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lunes 23 de diciembre de 2024
RICARDO-ALARCON

RAÚL ROA Y RICARDO ALARCÓN EN PANAMÁ

Me tocó recibir a Ricardo Alarcón de Quesada cuando vino a la Reunión del Consejo de Seguridad de la ONU en Panamá del 15 al 21 de marzo de 1973. Era la segunda vez y la última en que se reuniría fuera de su sede en Nueva York.

Ricardo era el embajador de Cuba en el organismo y tendría 37 años de edad. Me llevaba tres años de diferencia. Asumió el cargo a los 27 años, creo, y posteriormente reemplazó al canciller Raúl Roa García. Justamente el canciller Roa vino acompañado de Ricardo Alarcón cuando entraron al recinto de la Asamblea Nacional, donde se celebraría el encuentro.

Ese día era el 15 de marzo y recuerdo cuando Raúl Roa me vio y se quedó sorprendido, exclamando: «Julio, ¿qué haces aquí? Yo te hacía en España!»

El-Canal-de-Panamá

En efecto, yo había regresado del exilio en Europa (Holanda y España). Desde Madrid les envié mi primer libro El Canal de Panamá, Calvario de un Pueblo, dedicados al presidente Fidel Castro y a su canciller, Raúl Roa.

Igualmente, envié sendas copias dedicadas a Omar Torrijos y a su canciller, Juan Antonio Tack. En el libro, luego de probar frente al presidente Marco A. Robles y el presidente electo, Arnulfo Arias, además del cuerpo diplomático, la absoluta nulidad jurídica del Tratado de 1903, propuse que Panamá llevara el Canal a la ONU.

Eso ocurrió cinco semanas antes del golpe militar de Omar Torrijos el 11 de octubre de 1968.

En Madrid, Omar Torrijos y el canciller Juan Antonio Tack me habían contactado en 1971, a través de su embajador Moisés Torrijos, para consultarme sobre los primeros proyectos de tratados que el gobierno había negociado con EEUU a través de Diógenes de la Rosa, el embajador en Washington, José de la Ossa, y Fernando Manfredo.

Mi opinión, luego de estudiarlos, fue que, ¡debían echarlos a la basura! Y así ocurrió. Tack me nombró su asesor personal en las negociaciones en agosto de 1972 y me pidió que organizara la estrategia a seguir en el futuro Consejo de Seguridad en Panamá en marzo de 1973.

Ésta era una ocasión verdaderamente histórica, ya que era la primera vez que el mundo conocería la problemática del Canal y de que hablaríamos con independencia. Era la oportunidad de echar las bases de una nueva relación, si triunfábamos.

Con la aprobación de Torrijos, tracé la visión estratégica de la reunión, incluyendo las resoluciones a ser presentadas. Me encerré doce horas al día durante un mes en La Haya, junto al Palacio de la Paz, sede de la Corte Internacional de Justicia para estudiar a fondo todas las implicaciones de la reunión, desde las geopolíticas hasta los detalles técnicos sobre bases militares extranjeras y canales interoceánicos.

Cuando regresé en enero de 1973, encontré que en la misión asesora habían propuesto presentar una resolución que pedía la neutralización de los canales internacionales, a la cual me opuse decididamente porque ello era una intervención en asuntos de Egipto, que estaba en medio de una guerra con Israel, además de que nos enemistaba con la Liga Árabe. El tema era delicado para el canciller Tack porque la resolución la redactó el Dr. Jorge Illueca con apoyo de Aquilino Boyd, nuestro embajador en la ONU.

Pero yo estuve involucrado desde niño en contra de la presencia norteamericana en Panamá y había jurado dedicar mi vida para echarlos del territorio desde los 10 años, por lo que había estudiado a fondo la historia, el derecho y la política del Canal. Mi conclusión fue que la neutralidad no era la solución sino el problema.

Tratado Mallarino-Bidlack

La neutralidad, maltratada desde 1846 con el Tratado Mallarino-Bidlack entre Estados Unidos y la Nueva Granada (Colombia); en el Tratado Hay-Pauncefote de 1901 entre Estados Unidos e Inglaterra; en el Tratado Hay-Bunau Varilla de 1903; complementado con el Artículo 136 de la Constitución de 1904, que permitía la intervención de Estados Unidos en Panamá para “mantener el orden público”, era un pretexto para la intervención perpetua y para eliminar toda esperanza de independencia nacional.

Los embajadores Illueca y Boyd desconocían el trasfondo de la neutralidad y pensaban al revés. La neutralidad engañosa era el problema y no la solución. Años después, el Dr. Illueca me confesó su error, diciéndome que, una vez más, “el alumno supera al profesor”. Le resté importancia al incidente, ya que ambos habíamos aportado al fracaso de los Tratados Robles-Johnson de 1967.

