Por Kintto Lucas
Especial para Firmas Selectas
Todo comienzo es en realidad el final de algo. Y estos textos podríamos leerlos al revés, o mejor dicho escucharlos al revés. O mejor dicho iniciar en el final y terminar en el comienzo. Por lo tanto estoy finalizando al comienzo, aunque todavía tenemos palabras para caminar. Y qué mejor que finalizar con jazz.
El jazz es como el alma de los negros de Estados Unidos, bueno, como el alma de los afroamericanos. En realidad es algo así como el contacto con los dioses de todos los continentes, como una forma de sobrevivir en un país que los dejaba a un lado. Los sigue dejando a un lado. Y la mayoría de las veces los maltrataba. Los sigue maltratando.
Cuando surgió el jazz fue como irse a volver de algún rincón dónde se inventó la música para ponerle los sonidos de la selva y del agua y de los árboles, y de la vida y de la muerte a ese monstruo sin notas musicales, a esa geografía, a ese país, que ya por aquella época comenzaba a olvidarse de las personas.
Pero a pesar de ese olvido y del profundo dolor que provocaba y provoca ese olvido, o tal vez por eso mismo, la música de Louis Amstrong podía pintar desde el dolor un mundo maravilloso. Entonces habría que irse a volver para escuchar a ese genio del jazz que fue, perdón, que es, Louis Amstrong, con What a wonderful world.
Para la escritora Toni Morrison, Premio Nobel de Literatura, el mundo no es tan maravilloso, como lo pinta Louis Amstrong en esa canción, sobre todo para los afroamericanos.
Ella nació en una familia de Ohio, y fue creciendo en un mundo lleno de historias, de letras que contaban la vida de quienes construían su lugarcito en medio del dolor. Historias del sur y de todos lados, que poco a poco iban tomando ciudades para que todos pudieran disfrutarlas sufrirlas reírlas llorarlas. Palabras que dibujaban sueños y pesadillas como sonidos salidos de algún pentagrama. Historias de seres perdidos y encontrados en las calles de la gran ciudad. Todo el profundo dolor de la historia afroamericana.
Jazz es una novela de Toni Morrison que transcurre en esas primeras décadas del siglo XX en que se funden la música afro rural y la música afro urbana. Cuando la industria discográfica crece con la difusión de las victrolas. Es una novela estructurada como una interpretación de jazz. El narrador es el propio gramófono y los personajes son como músicos que, en una especie de improvisación, van construyendo la trama. Si en la orquesta de Duke Ellington cada músico con su instrumento construye su propia versión de la música, en el libro de Morrison cada personaje con su voz construye su versión de la historia. Tal vez, podríamos escuchar la voz de Toni Morrison leyendo un pasaje de Jazz:
“Era imposible mantener los tambores de la Quinta Avenida separados de aquellas tonadas que apuntaban más debajo de la cintura, surgidas de las vibrantes teclas de los pianos y de los discos que giraban en la gramolas. Imposible. Algunas noches son silenciosas, ningún motor de automóvil funciona en lo que alcanza el oído, no hay borrachos ni bebés inquietos que lloren llamando a sus madres, y Alice abre cualquier ventana que se le antoje y no oye absolutamente nada…”.
“Los tambores que escuchó en el desfil, fueron solo la primera parte, la primera palabra de un mandato. Para ella los tambores no fueron una soga de confraternidad, disciplina y trascendencia que lo abrazaba todo. Los recordaba como un comienzo, el principio de algo que ella se cuidaría de completar…”.
De fondo podríamos escuchar al Duke Ellington con Trombone Blues, una de las músicas mencionada por Morrison en su novela.
A pesar del dolor de sus letras, y tal vez por eso, las historias de Toni Morrison se hacen mundo en el pensar de la gente, su gente se hace memoria en el caminar del tiempo… El tiempo del dolor, ese tiempo que marcha al son de Africa, sus libros son como saxos inundando el pentagrama del mundo. Pero el tiempo del dolor no es solo ayer, es hoy.
El 9 de agosto se cumplieron dos años de que en Ferguson, Missouri, el joven de 18 años Michael Brown fuera asesinado por un policía. El agente que lo mató no fue enjuiciado. La impunidad despertó la ira del pueblo afroamericano. En estos años las movilizaciones se sucedieron. Pero la discriminación y el ataque policial a los afro-descendientes no paran. Los asesinatos siguen. Las marchas de protesta también.
En abril de 2015, el joven afro-descendiente estadounidense Freddie Gray murió en Baltimore tras graves lesiones mientras estaba en custodia policial. Se encendió la protesta. Muchas ciudades de Estados Unidos se encendieron. Todos los fuegos el fuego, como diría Julio Cortázar. Sin embrago, los policías involucrados fueron declarados inocentes. La impunidad se mantiene. Las violaciones a los derechos humanos de los afro-descendientes también, aunque sean grabadas por celular y se hagan públicas mundialmente.
