Por Kintto Lucas*
Especial para Firmas Selectas de Prensa Latina
Roland Barthes, en sus Elementos de Semiología, define el lenguaje como una capacidad inherente al ser humano: objeto social y sistema de convenciones necesarias e imprescindibles para la comunicación. Gracias a la mediación del lenguaje, la realidad puede ser nominada y reproducida sometiéndola a sus propias reglas. Al utilizarlo para comunicar, rehacemos el acontecimiento añadiendo, inevitablemente, la percepción personal que tenemos del hecho. Por lo tanto, la realidad no solo es reproducida sino también representada y recreada.
La posibilidad de transmitir cultura y conocimientos está determinada (entre otras cosas) por esa descripción y representación de la realidad. La lengua, por su parte, es una institución social, algo así como un contrato colectivo al que (para comunicarnos) debemos someternos en bloque.
El surgimiento de la lengua (concreción del lenguaje) responde a determinados momentos históricos y sociales. Es a través de diversos procesos de socialización que el ser humano aprende la lengua y otros tipos de lenguaje (no necesariamente hablados o escritos), también presentes en las relaciones sociales. El lenguaje constituye, aun para el ser más humilde, un espacio de creatividad, de juego, de espontaneidad, que se transforma en austero y seco si es utilizado solamente para indicar o influir en algo.
Los procesos de conquista y dominación tienen como objetivo primordial el saqueo y apropiación de riquezas materiales y la explotación de la fuerza de trabajo de los pueblos. El mantenimiento del poder implica la imposición y homogeneización de determinados valores, que legitiman e internalizan en los dominados esa situación, presentándola como natural, y deslegitimando, destruyendo y excluyendo formas culturales contrapuestas.
En la conquista y colonización de América, junto al saqueo de riquezas, se intentó destruir toda cultura que implicara una visión del mundo diferente a la de los conquistadores. Como forma de imponer su cultura, los conquistadores prohibieron el lenguaje de los indígenas; impusieron una lengua extraña que nominaba el mundo desde el punto de vista de los colonizadores y obligaba a los dominados a hablar desde esos términos, sometiéndolos al silencio. Así se originó la cultura del silencio en América.
Esa cultura, que viene desde la conquista, intenta excluir a los pobres de la posibilidad de recrear el mundo -así como de reflexionar críticamente-, internalizándolos en la obediencia, en el sentido de escuchar y repetir. La cultura del silencio está orientada a imponer el modelo de comportamiento de los sectores dominantes, por lo que imitarlos se convierte en el fin de muchos sectores dominados.
Tener la palabra significa tener el poder. A través de la posesión de la palabra se transmite o se reafirma la ideología. Es así como se va consagrando y definiendo quiénes pueden hablar, cómo se debe nombrar la realidad, qué es legítimo y qué no. Tener la palabra es también tener la historia.
La utilización de la historia como un hecho consumado, y desde una mirada unidireccional, es parte de ese proceso de consolidación de los imaginarios colonizadores. Por eso, en determinado momento histórico, en América Latina surgió, desde distintos escritores y novelistas, la necesidad de releer y reescribir la historia. Alejo Carpentier fue uno de los primeros en emprender el camino de la relectura.
Su obra está marcada por la necesidad de hacer una relectura crítica de la historia. A partir de esa necesidad, en su trabajo literario reescribe parte de la historia de América Latina. El reino de este mundo es tal vez la obra más conocida en la cual se aprecia con mayor intensidad esa urgencia histórica y literaria; pero también se evidencia una construcción del relato histórico desde los olvidados, desde las márgenes, desde los “otros”.
En la relectura de Carpentier no solo hay una nueva forma de ver la historia, sino también una nueva forma de interpretarla desde la literatura y una nueva forma de hacer ficción desde la historia.Utilizando fuentes reales, partiendo de textos y contextos históricos reales, el escritor cubano recrea la historia supuestamente real.
Pero, además, cuestiona esa historia dada como real, y en determinado momento nos lleva a preguntarnos: ¿qué es ficción y que es realidad en la historia? ¿Hasta qué punto los escritos colombinos narran la realidad? ¿Cuánto de ficción hay en las crónicas de Cristóbal Colón y de los cronistas de Indias?
En su narrativa, Carpentier no solo cuestiona la historia o cuenta la historia con otra mirada, si no que asume la “historia real” como ficción. El escritor cree que el relato de la “historia real” es un relato creado, inventado. Por lo tanto no recreó la realidad sino una ficción considerada realidad. Desde ahí, empieza a darse un cambio fundamental en la construcción literaria de la historia, porque parte de una historia que considera un invento. Pero también se produce un cambio en la comunicación de la “historia real”. Entonces, ¿hay más elementos de ficción en el relato histórico o en la novela que recrea ese relato?
En El arpa y la sombra, hace una interpretación de los textos colombinos. Su narración elabora una nueva forma de repensar la conquista y colonización, construyendo, además, una nueva forma de mirar la historia de América Latina, de mirar al propio continente y a sus habitantes.
En un artículo anterior señalaba que el Diario de a bordo, de Cristóbal Colón, es el primer sustento narrativo ideológico de la tesis del descubrimiento de América, que luego estará presente en otras crónicas de Indias. Explicaba que en esta narración se establece la base del pensamiento colonial que desarrollará España hacia América luego, y es un elemento muy importante en el propio pensamiento colonial.
El “descubrimiento de América” y su relato en el Diario de a bordo, de Cristóbal Colón, crearon un nuevo imaginario desde Occidente y sentaron las bases para la conquista y colonización de América. Con sus viajes, Colón inició la conquista y colonización; con su relato la representación colonial de América.
Si en el Diario de a bordo comenzó a construirse esa representación colonial, en El arpa y la sombra hay una deconstrucción de esta y una construcción ideológica de resistencia a la historia narrada en la crónica colombina. El relato deviene sustento narrativo ideológico de la resistencia. Los elementos simbólicos de esa resistencia se elaboran desde la ironía, desde el humor, desde la burla sobre esa “verdad” casi revelada que se presenta en el Diario de a bordo, primero, y luego en otras crónicas de Indias.
El narrador cubano entendía que en la historia, y en la lectura de la historia, se escondían los imaginarios y la representación simbólica de la dominación. Por eso era necesario releer críticamente y deconstruir la historia. En esa tarea de deconstrucción hay una desmitificación del relato colombino y de la historia en sí. La historia pasa a ser una categoría de pensamiento y la literatura genera un nuevo lenguaje para crear nuevos imaginarios y una nueva idea de América Latina.
Alejo Carpentier creó una nueva novela histórica reinterpretando la historia, desmitificándola, decontruyéndola y finalmente reescribiéndola. Si en El viaje a la semilla, viaja a sus orígenes y los critica, cuestionando su propia identidad; en El arpa y la sombra viaja a los orígenes del denominado descubrimiento de América para criticarlo y cuestionar una identidad de América Latina creada desde la imposición de la cultura del silencio.
Hoy, los medios de comunicación son los actores fundamentales en la tarea de imponer la cultura del silencio desde un relato hegemónico. Entonces, la gran tarea de la comunicación contrahegemónica es mantener vigente ese legado de Carpentier y construir, en el contexto histórico actual, el nuevo sustento narrativo ideológico de la resistencia y la emancipación.
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