Por Santiago Masetti
A 46 años de la insurrección popular que puso fin a la dictadura de Anastasio Somoza, Nicaragua conmemoró no solo una victoria pasada, sino la vigencia de un proyecto que apuesta a consolidar alianzas soberanas frente al poder unipolar.
El Frente Sandinista de Liberación Nacional volvió a movilizar a miles de nicaragüenses en una jornada de memoria, unidad popular y proyección internacional. Los copresidentes de esa nación reivindicaron la soberanía, la paz y el orden multipolar, frente a la decadencia del poder hegemónico de Estados Unidos, el genocidio del pueblo palestino y los intereses europeos.
La Revolución Popular Sandinista no solo es un hecho histórico, sino también un proyecto en movimiento. El pasado 19 de julio, Nicaragua volvió a ser epicentro de una demostración política que desbordó las calles, reafirmó el liderazgo del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y proyectó al país centroamericano como actor del Sur Global en tiempos de definiciones y reconfiguración mundial.
Durante la noche del 18 de julio, las vigilias se multiplicaron en todos los departamentos del país. En la capital, la avenida Bolívar a Chávez se transformó en una marea roja y negra que avanzó hacia la Plaza de las Victorias, donde familias, estudiantes y trabajadores cantaron, bailaron y celebraron al ritmo de históricas canciones vinculadas al FSLN o cánticos muy conocidos a los que se les modificó la letra y coincidían con consignas referidas a la Revolución. A medianoche, el cielo se iluminó durante 14 minutos con fuegos artificiales que dieron inicio simbólico a la jornada principal.
La Plaza de la Fe, horas más tarde, fue el escenario central. Cientos de miles de personas acompañaron el acto político encabezado por el presidente Daniel Ortega y la copresidenta Rosario Murillo.
En su discurso, la alta funcionaria habló del carácter espiritual de la lucha revolucionaria y de un pueblo “que no se rinde ni se vende. Vamos adelante con la fuerza de la verdad y la dignidad”, sostuvo.
Frente al escenario, unas 50 mil personas se encontraban sentadas, mientras otras decenas de miles permanecían de pie, organizadas en columnas, centros laborales, militancia y delegaciones internacionales.
Llamó la atención la disciplina y la organización de los allí presentes, quienes, cargados de una potente convicción militante, esperaron con expectativa las palabras del presidente Daniel Ortega, que vendrían a dotar de densidad política y geopolítica a una jornada ya cargada de significación simbólica.
Ortega centró su intervención en la necesidad de avanzar hacia un nuevo orden mundial fundado en el respeto a la soberanía, la paz y la cooperación entre iguales.
Señaló el agotamiento de la arquitectura internacional surgida de la posguerra, criticó el rol de las Naciones Unidas y denunció las guerras, bloqueos y sanciones promovidas por Estados Unidos y sus aliados.
“La ONU ha dejado de ser instrumento de paz. Hoy es cómplice de las guerras del imperio yanqui”, afirmó el mandatario. “Nicaragua no está sola. Saludamos a la Federación Rusa, a la República Popular China, a Irán, Corea, Cuba, Venezuela y a todos los países que luchan por un mundo más justo y multipolar”, agregó.
La dimensión internacional estuvo también marcada por la presencia de delegaciones oficiales de países como Palestina, Rusia, Abjasia, China, Corea del Norte, Argelia, Myanmar y Belarús, entre otros.
El estadounidense Bryan Wilson, militante por la paz y figura conocida por su defensa de Nicaragua en foros internacionales, envió un mensaje grabado que fue reproducido durante la jornada.
En las calles de Managua, las enseñanzas de la historia de Nicaragua se entrelazaron con un presente de disputa en el mundo. Las luchas de los pueblos se hicieron cuerpo en esa plaza abarrotada: banderas, rostros, acentos y consignas confluyeron en una misma causa común, la de quienes no se resignan a la subordinación.
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