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domingo 16 de noviembre de 2025

EL CEREBRO

Vivir es ser otro – Primer Laberinto

Por Kintto Lucas

Mundo casi escondido

2.

La casa es inmensa, las paredes blancas, las ventanas con rejas, el jardín es amplio y lleno de árboles. Podría ser un hospital o un manicomio, tal vez. Es un mundo casi escondido donde todos hablamos de todo y todos nos entendemos. Todos hablamos de corrido y todos nos escuchamos, o tal vez no nos escuchemos pero creemos escucharnos.

Las historias surgen como cuando me decía invéntate otra historia. Aparecen hilvanadas como si fueran una sola historia. Como un monólogo que ella escuchaba y al cual aportaba otras historias. Escuchaba y también contaba. Yo contaba y escuchaba. Así inventamos y recreamos el mundo propio y el ajeno. Como en este libro que me regalaron y que habla de zapatos que se quedaron enterrados en la orilla, en la arena.

¿Quién escribió ese libro tan loco? Me preguntan algunos acá y yo no sé qué responder.

Otros dicen que contar historias como esas es cosa de locos. No sé por qué me lo dicen. Ni por qué me repiten que por tanto hablar y contar historias me internaron en un manicomio. En realidad no recuerdo cuándo fue eso.

Me mienten para que no diga lo que está pasando en el mundo. Para que no cuente el cuento del mundo. Tal vez nunca estuve en un manicomio y es solo un invento de la gente. A la gente le gusta hablar. Aquí los amigos y amigas dicen que mis historias son solo parte de una gran imaginación. Tal vez tengan razón y sean pura invención, o sea un sueño, porque a veces yo paso solo durmiendo.

Los doctores dicen que tenemos que dormir y nos dan unas pequeñas pastillas que me hacen dormir. A veces también hipnotizan. Yo digo que esas pastillas y la hipnosis son atrapasueños y todos se ríen… Pero cuando cuento mis historias se callan, y escuchan con la misma atención que miran la televisión, porque acá no saben de muchas cosas.

Por ejemplo, cuando les conté que para los indígenas de los Andes el futuro espera atrás y el pasado se ve adelante, no podían creerlo.
Primero dijeron que era mentira porque, según ellos, yo nunca estuve en ese lugar, después pensaron que les estaba contando historias de otro mundo, pero igual escuchaban calladitos.

Les digo que para mí esta casa es una caverna y les pregunto gritando: ¿en qué caverna estoy finalmente? Entonces responden casi a coro: es una buena pregunta, una buena interrogante, pero usted ha de estar un poco loco para andar preguntándonos eso, sólo sabemos que de esta caverna en que estamos nadie sale vivo.

¿Qué locos estos, no? Y me dicen a mí loco. ¿Loco por pensar en la tristeza de la lluvia?

Pero bueno, justo suena el timbre y es el momento de ir a dormir. Quisiera escaparme, pero es casi imposible escaparse de esta caverna. Es imposible escapar.

3.

Pero yo no estoy loco. Los engañé, me hice pasar por loco, y los engañé. Dicen que la filosofía es de locos. A mí me gusta la filosofía. Aunque la filosofía no tiene nada que ver con Dios. No se por qué dicen que la autoridad superior es Dios, si no es filósofo.

Para ser autoridad, y sobre todo superior hay que ser filósofo. Moisés decía que Dios filosofaba con él, pero filósofo, lo que se dice filósofo no era Dios. Creo que Moisés tampoco, aunque escribía bastante y a veces se ponía a mirar la luna, como hacían los filósofos de Atenas.

Acá todos son filósofos. La filosofía es una razón de ser. Hay un doctor, por ejemplo, que siempre nos dice: no miren tanto la televisión que se van a quedar ciegos. Eso es filosofía pura.

Todos nacemos o nos hacemos filósofos algún día. Ese doctor es el filósofo que todos llevamos dentro. Pero, ¿cómo habrá llegado a esta casa?

4.

Uno nace bueno pero se va haciendo malo, porque las cosas que uno descubre lo van enmaleciendo. Uno nace loco y se va volviendo cuerdo. Y cuando eres cuerdo funcionas a cuerda. Todos los cuerdos funcionan a cuerda. Les dan cuerda y caminan, les das cuerda y piensan.

A veces nos preguntamos si un loco puede hacerse amigo de un cuerdo y llegar a un acuerdo con el cuerdo, sin que a éste le surja el prejuicio y se pregunte entonces ¿qué hago yo conversando con este loco? O al loco, le surja la duda si debe creerle al cuerdo, porque los cuerdos siempre mienten.

Pero al final, todos estamos adentro, adentro del planeta tierra claro, como dice uno en la radio. Aunque algunos estamos acá adentro, rodeados por un muro. Hay muchos lugares con muros en el planeta Tierra. Mucha gente que quiere amurallar el planeta Tierra. Si el planeta Tierra tuviese anillos como Saturno, transformaban los anillos en murallas.

A los locos no les gusta los muros pero no se enojan ni se ofenden, solo se dejan estar acá adentro y así estamos, estando, mirando hacia afuera y mirándonos hacia dentro. Solo se trata de vivir lo que queda pensando en lo que no queda.

Tal vez un día se caigan los muros que tenemos dentro, en el cerebro. Entonces, ahí se caerá el muro blanco que nos rodea y será más fácil descifrar los laberintos. Acá nadie puede zafar del muro, porque si te agarran te encierran de nuevo. Te dicen que tienes un muro en la cabeza y no puedes zafar del otro muro. Te dicen que estás loco.

