Entre el dolor ancestral y el dolor de España
Por Kintto Lucas*
Para Firmas Selectas de Prensa Latina
En el recorrido de los escritores -a lo largo de su obra- se puede percibir cómo van cambiando estilos, temáticas, conforme a lo que van viviendo, las urgencias de un momento histórico, sentimental determinado. En el ámbito de la poesía, estos recorridos se hacen más evidentes que en la narrativa.
César Vallejo, por ejemplo, tiene un recorrido que va de la reivindicación estética del romanticismo a la ruptura, la creación con identidad propia. En los poemas de Los heraldos negros, publicados en 1918 y algunos otros siguientes, es visible la influencia modernista. Aunque Vallejo muestra una creación propia, un intento de dar una estética nueva al modernismo, no emana de él.
Como afirma Selena Millares: “Los heraldos negros, de 1918, es el único donde puede vislumbrarse de un modo generalizado la huella del simbolismo y su secuela hispánica, el modernismo; sin embargo, ya se encuentra en él el germen de ese extremo quebrantamiento del idioma que, paralelo a la exasperación del dolor, progresivamente invadirá su poesía”.
En Los heraldos, y en particular el primer poema que da nombre al libro, ya se nota ese dolor que lo acompañará toda su vida, toda la vida de su poesía. Hay un dolor que pasa de la sensación directa y se acumula en el alma como un efecto simbólico de la tristeza y la muerte. Pero también se evidencia ese dolor, casi celestial, por el odio de Dios, mientras el hombre debe cargar con sus culpas.
Si bien se percibe una influencia del simbolismo español, como afirma Millares, se advierte también la estética del dolor andino, el dolor de una cultura oprimida por siglos, evidenciado en una particular dolencia de los kichwas o quechuas, llamada “llaqui”. El llaqui, o pena, es como una ideología de la resignación, reflejo de la psicología de la marginalidad.
Si recorremos las comunidades quechuas, hoy sentiremos en los relatos ese sentimiento transmitido por Vallejo. Los propios indígenas señalan que, desde tiempos ancestrales, muchos padecen lo que denominan “enfermedad de la tristeza” que siempre ha sido tratada por los shamanes.
En Trilce hay una ruptura con la estructura formal modernista, con el lenguaje modernista y se fortalece el poeta vanguardista que ya era Vallejo. Como el lenguaje a su alcance no le da la posibilidad para expresar lo profundo de sus sentimientos, necesita crear palabras, renovar el lenguaje. Aparecen entonces neologismos que otorgan una especial identidad a su poesía. No hay Dios, hay lluvia que no logra lavar la tristeza acumulada.
Millares lo explica claramente en su libro cuando dice “En Trilce, de 1922, el paisaje se quebranta con una violencia inusitada y deja paso al caos, el absurdo y el dolor. El tiempo, la muerte, el desamparo, la nostalgia del paraíso perdido de la infancia y esa tristumbre que se desprende de la miseria del amor están condensados en versos de una gran intensidad (…) La percepción del entorno en Trilce se desarticula y adquiere tintes oníricos, la palabra se acerca una y otra vez al intento vano de capturar lo inefable, el poeta es más que nunca un huérfano del lenguaje”.
De Los heraldos Negros a Trilce hay un cambio fundamental, una ruptura, un quiebre en todos los sentidos. La voz poética de Vallejo asume otro camino pero no deja atrás el dolor. Se adentra mucho más en la tristeza ancestral, en esa especie de llaqui que llevará consigo hasta cuando afirma: “Me moriré en París con aguacero, / un día del cual tengo ya el recuerdo…”. Y para ser fiel a esa tristeza lo cumple.
A esa tristeza ancestral también se vincula en Vallejo la tristeza de España, de la guerra, del fascismo que va llegando y finalmente llega. Entonces el dolor se torna uno, imposible de superar con la poesía.
Gonzalo More (amigo del poeta) contó que el 15 de abril de 1938 llegó a la clínica donde estaba internado, y vio que entraba un cura enviado por el Consulado de Perú, cuyas autoridades anunciaron que correrían con todos los gastos del entierro, a condición de que este fuera con funerales en una iglesia.
Pero More y otros escritores se opusieron a esa idea, y pidieron que la Asociación de Escritores de la Casa de la Cultura del Perú se hiciera cargo del entierro. “Vallejo debe ser enterrado por sus amigos”, dijeron. En la práctica, los detalles del funeral corrieron por cuenta del Partido Comunista de Francia.
El entierro tuvo lugar el 19 de abril en el cementerio de Mountrouge, un pueblito de la llamada cintura roja de París. Luego sería trasladado al cementerio de Montparnasse. Al frente del cortejo marcharon, entre otros, Luis Aragón. Jean Cassou, André Malraux, Tristán Tzara y el poeta cubano Nicolás Guillén, quien tiempo después lo recordaría así: “Yo no olvido al cholo Vallejo muerto de dolor de España en París, y a cuyo entierro fui una mañana llena de sol francés, con grandes nubes blancas en el cielo azul”.
Así, sin lluvia, con dolor de España y su tristeza ancestral se fue el poeta que transgredía la palabra. Tal vez se podría afirmar que Vallejo vivió y murió entre el dolor ancestral andino y el dolor de España. Su poesía fue reflejo de esa vida y de esa muerte. Todos los escritores tienen diversas influencias y están, de una u otra forma marcados por su tiempo, por lo que han leído y vivido personal y colectivamente.
ag/kl
Bibliografía:
Alemay Bay, Carmen, “Residencia en la poesía: Poetas latinoamericanos del Siglo XX”, Universidad de Alicante, PDF.
Millares, Selena, “De Vallejo a Gelman. Un siglo de poetas para Hispanoamérica”, Universidad de Alicante, PDF.