Hace unas semanas la muerte de otros afro-descendientes a manos de la policía, grabada con teléfonos celulares, despertó nuevamente indignación y protestas. Surgió una consigna que se repite en todas las movilizaciones contra la violencia policial: Las vidas negras importan. A partir de la consigna surge un movimiento que empieza a tomar fuerza. Las vidas negras importan.
Según el periódico The Guardian, en Estados Unidos más de 560 personas murieron en lo que va del año a manos de la policía. La gran mayoría de los muertos son afroamericanos o latinos.
Barack Obama, Premio Nobel de la Paz, el primer presidente negro en la historia de Estados Unidos -un país que, durante su gobierno, llevó la guerra a Libia y Siria- dejará su mandato en noviembre de este año, sin poner fin a las violaciones de los derechos humanos cometidas por la policía, en particular contra la gente de su propio pueblo. Pero ¿Las vidas negras importan a Obama?
En medio de una de las protestas contra las violaciones de los derechos humanos, cometidas por los policías de Estados Unidos -o sea por el Estado de ese país- está uno de los cineastas más creativos de las últimas décadas, Quentin Tarantino, un artista comprometido con la realidad que le ha tocado vivir. En medio de la marcha, Tarantino da su testimonio contra la impunidad policial.
Después de escuchar la voz de Tarantino, mientras caminaba en una marcha de protesta contra la violencia estatal a los afro-descendientes en Estados Unidos, habría que ir a volver a la música Django, de Luis Bacalov, que integra la banda sonora de la película del mismo nombre. Un western que muestra en parte la vida de los esclavos negros en Estados Unidos. La historia no oficial. Una película muy dura, pero llena de símbolos y mensajes: la violencia histórica contra los negros en Estados Unidos. Antecedente necesario para entender la violencia actual.
Consultado sobre el objetivo de esta película, Quentin Tarantino dijo que se propuso hacer una película que tratara la terrible historia de Estados Unidos con respecto a la esclavitud, pero como lo hacen los westerns spaguetis, no como las películas de temática social. Su intención fue tocar un tema que nadie aborda en el cine estadounidense porque algunos realizadores se avergüenzan o porque la historia oficial está impuesta dentro del cine de ese país y, por supuesto, en la memoria colectiva. Ahora, yo me iría a volver para escuchar otra canción de la banda sonora de Django, Lo llamaban King, también de Luis Bacalov, con la voz de Edda DelOrso.
Quentin Tarantino colaboró especialmente con los artistas para crear la música original de la película y la banda sonora. Para el cineasta, la colaboración de los músicos y su inspiración es una ilustración del alma de la película. La música en sí es también parte del alma de la película
Tarantino contó que, además de las nuevas canciones originales, utilizó muchísimas grabaciones de su propia colección de vinilos. En lugar de emplear las nuevas versiones de esos álbumes de los años 60 y 70 -limpiadas digitalmente por los estudios de grabación-, quiso utilizar los vinilos completos con todas sus imperfecciones, ruidos y chasquidos. Incluso mantuvo el sonido de la aguja cuando baja sobre el disco.
Quería que la gente experimentara lo mismo que él la primera vez que escucharan la banda sonora de la película. Ahora deberíamos escuchar Tengo un nombre, de Jim Croce, para luego seguir caminado historias, vidas, vidas y más vidas… Para luego, irnos a volver…
¿Qué tendrá que ver el gran poeta estadounidense Walt Whitman con la historia de la película Django? Esta se desarrolla en Texas en 1858. Tres años antes, en junio de 1854 se publicaba la primera versión de Hojas de hierba, un libro que el poeta Whitman seguiría editando y sumándole poemas hasta su muerte.
Por lo tanto vivió en ese mismo momento histórico llevado al cine por Tarantino, aunque en otro lugar, en Nueva York, desde donde marcó su oposición a la esclavitud. En 1856, en su texto La presidencia decimoctava escribió: ”O abolen la esclavitud o ésta los abolirá a ustedes”. Sin embargo, apoyó la opinión de que los afroamericanos no deberían votar.
Pero, más allá de eso, su obra poética marcó el futuro de la poesía estadounidense. En esos caminos intrincados sería el momento de volver a la lectura de El canto a mi mismo, que pertenece al libro Hojas de Hierba. Por lo menos un pequeño fragmento:
“Surgen de mí voces acalladas desde hace largo tiempo: / Voces de las interminables generaciones de cautivos y esclavos, / Voces de enfermos y desahuciados, de ladrones y enanos, / Voces de los ciclos de gestación y crecimiento, / Voces de los lazos que unen a los astros, de úteros y de semilla paternal, / Y de los derechos de aquellos a los que oprimen, / De los deformes, vulgares, simples, necios despreciados, / De la niebla en el aire y del escarabajo que arrastra su bola de inmundicia”.
Todas las voces en la voz del poeta Walt Whitman.
