Por María Eugenia Paz y Miño
Exclusivo para Firmas Selectas/Prensa Latina
Trascendental la Marcha convocada por las mujeres en Estados Unidos el 21 de enero de 2017. La más grande en la historia de ese país, según datos oficiales, con la asistencia de millones de personas, transmitida en vivo y replicada en distintas ciudades del mundo.
Los discursos giraron en torno a la reivindicación de los derechos humanos y de la Naturaleza. Se hablaba no solo de una “marcha” si no de un “movimiento”, que aspira a una vida y una historia en equidad de condiciones para hombres y mujeres blancos, negros, nativo-americanos, inmigrantes, musulmanes, amas de casa, jóvenes, personas con capacidades diferentes, grupos Glbti, diversidades en general. Se habló, asimismo, de unidad, de amor, y la multitud gritó: “soy revolucionario”.
Las demandas iban desde el derecho a la seguridad social, la salud y la educación hasta los derechos laborales, reproductivos, familiares. “No somos el problema sino la solución”, decían, mientras se veía a una mujer con una camiseta (t-shirt) estampada con estas palabras: “Dream defender” o defensora de sueños. Las arengas se dirigían al público en términos de “hermanas y hermanos”.
Algunas frases significativas rezaban: “Somos hijas e hijos de un nuevo tiempo”;“El poder es de la gente”; “Si no nos dejan soñar, no les dejaremos dormir”; “Ningún ser humano es ilegal”; “Justicia para Palestina”; “Es una marcha inclusiva”; “No somos un dato estadístico”.
Los aplausos y la alegría fueron la tónica. También se evidenció el descontento absoluto con el nuevo gobierno de Donald Trump.
De manera sesgada, los medios de comunicación y redes sociales tendieron a enfatizar que la Marcha era de exigencias “de las mujeres”, o se centraron en los aspectos políticos alrededor de Trump. En algunos casos se habló de “feministas”; pero al escuchar los discursos era evidente que la Marcha no calzaba con la etiqueta de “feminismo”, al menos no como una palabra que englobara el evento.
Necesaria la aclaración porque el feminismo, al menos en Latinoamérica, ha sido incomprendido, desprestigiado y, por tanto, las incomprensiones y desprestigios han servido para invisibilizar las problemáticas reales que vivimos las mujeres en la región. El término, además, origina divisiones a nivel ideológico, asunto asumido por ciertos medios de comunicación y usuarios de redes sociales que sustentan ideologías discriminatorias o se enmarcan en parámetros patriarcales.
De tal manera que cualquier reivindicación u organización de las mujeres se reduce a ese término y entonces las críticas apuntan a señalar que las mujeres mantienen los mismos errados procedimientos del machismo.
Dentro de la línea del desprestigio (y como parte de la propaganda que se utiliza en contra de todo lo que sea organizado por mujeres, con especial acento si es que tiene algún tinte “feminista»), se ha comentado en varios círculos que la Marcha habría sido soliviantada por quién sabe qué dudosas fuentes; y. en especial en el plano político, por defensores de la candidata perdedora Hillary Clinton y el Partido Demócrata, o por magnates de pocos escrúpulos.
Sin embargo, al seguir cada uno de los discursos, se podía apreciar que no se trataba de “feministas”, en esa línea que provoca prejuicios ni había de por sí una defensa a los demócratas. El llamado era a respetar los derechos humanos para todas y todos, y lo hacían mujeres de gran diversidad, con frases precisas, concisas, de impacto, que promovían el despertar de la conciencia y conmovían el corazón de cualquier ser humano.
De otra parte, el mismo pensamiento colonial es el que hace pensar que, por ser mujeres tendrían que necesariamente dejarse soliviantar o manipular, con lo cual se les quita su capacidad de decidir por sí mismas de manera individual y grupal.
En lo específico que atañe a las mujeres, se habló del derecho a que cada persona pueda controlar su cuerpo y su destino y del respeto a las leyes de salud con respecto al aborto, en riesgo con la presidencia de Trump, si bien se aclaró que “los derechos de las mujeres” son los derechos de los inmigrantes, de las diversidades, de las personas con discapacidad, entre otras,, sin que deba existir discriminación por credo, género o color de la piel.
Hubo hombres que se manifestaron señalando que acompañaban y se solidarizaban con las mujeres, madres, hijas, hermanas, amigas. “Como hombres -decía un afroamericano que intervino-, debemos proteger los derechos de nuestras mujeres”. Otro dijo: “Es un honor para mí estar aquí”.
Las mujeres nativoamericanas ocuparon un lugar en los discursos, así como musulmanas, latinas, jóvenes de culturas urbanas y demás diversidades. En el primer caso, se llamó a la reflexión, para que no se vea a los indígenas sólo como parte de un museo, pues están vivos en el presente. También se manifestaron por “celebrar la vida”, por proteger el clima; amar al agua, a la madre Tierra. Hubo quien habló en lengua nativa. Como corolario, al final del evento, se hizo un llamado a continuar con el espíritu de la Marcha en hogares, barrios, provincias, estados, naciones.
