Por Gustavo Espinoza M. *
En El Salvador, donde el pueblo se está dando una primera experiencia de gobierno progresista liderado por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, una huelga de transporte organizada -alentada por las Maras y apoyada abiertamente por ARENA, el Partido neofascista de ese país- pone en riesgo la estabilidad democrática y genera un clima de violencia en el que asoma una campaña contra el gobierno del presidente Salvador Sánchez Cerén.
Desde Lima, voceros calificados de las peores causas, baten palmas. En Bolivia, un llamado Comité Cívico de Potosí desarrolló una huelga contra el proyecto de creación de la Planta Hidroeléctrica Supay Chaca río Pilcomayo, con la idea de sabotear planes de desarrollo impulsados por el gobierno del presidente Evo Morales, quien conserva más del 70% de aceptación ciudadana en ese país altiplánico.
En Nicaragua sandinista, donde tendrán lugar comicios presidenciales en 2016, el diario La Prensa -vocero de la derecha “liberal”- se empeña en descalificar al gobierno sin atinar siquiera a presentar un proyecto nacional de desarrollo que pueda interesar a la ciudadanía.
¿Casualidades? No. ¿Coincidencias? Tampoco. Se trata de la concreción de planes desestabilizadores impulsados por la reacción interna en cada país, y alentados por la administración yanqui que no sabe qué hacer en América Latina para revertir el proceso liberador en marcha, que ha generado una correlación de fuerzas adversa a los intereses del imperio.
En cada lugar de América las fuerzas reaccionarias tienen su propia estrategia. En Chile buscan desprestigiar a la presidenta Bachelet afincando la idea de que “es más de lo mismo”, que no tiene “fuerza” para gobernar y que carece de autoridad para conducir la coalición política que le permitió ganar en los comicios pasados.
Al mismo tiempo, buscan amagar la unidad de esa estructura política alentando supuestas o reales diferencias entre el Partido Comunista y sus aliados. En el fondo, sueña con la posibilidad de que “se rompa” la Nueva Mayoría y el PC marche por su cuenta, tomando distancia de la gestión en curso.
En Brasil, horadan continuamente las investigaciones en torno a la corrupción, al tiempo que mina la capacidad de gestión del Partido de los Trabajadores, al que ya arrebataron la presidencia de las Cámaras Legislativas en el empeño por presentar una acusación constitucional que les permita plantear la vacancia presidencial y el desafuero constitucional de Dilma Rousef.
En Venezuela plantean la lucha en un nivel más alto y no da tregua en la tarea de demoler al gobierno bolivariano de Nicolás Maduro. Están conscientes que allí se afirma un proceso que parece irreversible y que, en los comicios de diciembre, el pueblo confirmará el rumbo que hoy asoma cuestionado por las fuerzas más reaccionarias. Fracasados los intentos sediciosos del pasado y bloqueadas sus posibilidades de dar al traste, por la fuerza, con el gobierno constitucional, alientan el caos y la incertidumbre al tiempo que sabotean la economía con idénticos métodos a los empleados contra el Chile de Allende en los años 70.
En Ecuador el filo de la navaja apunta contra la Revolución Ciudadana y en particular contra su presidente Rafael Correa. Derrotada la maniobra seudofinanciera de la empresa norteamericana Chevron, orientada a afectar la economía del Guayas, ahora enfila sus baterías contra las medidas propuestas por el Ejecutivo en materia tributaria.
Las fuerzas más ligadas al Gran Capital, y responsables de la grave crisis ecuatoriana que puso al país al borde del caos a fines del siglo pasado, buscan recuperar la iniciativa con viejos caudillos y con el mismo discurso neoliberal de antaño. Recientemente, colocaron bombas explosivas en locales del Partido de Correa en nombre de un supuesto colectivo de “izquierda” que responde a los planes del imperio.
En Perú la “prensa grande” continúa su ofensiva contra el presidente Humala y su Gobierno, no porque les interese la persona -que representa poco por su inconsistencia y precariedad- sino porque prepara una ofensiva desplegada que le permita recuperar el 100 % del poder del Estado en los comicios de abril del a próximo año.