Vamos y venimos de Estados Unidos, de una geografía a otra, de una vida a otra. Del jazz musical de Louis Amstrong y Duke Ellington al jazz literario de Toni Morrison. De la indignación por la violación de los derechos humanos de los afro-descendientes, a las protestas de un pueblo en las calles. Del compromiso de Quentin Tarantino en las marchas, a la deuda de Barack Obama con el pueblo afroamericano. Bueno, con tantos pueblos. De la banda sonora de la película Django, que marca a fuego la esclavitud, a la poesía rebelde de Walt Whitman.
Ahora nos vamos a un ring de boxeo en busca de otro rebelde que se abrió camino ante la adversidad. Me voy a volver para recordar a Mohamed Alí. Perseguido, con sus derechos violentados, no pudieron matarlo como ocurre hoy con tantos afro-descendientes asesinados por la policía estadounidense. Resistió y se transformó en un símbolo, más allá del ring.
Alí no fue a Vietnam y se opuso tenazmente a esa guerra. Le sacaron su título y no pudo pelear por un buen tiempo. Pero regresó y volvió a ser campeón. Defendió a Cuba contra el bloqueo estadounidense y se fue hace poco. Tal vez su mayor tristeza fue haber dejado de lado a su amigo Malcon X, un luchador por los derechos de los afro-descendientes.
Vietnam era un ejemplo en el mundo de un pueblo que luchaba contra el mayor imperio del mundo. Un pueblo dirigido por uno de los mayores líderes del siglo XX: Ho Chi Minh. En 1967 intelectuales y artistas estadounidenses promovieron grandes manifestaciones contra la guerra de Vietnam. La carta enviada por el líder vietnamita, al presidente de Estados Unidos, Lyndon B. Jonson, provocó un remezón en la opinión pública estadounidense:
“Vietnam se encuentra a miles de kilómetros de Estados Unidos. Los vietnamitas nunca han hecho ningún daño a Estados Unidos, pero Estados Unidos ha intervenido de forma continuada en Vietnam”, decía al comienzo de su carta el Tío Ho.
Pablo Milanés interpretó una canción, basada en un poema de Nicolás Guillén que es necesario escuchar en el camino del recuerdo, de tantos recuerdos… “Al final del largo viaje, / Ho Chi Minh suave y despierto: / sobre el albura del traje / le arde el corazón abierto. / No trae escolta, ni paje. / Pasó montaña y desierto: / en la blancura del traje, / sólo el corazón abierto. / No quiso más para el viaje”.
Los hilos de la historia se juntan a través de Vietnam, de la poesía de Nicolás Guillen y de la música de Pablo Milanés. Pero Vietnam también fue un símbolo de una de las mayores cantantes negras estadounidenses. Otra luchadora por los derechos civiles. Otra perseguida que se tuvo que ir de Estados Unidos: Nina Simone, quien un día dijo: “Ser libre es no tener miedo”. Hay un blues de ella contra la guerra de Vietnam que suena bajito…
Hay una canción de Nina Simone que se transformó en un himno de quienes luchaban por los derechos de los afro-descendientes y, mucho más, de quienes luchaban por los derechos civiles de todos y todas. Una canción que marcó la vida de tantos y de tantas, y en particular del propio Martin Luther King. La canción se llama Misisipi Maldición y se cantó en tantas marchas por todo Estados Unidos.
Nina Simone dejó su país en 1969, tras el asesinato de Martin Luther King, cansada de la persecución y el racismo contra los afroamericanos.
El camino de Martin Luther King marcó el camino de la lucha del pueblo afro-descendiente estadounidense por los derechos civiles. Sus pasos en la marcha hacia la libertad, hacia los derechos, marcaron el rumbo de un pueblo que todavía hoy es olvidado.
La impunidad de hoy es consecuencia de la impunidad de ayer. Las luchas por los derechos civiles de hoy son parte del tejido de luchas construido durante décadas. Las marchas de hoy y los pies en la marcha, son parte de aquellas marchas que pedían justicia.
“Hoy tengo un sueño. Sueño que un día, en las rojas colinas de Georgia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos, se puedan sentar juntos a la mesa de la hermandad. Sueño que un día, incluso el estado de Mississippi, un estado que se sofoca con el calor de la injusticia y de la opresión, se convertirá en un oasis de libertad y justicia.
Sueño que mis cuatro hijos vivirán un día en un país en el cual no serán juzgados por el color de su piel, sino por los rasgos de su personalidad”, dijo Martin Luther King.
Esas palabras siguen siendo un sueño. Selma es una película que cuenta parte de ese sueño. “¿Qué pasa cuando un hombre se levanta y dice basta?”, se escucha decir en el film. Podríamos preguntarnos ¿Qué pasa cuando un pueblo se levanta y dice ya basta? Todo final puede ser un comienzo. Selma es también una forma de comenzar, retornando de ese sueño… Cada vez que nos vamos a volver estamos volviendo a empezar.
ag/kl
(Textos del autor, basados en su programa radial Me voy a volver)