Por Kintto Lucas
Especial para Firmas Selectas*
En septiembre de 1976 los militares uruguayos colocan en la presidencia a Aparicio Méndez y decretan los Actos Institucionales 3 y 4 con los que se proscribe a la mayoría de los dirigentes políticos. El 20 de octubre se decreta el Acto Institucional Número 5 limitando la vigencia de los derechos humanos si lo requería la seguridad interna del país.
El PRTB-ELN (Partido Revolucionario de los Trabajadores de Bolivia-Ejército de Liberación Nacional), que ya estaba casi derrotado el 17 de septiembre de ese año, sufre un golpe fundamental: caen en un enfrentamiento Enrique1 y Pedro Silvetti, quien además de haber sido secretario del general progresista Juan José Torres, era vínculo con otras organizaciones políticas y sociales.
Simultáneamente secuestran a Torres en Buenos Aires, y su cadáver aparecerá más tarde acribillado a balazos en las cercanías de la capital argentina.
Según algunas versiones, Enrique y Silvetti fueron asesinados después de caer heridos, y luego fueron enterrados como NN en el Cementerio General de Cochabamba. Incluso se mencionaba una foto de Enrique con un rostro muy desmejorado, como posiblemente tomada después de caer. Otra versión es que, en lugar de enterrarlos, desaparecieron los dos cuerpos.
Según otras versiones, los dos habrían muerto en el enfrentamiento y enterrados como NN en el Cementerio General de Cochabamba. En 1981 la madre de Silvetti habría encontrado los cuerpos y hecho la exhumación, reduciendo los restos de ambos y trasladándolos a La Paz. La urna con cenizas y un hueso del cráneo de Enrique quedaron en la sede de ASOFAM (Asociación de Familiares de Desaparecidos y Mártires de la Liberación Nacional), con su foto y una bandera del ELN, como una forma de homenaje a su lucha. Nunca se hicieron exámenes de ADN…
Un compañero del PRTB-ELN que estuvo en el momento del enfrentamiento me comentaba con cierta admiración por Enrique, cuyo seudónimo era Guillermo, que “cayó peleando”:
“Guillermo nos dijo a los más jóvenes, bueno a los que teníamos menos experiencia, que nos fuéramos por detrás que él se quedaba para cubrirnos. Pedro dijo que él también se quedaba. Tenían la consigna de que la dirección no podía caer viva. En medio del tiroteo, salimos de la casa hacia la retaguardia. Había una buena salida y un lugar donde esconderse cerca. Nos quedamos a una cuadra mirando el enfrentamiento, sufriendo por no poder hacer nada. Duró como dos horas. El ejército no podía entrar. Creo que los soldados tenían miedo al ver la respuesta desde adentro. Parecía imposible que solo dos hombres los mantuvieran a distancia, hasta que en un momento explotó la casa que era muy humilde. Al rato vimos que los soldados arrastraban los dos cuerpos. Cayeron en el combate. No creo que puedan haber salido vivos. Estaban masacrados. Aunque no se veía bien, se les notaba destrozados, por eso no creo en la versión de que hayan sido llevados todavía vivos a morir en la tortura. La foto que parece haber sido tomada después del enfrentamiento debe ser una foto de Lima o de otro momento. No sé, no creo que hayan salido vivos.
Nosotros quedamos impresionados, algunos éramos muy jóvenes y teníamos un gran respeto por esos compañeros. No solo por su valor, si no por su fuerza política e ideológica. Con esa caída, la organización era prácticamente derrotada. No había nadie con el respeto de quienes habían caído que pudiera reconstruirla. Había también muchas dudas sobre traiciones que hacían imposible retomar la organización.
En principio no sabíamos qué hacer. Sabíamos que teníamos que ponernos a salvo en ese momento y enseguida ver como continuaríamos la lucha. Un grupo decidimos dedicarnos enteramente al trabajo social con perfil bajo hasta que se generó la huelga de hambre contra Banzer a la que dedicamos todo nuestro esfuerzo. Después se generó la lucha social ya no solo a nivel minero sino por el agua, los indígenas, y nosotros fieles al legado de seguir insertándonos en las masas fuimos trabajando con los movimientos sociales. Y fue surgiendo el proceso de Evo y creímos en este proyecto. Pensamos que era necesario fortalecerlo. Nunca se recuperan vidas tan grandes, pero el proceso que vive Bolivia, también tuvo el aporte de aquellos compañeros caídos”.
La huelga de hambre que menciona el compañero ocurrirá días antes de la Navidad de 1977, y será iniciada por cuatro mujeres luchadoras que exigirán la liberación de sus esposos y de los presos políticos. La medida sumará apoyos rápidamente y 22 días más tarde, cuando el número de huelguistas ya pase de 1.000, Banzer será obligado a ceder. Seis meses más tarde abandonará el gobierno.
En La Habana, Joaquín y Omar se enteran del enfrentamiento. Van a Prensa Latina y revisan todos los cables. Leen los diarios de Bolivia y de otros países. Se imaginaban que eso iba a ocurrir pero no podían ni querían creerlo. Lloran de rabia, de impotencia, pero buscan reponerse. Durante el breve gobierno de Lidia Gueiler, primero, y de Hernán Siles Zuazo después, funcionarios cubanos se dedicarán a reconstruir con algunos testimonios el camino de Enrique por Bolivia, y se encontrarán, entre otras cosas, con el enorme cariño y respeto que le tenían los mineros. Para Cuba pasará a ser uno de los tantos “héroes” de la “revolución latinoamericana”.