El canciller Tack dudaba entre una y otra resolución, sin intuir el problema de fondo, de modo que me propuso en la noche del día 15 de marzo, que él presentaría primero la resolución de Illueca y que, si ésta fracasaba, presentaría la mía. Estuve de acuerdo, pues sabía que eso justamente ocurriría.

Tan pronto la leyó ante el pleno, hubo una fuerte protesta, liderada por el embajador de Egipto, quien denunció que la resolución intervenía en asuntos egipcios y árabes. Se pidió el cierre inmediato de la reunión.

Temiendo una radicalización de Panamá, algunos gobiernos latinoamericanos (no Cuba ni el Chile de Salvador Allende), presionaron al canciller Tack para “suavizar la resolución” porque no deseaban enemistarse con Estados Unidos.

Juan-Antonio-Tack

Le expresé al canciller Tack que ese era problema de ellos, no de nosotros; y en ese momento, le dije que renunciaría al cargo porque estaba cansado de discutir con gente ignorante. Me pidió que no renunciara y que fuera a Isla Contadora en el primer avión del día siguiente para seguir trabajando.

Ese día, sábado 16, llegué a la Isla, donde estarían los miembros del Consejo durante el fin de semana. El general Omar Torrijos llegó muy temprano en su helicóptero. Luego de preguntarme cómo me había ido en La Haya, le dije que necesitaba conversar en privado con él, sin escoltas ni testigos. Nos encerramos en un gran salón de reuniones y le hablé durante hora y diez minutos, sin que me interrumpiera. Torrijos estaba totalmente receptivo.

En resumen, le expliqué que habíamos empezado con mal pie y que necesitábamos dar un giro de 180 grados a la reunión porque estábamos fracasando sin haber empezado. Preguntó: “¿Y ya Tony (Tack) sabe esto?”. “Sí, claro”, contesté. “Entonces, ¡dígale que usted tiene luz verde!”

A las 6:30 pm de ese día, sábado, el canciller Tack me esperaba para cenar. Tan pronto me vio llegar, me dijo alborozado que los embajadores que le rodeaban le habían expresado lo mismo que yo. Me pidió que no me sentara (mi asiento estaba a su lado derecho) y que me encerrara en un cuarto y le redactara una explicación completa para llevársela esa noche al general Torrijos. Le escribí a mano trece páginas de 12 pulgadas, y el canciller se las llevó a las 10 de la noche.

Desde ese momento, todo cambió: se distribuyó mi resolución; fortalecimos nuestros enlaces con Cuba, China y Perú, que era nuestro puente con el resto del Consejo y la Federación Árabe.

Raúl-Roa y Ricardo-Alarcón

El canciller Raúl Roa y el embajador Ricardo Alarcón eran quienes acompañaban al canciller Tack esa noche, lo cual me confortó. El primero pronunció el discurso más extenso, elocuente y mejor documentado sobre la problemática canalera y pudimos apreciar que estaba familiarizado con el tema.

Roa polemizó o sostuvo un intercambio colorido con el embajador John Scali, de Estados Unidos, al que le dio una paliza, en la cual salió a relucir hasta la Biblia. Fue tan grande la tunda al norteamericano, que, al salir del recinto, cometió la imprudencia de recoger del suelo una colilla de cigarrillo, lo que ocasionó gran mofa entre el público.

Con motivo del deceso de Ricardo, un gran amigo de nuestro pueblo y brillante diplomático y revolucionario, y para recordar al Canciller de la Dignidad, Raúl Roa, leamos un extracto de su muy aplaudida y celebrada intervención:

“En la historia de las relaciones internacionales, la Convención del Canal Ístmico representa el más expresivo paradigma de carencia de escrúpulos, de menosprecio a los principios, de rapacidad desmandada y de befa a la dignidad de un pueblo. La mayoría de los tratadistas han demostrado, con argumentos inobjetables, su absoluta nulidad jurídica y, por consiguiente, su inexistencia real a la luz del derecho internacional y de las normas de la Carta de las Naciones Unidas. No faltan norteamericanos, entre las autoridades en la materia, que comparten ese juicio.

“Pero han sido los escritores patriotas- como Julio Yao, Jorge Turner y Jorge Illueca- y los combatientes nacionalistas de Panamá los que han desnudado su trasfondo neocolonialista o han luchado para exigir su abrogación, desafiando valerosamente persecuciones, atropellos y masacres.

“Aún está fresca la sangre derramada en las memorables jornadas de enero de 1964, en las que 21 estudiantes adolescentes ofrendaron sus vidas y más de 300 personas recibieron heridas en el intento legítimo de izar la bandera panameña al lado de la norteamericana, acorde con la disposición del presidente Kennedy, en la Escuela Secundaria de Balboa.”

rm/jy

*Analista Internacional, exasesor de política exterior del general Omar Torrijos.
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