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sábado 23 de noviembre de 2024

La democracia ante la amenaza restauradora

Por Andrés Mora Ramírez  (AUNA-Costa Rica)*

 

Hace ya más de medio siglo, el historiador estadounidense Frank Tannenbaum, un intelectual estudioso de nuestros países y sus complejas realidades, llegó a la  conclusión de que el hilo conductor de la historia de América Latina estaba atravesado por la presencia permanente de las formas de dominación autoritaria, que hacían de la democracia una excepción.

 “Dictadores y regímenes militares, revoluciones palaciegas y golpes de  Estado,  violencia y dominación violenta han sido siempre una constante política en el subcontienente americano”, decía el autor de  The future of  democracy in Latin America (1955) y de Ten keys to Latin America (1962).

Esa excepcionalidad democrática fue tristemente confirmada en las últimas  tres décadas del siglo XX, cuando dictaduras militares y gobiernos civiles  al servicio del imperialismo estadounidense, en el contexto de la Guerra  Fría, asumieron las doctrinas de seguridad nacional basadas en las tesis del “enemigo interno” y el “peligro  comunista”,  y pusieron en marcha las tácticas de “guerra sucia” y “guerra de tierra arrasada”, que dejaron como saldo miles de víctimas mortales y desaparecidos, y un brutal debilitamiento de las instituciones políticas.

Ni siquiera las  pretendidas “transiciones  democráticas”, en las que muchos pueblos depositaron sus esperanzas,  evitaron  que las prácticas democráticas se redujeran a un ritual electoral que poca  influencia tenía en el rumbo de nuestros países y en la  búsqueda del bien  común de nuestras sociedades.

Entrados en los años 1990, la década oprobiosa del neoliberalismo y del  pensamiento único, a esa democracia se le llamó de “baja intensidad”: unos  pocos -élites políticas, grupos económicos transnacionales, tecnócratas y  políticos reciclados- decidían el  destino de muchos.  No había más  alternativas que los dogmas de fe económica proclamados por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Y el imperio estadounidense, ahora  hegemón del mundo unipolar, bendecía o rechazaba a los gobernantes de  turno.

No serán el kirchnerismo o el chavismo los que perderán o vencerán en este episodio decisivo al que hemos llegado: lo que está en juego es la posibilidad de construir democracias posneoliberales, populares, nacionales, participativas y socialmente justas. Como dijo Martí, es la hora del recuento y la marcha unida y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes.

No fue sino en el ocaso de ese siglo, y a partir de una inédita  articulación de resistencias de movimientos sociales, pueblos indígenas,  partidos políticos y liderazgos emergentes, que América Latina se sacudió y  acabó con la inercia ritualista de la democracia (neo) liberal: anquilosada  e incapaz ya de responder a las demandas  populares; democracia a la medida  de las oligarquías, del capital extranjero y de los factores de poder  de la “gobernanza  de la globalización”.

 

Primero en Venezuela, Brasil y Argentina, y después  en Bolivia, Ecuador y algunos países centroamericanos, los procesos políticos que abrieron el siglo XXI latinoamericano a la esperanza constituyeron, también, un avance democrático incuestionable  -por más que le pese a los opinadores ¨bienpensantes¨ de la derecha y a los gestores de la guerra mediática-, al ampliar las dimensiones simbólicas, discursivas y  materiales de las prácticas y sentidos que la democracia (neo)liberal había  adquirido en la región.

Quizás la vieja dominación histórica, oligárquica y capitalista, no fue  derrotada  todavía, y acaso falte mucho para que eso suceda finalmente. Pero  las fracturas y las heridas infligidas en los últimos tres lustros por un amplio arco de fuerzas políticas y sociales, enfrascadas en en la búsqueda de alternativas de superación del   neoliberalismo, no han sido menores.

Por eso las derechas criollas, en su contraofensiva restauradora, se han lanzado a dentelladas  para constreñir ese campo de resignificación de la democracia abierto  a la disputa y a la construcción colectiva por los procesos nacional-populares y progresistas.

Hoy, en Argentina, Brasil y Venezuela, el guión de la estrategia  restauradora apunta a forzar la tensión institucional, la disputa entre los  poderes republicanos, la intromisión en sus esferas de competencia, para  provocar una ruptura que justifique acciones de fuerza e intervenciones  militares. El imperialismo sigue de cerca estos ensayos, y urde sus planes  entre ambiguas declaraciones diplomáticas y la cooptación de partidos políticos “opositores”, ministerios o secretarías de gobierno, y mandos  castrenses.

No serán el kirchnerismo, el petismo o el chavismo los que perderán o  vencerán en este episodio decisivo al que hemos llegado: lo que está en  juego, para todas y todos nosotros, es la posibilidad de construir  democracias posneoliberales, populares, nacionales, participativas y  socialmente justas.

Es nuestra posibilidad de ser, sin más,  latinoamericanos y latinoamericanas que no renuncian a la utopía de la  emancipación y la liberación. No es tiempo de señalar  culpables de las  derrotas o enfrascarse en discusiones estériles; como dijo Martí, “es la  hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro  apretado, como la plata en las raíces de los Andes”.

 Ojalá lo comprendamos antes de que sea demasiado tarde.

 

ag/am

 

*Investigador, analista y docente de la Universidad de Costa Rica.
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