Esta Marcha brinda el hilo necesario para hacer referencia a un fenómeno ocurrido en las redes sociales de Ecuador, en específico en una página de Facebook, que apareció durante las primeras semanas de enero de 2017, y que en pocos días llegó a aglutinar a unas 25 mil seguidoras. El grupo, #PrimerAcoso#NoCallamosMás, fue diseñado con el afán de que las mujeres se expresaran.
Los innumerables testimonios narraban experiencias de acoso sufrido desde tempranos años de la infancia. Recuerdos de mujeres de toda edad y condición se referían a episodios, tanto en sus propias casas, como en la calle, el transporte, las reuniones sociales, fiestas, etc. Los protagonistas eran familiares, amistades, personas del clero;conocidos, extraños.
Mientras los datos oficiales de Ecuador indicaban en 2011 que seis de cada diez mujeres han sido violentadas de alguna forma, las historias daban la impresión de que el dato estaba muy por debajo de la realidad y, probablemente. esta sea esa una verdad aún por comprobarse en términos estadísticos. De todas maneras, seis de cada diez es una cifra altísima.
En Latinoamérica y el Caribe existen estudios, como los de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal),relacionados con la violencia contra las mujeres, que reflejan la alarmante dimensión de la problemática y están disponibles en Internet.
Por otro lado, las mujeres que intervenían no eran necesariamente las de escasa educación. Había de todo: jóvenes estudiantes universitarias, amas de casa, empleadas, artistas, intelectuales, profesionales, doctoras, periodistas, y cada vez que alguien daba su testimonio, recibía frases de afecto y solidaridad. Las historias hacían referencia a situaciones complicadas vividas, unas sin mayor peligro, pero otras con abusos en sus múltiples formas contra la intimidad y la privacidad, al punto de describir experiencias de violencia física, sexual y psicológica.
Los recuerdos de los acosos, por más “leves” que pudieran parecerles a una sociedad evidentemente violenta, indicaban que se había hecho daño a las mujeres de múltiples maneras. Sin embargo, había un sentido de perdón, de reconciliación, de esperanza por un mundo en que la violencia se erradique para otras mujeres: hijas, hermanas, tías, abuelas, madres, amigas, compañeras.
El solo hecho de describir las vivencias era ya un remedio para muchas, tal como lo exteriorizaban. Por lo general, el acoso se refería a un pasado, pero la problemática se dio, cuando varias de ellas hablaron de la violencia por la que atravesaban en el presente. Los testimonios pasaron a entenderse como denuncia en momentos en que la página ya era más o menos de dominio público y, en unos casos, se escaparon nombres de agresores.
Algunos hombres se solidarizaron con las mujeres, otros dieron testimonio de sus propias vivencias con relación a acosos sufridos y hubo quienes empezaron a cuestionar la página por ser “feminista”, al extremo de llegar a la persecución, el revanchismo, el insulto, según dijeron. Hasta se dijo que no era verdad lo que se contaba. Y si bien es cierto que algunas se expresaron con animadversión, en su gran mayoría había más bien la idea de visibilizar la problemática y buscar formas para erradicar la violencia de género y en todos los niveles.
Opiniones de otros hombres y mujeres se expusieron, unas a favor, otras en contra de la página, con posts tanto de análisis como de burlas, mencionando incluso la poca calidad gramatical de unos cuantos testimonios. En ello se empezó a ejercer una suerte de crítica a aspectos de educación o profesión, cuando lo que menos le importaba a la página era la precisión gramatical u ortográfica.
Tal crítica evidenciaba prepotencia y quería restarles credibilidad a los testimonios. En cierto caso, como respuesta, se invitó a formar una página para “hablar bien” de los hombres, a quienes según se dijo, se les estaba considerando “los malos”, como si el grupo #PrimerAcoso#NoCallamosMás hubiese tenido ese fin.
Las mujeres aclararon que no se trataba de odio a los hombres ni de estigmatizar o generalizar, pero a la final, las administradoras de la página entendieron que no era adecuado continuar en esos términos de réplica y contrarréplica, muy comunes en las redes sociales. De igual manera, se habló de un bloqueo del fanpage por supuestamente haber infringido normas de Facebook en cuanto a violencia sexual.
Quedó en claro, sin embargo que, aunque las estadísticas indiquen que las mujeres presentan mayores índices de acoso que los hombres, estos también son acosados, pero dados los esquemas discriminatorios y patriarcales en los que se basa la sociedad con respecto al género, los acosos sufridos por los hombres se silencian más y, por lo mismo, son menos visibles.
Ante lo expuesto, vale una profunda toma de conciencia sobre el tema de la violencia, que al parecer es una lacra aún sin soluciones que recorre el continente americano y el mundo entero. Si no se supera el básico principio de vivir en paz entre todos los seres humanos, los demás derechos no podrán concretarse de manera completa ni integral.
De ahí que la Marcha de las mujeres represente un punto de quiebre en la historia mundial, al exigir, como vital para el destino del planeta, el cumplimiento del conjunto de los derechos humanos y de la Naturaleza.
ag/mep
*Escritora y antropóloga ecuatoriana.