El hecho de que Humala sea el blanco de la ofensiva de la reacción no lo acredita como progresista, pero si permite visualizar los objetivos más definidos de la reacción: ésta no quiere ningún gobierno que escape al control de las fuerza que representan nítidamente los intereses del imperio: la mafia fujimorista y el APRA. Anhelan el control absoluto del país a cualquier precio y está segura de alcanzarlo.
El propósito de esas fuerzas es demostrar al electorado peruano que solamente un gobierno representivo de ellas, y con el apoyo incondicional del capital financiero, será capaz de enfrentar los retos que se plantean ante la sociedad peruana: la inestabilidad económica, la creciente inseguridad ciudadana y los conflictos sociales derivados de la resistencia popular a proyectos de inversión minera que amenazan la ecología y al salud ambiental.
El drama del Perú, en las condiciones de hoy, deriva de la falta de unidad y cohesión del movimiento popular, que le imposibilita ofrecer una alternativa seria de gobierno y de poder.
Sin liderazgos definidos y con perfiles confusos, la llamada “izquierda” oficial se ha empeñado en una tarea para la que carece completamente de recursos electorales, cuando debió más bien promover una batalla política que le permita ganar la adhesión ciudadana a un programa progresista y democrático, capaz de aglutinar a los más vastos sectores de la población.
El descrédito del gobierno de Humala -que hoy cae en las encuestas de opinión por debajo del 20 %- no constituye, por cierto, una victoria del movimiento popular, sino refleja más bien el avance de las fuerzas más antinacionales del escenario peruano.
El programa de Keiko Fujimori hoy se reduce a cuatro puntos: liberar a su padre, el dictador condenado a 25 años de prisión; recuperar los bienes de la mafia, intervenidos por el Estado; liberar a los exjefes militares y exministros del régimen depuesto, asegurando que puedan volver los “fugitivos”; y garantizar la continuidad de ese “proceso” abriendo la posibilidad de elección de Kenyi Fujimori en los comicios del 2021.
Por su parte, el programa de García se concreta en asegurar el control absoluto del Fondo Monetario y la vigencia plena del modelo neoliberal sobre nuestra economía, la carta blanca a la inversión extranjera y el imperio absoluto de la corrupción y el desgobierno en provecho de las camarillas corruptas que el país conoció en el pasado reciente.
América Latina es una sola. Es lo que Martí y Mariátegui llamaron una “Patria Grande”. Y en ella, todos tenemos deberes y responsabilidades. La batalla que está planteada ante nuestros ojos tiene los ribetes de una confrontación continental, y en ella, cada país es un espacio en el que debemos avanzar o defender, pero no retroceder.
Cada paso nuestro atrás, será un paso adelante que los enemigos de los pueblos darán por arrebatarnos la dignidad y la justicia.
En cada territorio de América Latina tenemos tareas definidas. En Chile, hay que asegurar la concreción de los cambios prometidos por el gobierno de Bachelet. En Argentina, derrotar a Macri en los comicios de octubre.
En Brasil bloquear las maniobras parlamentarias contra Dilma. En Venezuela vencer a la sedición reaccionaria y doblegarla. En Ecuador; cerrar filas con la Revolución Ciudadana. En Bolivia, vencer los planes sediciosos en marcha contra Evo. En El Salvador, defender a pie firme al gobierno de Sánchez Cerén. En Nicaragua, respaldar al FSLN que encarna la voluntad mayoritaria de su pueblo.
En el Perú, la tarea es cerrar el paso a la mafia apro-fujimorista que busca recuperar posiciones de Poder. Si no es posible avanzar -por defecto de una “izquierda electoralista y desubicada- sí es posible unir a todas las fuerzas democráticas y progresistas tras una sola figura capaz de vencer en los comicios de abril, con banderas de corte social más avanzado.
La unidad, la ansiada unidad, puede y debe hacerla el pueblo allí donde sus “vanguardias” se perdieron corroídas por el oportunismo y la ambición.
ag/gem