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jueves 21 de noviembre de 2024

Matrimonios homosexuales

Las uniones matrimoniales entre personas homosexuales, lenta pero ininterrumpidamente, comienzan a legalizarse por distintos Estados. No son casos aislados; parecieran marcar una tendencia, lo que habla de un cambio sociocultural del cual no sabemos aún magnitud ni consecuencias.

Aunque la legalización de estos matrimonios es algo muy reciente, la homosexualidad no es nada nuevo en la historia. Con lo sexual, punto culminante de la humanización, del triunfo de lo simbólico- los animales se mueven por instinto, los humanos no; por eso es posible la homosexualidad y toda esta compleja problemática-, justamente por esa condición de histórica, construida, los prejuicios están a la orden del día. No hay campo de lo humano donde lo simbólico, y por tanto los prejuicios, se muestren con tanta virulencia como en el orden de la sexualidad.

La identidad sexual no es una cuestión ni genética ni de «opción», sino de constitución subjetiva, histórica, producto de la repetición inconsciente de un sujeto en que sus fantasmas, el modo en que se procesa su historia personal, deciden la estructura de personalidad. No se «elige» ser heterosexual, ni homosexual, ni bisexual, ni se «opta» por ser sado-masoquista, o pedófilo, o trans, ni se llega a aceptar el voto de castidad o la poligamia por simples «decisiones personales conscientes». Antes bien, todas estas posibilidades que presenta el mosaico humano vienen amarradas a historias subjetivas que preceden y deciden a cada sujeto individual. En tal sentido, la «normalidad» es sólo cuestión de consenso.

hombre y mujer

No hay sexualidad «normal». El apareamiento entre un macho y una hembra de la especie humana en vista a dejar descendencia es algo que sucede a veces, ocasionalmente. Pero las relaciones amorosas que unen a las personas no tienen como fin último «normal» la reproducción; si no, no se hubieran ideado todos los dispositivos de contracepción que existen. Por el contrario, la sexualidad da para todo: la genitalidad es parte, pero no la agota.

Los prejuicios regulan nuestras vidas. Si el actual matrimonio «normal»- heterosexual y monogámico- es una institución en crisis que lenta pero inexorablemente muestra una tendencia a su desaparición, o al menos a su transformación radical, ¿por qué los y las homosexuales lo buscan tan afanosamente? Más allá de lo justo como derecho civil de esa reivindicación, anida allí también un prejuicio. ¿Qué se espera de un matrimonio?

Lo que está claro con este paso legislativo de la oficialización de las alianzas de parejas homosexuales es que las sociedades van mostrando, no sin dificultades ni tropiezos, una mayor cuota de tolerancia, de respeto a la diversidad.

Una cuestión que inmediatamente se plantea en relación a esto es el tema de las adopciones de hijos por parte de estos nuevos matrimonios. En más de un caso se ha dicho, incluso gente progresista que intenta ir más allá de sus prejuicios y sin ánimo de ser irrespetuosos, que «entre homosexuales casarse es una cosa, tener hijos ya es más discutible».

Definitivamente es muy difícil, quizá imposible, prescindir de la carga de prejuicios que nos constituye. Que la homosexualidad, o más aún: la bisexualidad de varones y mujeres, está presente en la historia de todas las culturas, es un hecho incontrastable. De todos modos, hasta ahora al menos, la edificación cultural se ha hecho siempre sobre la base de la célula familiar- mono o poligámica, abrumadoramente más patriarcal que matriarcal- con la presencia de los progenitores de cada uno de los dos géneros tradicionales: masculino y femenino. ¿Qué pasa si eso cambia?

Para ser rigurosos con un discurso analítico que se quiere serio, objetivo y certero, no podemos afirmar en forma categórica qué puede deparar este nuevo modelo de familia homosexual. Quitando los epítetos más viscerales, que no son sino expresión de los ancestrales prejuicios («es anormal», «es degenerado», «vamos hacia la desintegración familiar y social», «no está bien») lo mínimo que habría que pedir es rigor científico para abrir juicios.

Las ciencias sociales nos hablan de la constitución del sujeto humano a partir de lo que se puede encontrar ahora, y del estudio de la historia. Pero es un tanto aventurado hacer hipótesis de futuro sin bases ciertas. Quedarse con valoraciones éticas que estigmatizan a priori esos nuevos seres humanos criados en estos nuevos contextos, es discutible. En todo caso, para ser rigurosos en lo que se plantea y no hablar sólo desde la cotidianeidad prejuiciosa y superficial (eso es la normalidad, en definitiva), ¿qué elementos reales tenemos para afirmar que los niños de matrimonios homosexuales serían «anormales»?

Hoy, acorde a los cambios que van dándose en las sociedades- la humanidad cambia, para bien o para mal, y en general cambia para democratizar más los beneficios del desarrollo social- las uniones matrimoniales homosexuales indican que la moral, aunque muy lentamente, también va cambiando. Siendo rigurosos con la verdad no podemos caer en la simpleza de decir que una moral es mejor que otra. Los seres humanos necesitamos ordenamientos axiológicos, códigos de ética; no hay sociedad que no los tenga.

Lo que sí podemos saludar hoy como un paso importante en el progreso social es que, no sin tropiezos ni dificultades, vamos comprendiendo que todos y todas por igual tenemos derechos, que todos somos iguales, que nadie vale más que nadie. Lo contrario justifica los campos de concentración.

rmh/mc

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