Días después del enfrentamiento, el Ministro del Interior de Bolivia, general Pereda Azbún, viajó a Montevideo donde fue recibido con honores por el alto mando militar al que le informó los detalles del combate y muerte de Enrique. También entregó documentación, entre ella su pasaporte a nombre de Alberto Virosta, que luego sería mencionado en prontuarios de inteligencia. Tuvo una extensa reunión con el comandante en jefe del ejército, Julio César Vadora, en la que se intercambió información del Plan Cóndor.
La Cancillería de Uruguay y la embajada en La Paz, estuvieron al tanto de lo ocurrido, pero estaban al servicio de la dictadura. El canciller era Juan Carlos Blanco, del cual no es necesario mencionar quién era. El embajador era Francisco Bustillo del Campo que luego sería también representante en la OEA (Organización de Estados Americanos) donde sirvió de defensor del gobierno militar. El viaje de Pereda Azbún a Montevideo fue coordinado con la representación diplomática uruguaya en La Paz y la boliviana en Montevideo.
En Uruguay, ni la vieja ni yo, habíamos leído la noticia que salió en el diario La Mañana el 18 de septiembre. Tampoco la habían visto parientes o amigos. Mucho menos Daniel en Brasil. Ciertamente no era un diario que se leía mucho. Unos dos meses después llegó una carta de los hermanos en Cuba, que no me acuerdo cómo.
Llegué del liceo a las 12 y 30 y mamá no estaba. A eso de la 1 de la tarde, la Yunga, la vecina de al lado que siempre nos prestaba el teléfono, me avisó que tenía una llamada. Al levantar el tubo me dice el Vasco, un tío muy querido hermano de la vieja: “Venga para la casa mijo”. Le pegunté enseguida “¿qué pasó?” y el respondió: “venga mijo, su mamá está acá, venga…”. Pensé enseguida en Enrique pero me dije “no es posible”. Luego en los hermanos de Cuba que ya hacia catorce años no veíamos y meses sin saber nada de ellos.
La Yunga, que era una viejita linda y querida por todo el barrio, la que nos curaba de la culebrilla, mal de ojo, empacho y de los dolores de la vida, se dio cuenta de la situación en el momento, o ya sabía. Puso su mano en mi cabeza y dijo: “mijito vaya tranquilo, mejor tome un taxi, no vaya en ómnibus, yo le doy para el taxi”. Le dije: “no, prefiero ir en ómnibus para pensar un poco”.
Cuando llegué al departamento del tío, estaban él, su esposa la tía Fermina también muy querida, y mamá que lloraba desconsoladamente. La abracé y le dije: “hay que ver que pasó realmente, no llores”. Imaginaba algo, pero no sabía de qué se trataba. El tío sin decir palabra me pasó la carta. En ella los hermanos decían que si bien era un momento muy duro por lo que le había pasado a Enrique, debíamos ser fuertes y sobreponernos.
No decían qué había ocurrido ni cómo, porque lo habían dicho en una carta anterior, de las tantas que nunca llegaron. Buscaban darle fuerza a la vieja. Asumí las palabras como una posibilidad y no derramé una lágrima. Le dije a la vieja, que no debíamos adelantarnos, que tal vez lo tenían preso o estaba en algún hospital herido, que nada estaba claro. Había aprendido que en momentos como esos era mejor mentirnos a nosotros mismos. Creo que estuvo como dos, tres, cuatro horas llorando… Ya no sé cuánto. Mientras el tío me daba unos mates, yo repetía que tal vez estaba desaparecido, que nada estaba claro. El Vasquito me miraba, sacaba dos o tres chasquidos al mate, volvía a cebarlo, me miraba sin decir una palabra y me lo pasaba.
Cuando creímos que mamá estaba mejor decidimos volver a la casa. Los tíos insistieron en que mamá se quede. La vida le había enseñado a ella, y en buena parte a mi que había que enfrentarla. Salimos caminando lentamente hacia la parada del ómnibus. Durante todo el trayecto se me quebraba el corazón de verla llorar. Le repetía que no debía llorar, que tal vez las cosas no eran así. Pero además me había convencido que nosotros no podíamos ni debíamos llorar… A los pocos minutos de llegar a la casa, vino la Yunga, solidaria como siempre con un tecito de tilo para mamá, unos bizcochitos y algunas hojitas de ruda.
La dejé con ella, me fui a mi cuarto y prendí la radio. Había un partido de fútbol. Mientras escuchaba pensé por primera vez que era muy posible que para nuestra familia, para el viejo, la vieja y para nosotros cinco, la vida haya sido un error… Pero al otro día la vida seguía, peor que siempre, con una marca más hacia el futuro, pero seguía…
1 Enrique además de dirigente tupamaro fue de la Junta de Coordinación Revolcionaria que reunía a varias organizaciones guerrilleras, entre ellas el ELN y decide integrarse desde ahí e ir a Bolivia.
ag/kl