Yo quisiera saber por qué me dicen loco, ¿loco de qué? Le pregunto a los doctores, y me dicen noooo, vos no estás looco, estás un poco enfermo, si estuvieras loco estarías en un manicomio y esto es un hospital. Los doctores son unos cuenteros, pero yo me hago el tonto y les sigo la corriente, ¡total!

Si juego al ajedrez dicen que estoy loco. Si hago crucigramas también dicen que estoy loco. Si busco direcciones en la guía también estoy loco. Si cuento mis cuentos también estoy loco. Si digo que no creo en Dios, pero sí creo en el Dios Sol, me dicen loco.

Pero cuando les pregunto a los doctores por qué me dicen loco, me contestan que yo no estoy loco, que solo estoy un poco enfermo.
Acá el que se muere se va dejando el dolor en alguna cama o alguna silla. El dolor se queda aunque la persona se vaya. Andamos siempre con nuestro dolor a cuesta y al final lo dejamos ahí. En todo caso, si te preguntan algo, decí que no te duele nada, que no sabés nada del dolor, que el dolor no existe. Si te pegan no pienses en el dolor, déjalo ahí. Si acaso te duele el dolor no tengas miedo, no estés triste, no llores, no recuerdes, que no te duela la vida ni la muerte. No recuerdes. Que no te duela el pensamiento. Mejor no pienses.

Hoy acá hay gente rara, mucha gente extraña, desconocida, mucha gente que habla de muros. Muros y más muros. El mundo no se cansa de pensar en muros…

En otros lados no hay muros, pero hay sombras. Hay lugares que las sombras de las brujas no se ven, son transparentes como su vida. Sin embargo, acá todos sabemos que el mundo está lleno de muros y de sombras.

Acá, en esta gran casa de altos muros, no nos dejan tomar vino ni sacar miel de los panales y nuestras sombras solo tienen derecho a mirarse en el muro.

5.

Uno puede estar loco a veces o siempre. Puede creer que la locura es un número o una palabra. O una imagen o una copa de vino. La locura puede ser lo que uno cree o lo que dejó de creer o lo que quiera creer en el futuro.

Alguna vez creí que los números podían ser una poesía. Todos miraron y preguntaron si estaba loco. Otra vez pensé que podía desenredar la red de los sueños, espantar las pesadillas y quedarme con las ensoñaciones.

Otra en cambio, me imaginé que las palabras después de cernirlas eran como el agua y decidí ponerlas en una botella clara. Cuando me preguntaban qué tienes ahí, yo repetía que eran las palabras cernidas. Todos miraban y preguntaban si estaba loco. No por haber guardado las palabras en una botella, sino por haberlas cernido y, sobre todo, por haberlas hecho transparentes.

Habrase visto transparentar las palabras, me dijo el doctor filósofo, sería como transparentar los muros, transparentar las sombras o transparentar la locura. Habrase visto un mundo transparente. Lo quedé mirando, después bajé la cabeza y me fui a ver la televisión, a ver las sombras de los noticieros.

Otra vez, en cambio, dije que el pesimismo era un estado hipnótico de quienes conocían el mundo, y el optimismo un estado de gracia de los que no tienen nada. Todos me miraron y preguntaron si estaba loco.

Otra vez les dije que para cambiar el mundo era necesario cambar los números por las palabras y el álgebra por el diccionario. Que era necesario además cambiar el orden de las palabras en el diccionario, no seguir el orden vertical, militar del abecedario y empezar por la palabra horizonte, que es una palabra claramente más horizontal y más cercana a nuestros ojos. Todos me miraron y ya ni preguntaron, dijeron: éste está más loco de lo que imaginamos.

Entonces trajeron una camisa de fuerza y se desvaneció el aire, me ataron con una soga y se desató sola, me pusieron unas esposas y se abrieron en pocos minutos. Prefirieron fusilarme, pero antes me escapé, y ahora estoy acá, donde me dieron un lugar para vivir y me permiten contar cosas que a veces parecen raras.

No sé por qué dirán que estoy loco. Es más, creo que los doctores que viven aquí, están más locos, pero no se dieron cuenta. O prefieren no transparentar su locura. Sin embrago, todos los días los doctores me confunden con un loco que cambió su personalidad.

Por suerte no hay ninguno de esos señores cuerdos o señoras cuerdas que de tanto amor que pregonan odian hasta el infinito a los locos.
Hay gente cuerda que odia pero dice que ama, hay otra que va a la guerra pero dice que defiende la paz, también está la que mata pero dice defender la vida, y también hay unos que hablan de pobreza y hacen riqueza.

Hay personas tan cuerdas que no tienen culpa, porque siempre la culpa es de las otras, en el amor, en el juego, en la política, en la amistad, en los centros comerciales (o sea en el manicomio), en las calles anchas y angostas, en los hospitales, en los recuerdos y en las nubes.

Las peores son aquellas que aman hasta odiar. Parece que de tanto amar odian el propio amor y les gusta matar por la espalda. A veces matan de a poco sin matar.

Los sueños de los cuerdos a veces se pierden en esa red de atrapasueños que hay en las paredes de la memoria. No son sueños ya, son escamas, como las de los pescados en la red que los mató. Por eso me dicen loco. Pero soy el último, ya no deben preocuparse. Parece que aquí viviré hasta mi muerte, aunque todavía no pierdo la esperanza que un día me acepten como soy y entonces me expulsen.

rmh/kl

*Del libro EL CEREBRO

Vivir es ser otro – Primer Laberinto

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