Andrés Mora Ramírez*
Decir que el cambio climático constituye una de las principales amenazas que se ciernen sobre la humanidad en el siglo XXI es ya una tesis políticamente correcta que, con seguridad, encontrará pocos detractores en los foros internacionales, en los medios de comunicación o la academia.
Casi se ha convertido en un lugar común que apacigua conciencias y, por ejemplo, le permite a la clase política dominante exhibir una cierta preocupación ecológica que encubra sus inclinaciones hacia el neoliberalismo que hoy campea en el planeta, caracterizado por su lógica de acumulación de capital por la vía de la desposesión de bienes y recursos.
Algo muy diferente ocurre, sin embargo, cuando se argumenta que uno de los principales detonantes del fenómeno ambiental del cambio climático es el capitalismo depredador de nuestros días, con sus desarrollos y sus expresiones más exacerbadas -cuando no demenciales- en todos los órdenes de la vida social: desde la organización de la producción económica, la división y creciente especialización del trabajo o la imposición de patrones de extracción de recursos y energía, hasta la reconfiguración del mundo de la cultura y las relaciones humanas.
Entonces aparecen las contradicciones, los obstáculos en la búsqueda de consensos mínimos para el diseño de políticas públicas nacionales, regionales y globales y, en definitiva, la conjura de los poderes políticos y económicos hegemónicos, empeñados en que nada cambie en el mundo.
Como bien lo explica el teórico marxista inglés David Harvey, no se trata de un asunto de conocer o no las consecuencias del cambio climático, “el problema es la arrogancia desmedida y los intereses creados de ciertas facciones del capital (y de ciertos Gobiernos y aparatos de Estados capitalistas) que tienen el poder de impugnar, desbaratar y evitar aquellas acciones que amenazan su rentabilidad, su posición competitiva y su poder económico”[1].
En este escenario de alta complejidad y tensiones políticas, se efectuó la II Cumbre Mundial de los Pueblos contra el Cambio Climático en Tiquipaya, Bolivia, entre el 10 y el 12 de octubre. Fueron numerosas las voces de pueblos indígenas, movimientos sociales, ambientalistas y ecologistas, líderes políticos e investigadores que se expresaron en esta reunión.
Sus principales conclusiones, propuestas y demandas quedaron plasmadas en una extensa declaración, de tono anticapitalista y anticolonialista, que llama a “poner en marcha un nuevo modelo civilizatorio que valore la cultura de la vida y la cultura de la paz, que es el Vivir Bien”.
El texto también señala un conjunto de ámbitos de acción para avanzar en ese propósito: el de las luchas “contra las amenazas a la vida, guerras y geopolíticas de los imperios para distribuirse la Madre Tierra”, el de las búsquedas de caminos alternativos al capitalismo, el del reconocimiento de los derechos de la naturaleza, el fortalecimiento de los conocimientos prácticas y tecnologías sobre el cambio climático y para la vida, la defensa del patrimonio común.
Asimismo, la creación de un Tribunal Internacional de Justicia Climática y de la Madre Tierra, la lucha contra la no mercantilización de la naturaleza, la exigencia del pago de las deudas climática, social y ecológica del capitalismo, la promoción del diálogo interreligioso y, en lo más inmediato, la presencia activa en la Conferencia de las Partes sobre Cambio Climático (COP21), con sede en París a finales de noviembre próximo.
Esta amplia agenda que se perfila a partir de las inquietudes, propuestas y demandas de los pueblos del mundo necesariamente entra en conflicto con lo que Harvey llama “capitalismo del desastre”: ese que encuentra oportunidades de profundizar los procesos de acumulación del capital “en medio de catástrofes medioambientales”, y que, en el clímax de la deshumanización, obtiene beneficios incluso a costa de la muerte por hambre de poblaciones vulnerables o de la destrucción masiva de hábitats, “precisamente porque buena parte de la población mundial es ahora superflua [para el capital] y desechable en cualquier caso y el capital nunca se ha arredrado a la hora de destruir a las personas en su afán de lucro”[2].
En esa terrible disyuntiva se inscribe el gran debate de nuestro tiempo, en el que se disputa el futuro y las posibilidades de reproducción de la vida para toda la humanidad, o su continua opresión bajo el capitalismo y sus formas de dominación. De su resolución a favor del bienestar de las mayorías, podrían surgir las alternativas contrahegemónicas de transformación y construcción de nuevas formas de convivencia que nos permitan superar la crisis civilizatoria en que estamos inmersos.
A finales del mes de noviembre, en la COP21, asistiremos a otro episodio de la gran batalla cultural y ambiental de nuestro siglo. ¿Triunfará, una vez más, el afán irracional de exhibición de fuerza de los poderosos, o por fin la comunidad internacional le dará una oportunidad al planeta, a la naturaleza y a la vida que sostiene? Eso está por verse.
ag/ac
NOTAS:
[1] Harvey, D. (2014). Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo. Quito: Editorial IAEN. Pág. 250.
[2] Harvey, 2014, p. 244.