Por Gustavo Espinosa M.*
Exclusivo para Firmas Selectas de PL
Recientemente estuvo en el Perú el periodista brasileño Paulo Cannabrava Filho. Ágil de mente y de pluma, a su retorno a Sao Paulo aseguró que el Perú estaba en la encrucijada de dos caminos. Uno de ellos, podría conducirlo al infierno. Y sí. Ocurre de ese modo, en efecto.
Los comicios del próximo 10 de abril, y lo que debiera ser su complemento natural: la segunda vuelta del 5 de junio, abren al país caminos inciertos y también tormentosos.
La mafia que tuvo en sus manos las riendas del Estado en la última década del siglo pasado, que se recompuso y recuperó posiciones en el periodo gubernamental 2006-2011, busca hoy obsesivamente recuperar su nivel de dominio.
No obstante la experiencia vivida, hay todavía muchos en el Perú que no toman conciencia de la situación real. Incluso, no saben diferenciar entre los rasgos dominantes de un gobierno de derecha, y los elementos consustanciales de una gestión de la mafia.
Mimetizan ambas cosas y terminan creyendo que ambos son iguales, con la misma adolescente ingenuidad con la que los alemanes de los años 30 del siglo pasado, pensaban que “era lo mismo” la República de Weimar y la administración hitleriana.
Es bueno que puntualicemos entonces algunas cosas que, de una u otra forma, se han olvidado. Un gobierno de derecha defiende y ampara los intereses de la clase dominante y se vale de todos los recursos que tiene a la mano para imponer su voluntad.
Dicta leyes y normas, por ejemplo, que le permiten reprimir a las organizaciones políticas y sindicales que le hacen frente; contra ellas, usa también el aparato represivo del Estado. Los jueces condenan a los opositores, y muchas veces los encarcelan para que cumplan largas condenas.
Para enfrentar esa política, las fuerzas progresistas desarrollan acciones: huelgas obreras, movilizaciones de masas, paros locales y regionales, movimientos sociales, protestas, publicaciones y demandas, manifestaciones públicas y lucha callejera.
La mafia en el poder, es otra cosa. No permite nada de eso. Al contrario, intimida a la población y paraliza el cuerpo social. Se vale de los medios de comunicación, a los que compra o simplemente corrompe, para distraer a la gente haciéndole perder conciencia de patria, o de clase.
Limpia el cerebro de muchos para que no acudan a su mente ideas políticas ni preocupaciones sociales. Busca que la ciudadanía se ocupe de banalidades. Alienta la frivolidad y el silencio. Premia el servilismo, la obsecuencia; pero, al mismo tiempo, corrompe a muchos y aísla a los que piensan.
Para ese efecto, se vale de procedimientos perversos que nosotros hemos conocido en carne propia: institucionaliza la tortura, funda Centros Clandestinos de Reclusión, crea Tribunales Especiales con Jueces sin Rostro que ejecutan procedimientos sumarios y dictan sentencias anónimas, recurre a condenas en extremo punitivas, inicuas y crueles, como la cadena perpetua.
Al unísono, despliega una política de exterminio masivo de las poblaciones originarias, esteriliza mujeres y mata jóvenes. Recurre a la desaparición forzada de personas y a las ejecuciones extrajudiciales.
En unos casos, se vale de sicarios. Y en otros, crea simplemente Escuadrones de la Muerte: La “Mano Negra”, la Triple “A”, los Comandos Caza Comunistas, Las Auto defensas Unidas de Colombia, el Grupo Colina, en el Perú; no son espectros de un pasado vencido, sino expresiones de un terrorismo de Estado que en nuestra América está vivito y coleando.
Así sucedió en Guatemala, ese martirizado país centroamericano donde dejó 200 mil muertos; en el Perú 70,000; en Chile y Argentina 30,000. Hoy en México, se registran más de cien mil caídos entre desaparecidos y asesinados bajo la administración Peña Nieto.
Una mezcla siniestra: neoliberalismo en lo económico, fascismo en lo político, narcotráfico en lo cotidiano, y odio salvaje contra el pueblo; constituyen los elementos básicos de una receta que busca resurgir y extenderse en varios países de América Latina a la sombra del imperio y para preservar mejor sus intereses.
Es ese el escabroso camino que busca abrirse paso en el Perú de nuestros días, y al que Cannabrava precisa como el camino al infierno.
La cosa no es fatal, ni irremediable, por cierto. Siempre habrá una esperanza que alumbre el destino de los pobres, y permita anidar la esperanza en el corazón de los pueblos. En su búsqueda, andamos.
ag/gem