aunque en este momento con Trump no ha comenzado ninguna nueva guerra. La aparición de interminables focos de tensión, que se convierten en abiertos conflictos militares, marca hoy la dinámica del mundo. Además de la guerra de Ucrania, que no está claro cuándo va a terminar, destacan otros lugares especialmente “calientes”: Medio Oriente (en guerra permanente, con una delegación norteamericana en Israel, su gendarme regional) y Taiwán (en posible futura guerra). Ahora, además, un conflicto que no se sabe cómo puede escalar entre India y Pakistán, ambos países con poder nuclear, en la frontera de China.
Vemos así que el camino socialista no se muestra muy claro, y después de lo transcurrido en el siglo pasado, queda la pregunta de si será posible pensar en un proceso emancipatorio solo a nivel nacional. Muy probablemente ninguno de los países hispanohablantes donde se pueda leer este texto está en condiciones de construir una sociedad socialista en solitario.
Es necesario, quizá imprescindible, pensar en procesos de integración: ¿el ALBA en Latinoamericana?, ¿diversas búsquedas en el continente africano?, ¿la Organización de Cooperación de Shanghái –OCS– en Asia? Muchas, o todas, esas instancias son mecanismos intergubernamentales, que buscan un mejor posicionamiento económico de sus respectivas clases dominantes. Que se desmarquen el dólar es un paso, pero eso no necesariamente habla de un resurgir socialista de las mayorías paupérrimas. La revolución socialista no solo es antiimperialista. Es, ante todo, anticapitalista.
La esperanza de Engels (“la revolución comunista no será una revolución puramente nacional, sino que se producirá simultáneamente en todos los países”) es loable, y Trotsky, a su modo, también piensa en un proceso universal, global. Si no, no puede construirse el socialismo. Definitivamente, estudiando a profundidad la historia y la situación actual, podemos estar casi seguros que procesos nacionales de construcción socialista son muy difíciles, cuando no imposibles.
Los progresismos latinoamericanos de estos últimos años– que no son, en sentido estricto, procesos revolucionarios socialistas– muestran que el imperialismo no los deja avanzar (para eso inventó la guerra jurídica, los golpes de Estado suaves y las revoluciones de colores).
Todas estas preguntas no pretenden llevar desazón y desesperanza. Absolutamente al contrario; son, en todo caso, interrogantes vitales que tenemos que tener presentes. Está claro que no para renunciar al socialismo, sino para buscarlo con mayores posibilidades reales de éxito.
rmh/mc