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miércoles 27 de noviembre de 2024

Sobre la libertad y la prisión de los escritores

Por Kintto Lucas*

Para Firmas Selectas de Prensa Latina

 

Paradoja

Los escritores utilizan la literatura como una forma de liberar sus silencios individuales y colectivos. La paradoja es que son libres y prisioneros al mismo tiempo. Es algo raro, porque los escritores están presos de sus silencios, presos de sí mismos, de sus personajes, del espacio geográfico y de sus propias vidas. Pero, por otro lado, como me decía alguna vez Gonzalo de Freitas, un viejo periodista uruguayo, son los seres más libres: pueden inventar vidas, modificar historias, matar sin castigo y sin culpa, amar y odiar sin penitencia o recompensa.

En cambio, los críticos literarios no tienen esa libertad; tal vez por eso, muchas veces se sienten en la necesidad de competir con el texto que analizan para ejercer su propia libertad, que es también una forma de prisión. Ellos, o ellas, están presos del texto y quieren ejercer su libertad. Y a veces, increíblemente, su prisión es su libertad.

Por ejemplo, la crítica puede ser una prueba irrefutable de haber pasado por algún libro. Pero es sólo una lectura del libro. Más allá del canon y las técnicas de análisis de una obra, no deja de ser una forma de ver. Porque puede haber otras lecturas.

La crítica es también una forma de poder efímero, que a veces puede reemplazar a la propia literatura. Entonces la crítica puede ser la representación de la literatura en un mundo que vive para la representación. Muchas veces la realidad literaria se va construyendo a través de lo que cada crítico ve, o quiere ver. Entonces, finalmente, el crítico es prisionero del escritor y viceversa.

Metáfora

Pero al hablar de escritores libres y prisioneros a la vez, tenemos que nombrar a Jorge Luis Borges, para quien las palabras eran sólo un puente hacia la metáfora. La metáfora ya no sólo como un recurso del lenguaje, sino como un recurso de la vida. Cada metáfora borgeana nos acerca una visión distinta de la existencia o la inexistencia. Y en esas metáforas, además de desentrañar los fragmentos semiocultos de la vida, también se canta a sí mismo. Y al cantarse a sí mismo se interroga sobre la existencia y se contesta: «lo mejor de la vida es su carácter efímero».

Tal vez en esa frase nos está explicando por qué el tiempo de sus conflictos siempre es el presente o, mejor dicho, para Borges el futuro no existe. Entonces, para él, la creación y la vida y las interrogantes sólo pueden tener el ahora como escenario. Su libertad es el presente, su prisión el pasado y el futuro. Fervor de Buenos Aires es el pasado y el futuro en el presente. Borges vivía su prisión permanente construyendo su libertad. Sus metáforas eran parte de su prisión y de su libertad.

Escenarios

Una amiga el otro día, mencionando un libro de Remo Ceserani, decía: ¿Existe una libertad mayor en la vida representada por la novela o en la vivida por cada uno de nosotros en lo cotidiano de las experiencias y en los condicionamientos sociales y culturales? Y agregaba: más que preguntarnos si existe más libertad en la literatura o en la cotidianidad debíamos interrogarnos qué queremos representar en cada uno de estos dos escenarios. Me parece importante esa interrogante porque para algunos escritores puede estar claro pero para otros puede incluso ser una contradicción permanente durante toda su creación.

Ernesto Sábato dijo cierta vez que su pasión por Alejandra -la dulce protagonista de «Sobre héroes y tumbas»- era tal, que un buen día, la resucitó y la mostró paseando fugazmente por una calle de Buenos Aires en otra novela suya. Alejandra, muerta en la extraña casona incendiada de sus abuelos, volvía a la vida gracias a la libertad de Sábato. ¿Gracias a la libertad o a la prisión de Sábato? Era la libertad de Sábato reviviéndola y era la prisión de Sábato que no podía olvidarla.

Menciono esa anécdota  porque creo que Sábato, como tantos escritores y escritoras, intentaba ser libre en los dos escenarios. Pero creo, también, que esa libertad en los dos escenarios tiene condicionamientos sociales, culturales y cotidianos. Por lo tanto, nunca podremos ser enteramente libres, aunque lo intentemos; incluso a veces yendo contra nosotros mismos.

Palabras

Conversando sobre silencios y libertades de los escritores, una amiga mexicana me decía que, para ella, el contexto es esencial en la construcción de uno mismo. Y mencionaba a la lingüísta María del Pilar Montes de Oca, quien en una charla comentó que “el entorno define las palabras y las palabras nos definen; es decir, si vivo en un entorno de nieve como los Innuit tendré muchas palabras que describan a la nieve porque no es la misma que cae en la madrugada, que la que sirve para cocinar, etc. pero si no vivo rodeada de ella, pues bastará sólo decir nieve.  El lugar efectivamente determina muchas  cosas, formas de pensar, de concebir al mundo, de interpretarlo, de evocarlo”.

Es interesante cómo una reflexión puede seguir abriendo caminos para llevar hacia otras reflexiones que finalmente complementan y amplían la anterior. A partir de esa reflexión de mi amiga, me quedé pensando en un punto fundamental que planteaba: “el entorno define las palabras y las palabras nos definen”. Sin duda, el entorno, el contexto, marcan incluso la forma de escribir, de hilvanar las palabras. Por lo tanto, y aunque parezca obvio, las palabras no son totalmente libres. Y si las palabras no son libres, podríamos decir que el escritor  lo es mucho menos.

El calor de las palabras de un escritor o escritora de un lugar  determinado se puede contrastar con el frío de un escritor o escritora de otra geografía. Por lo tanto, este aspecto también condiciona la propia libertad del escritor. La sensualidad de las palabras también tiene que ver con la geografía y, obviamente, con el idioma. Y ahí podemos entrar también en las fallas de ciertas traducciones.

Cuando leo “Grande Sertao: Veredas”, de Guimarães Rosa, en castellano, incluso en excelentes traducciones, no puedo sentir el ritmo, la pasión y la magia que tocan la piel al leerlo en portugués. Pero, además, no es cualquier portugués, porque allí hay mucho del portugués del sertao, que ni siquiera es el portugués de Brasil, mucho menos el de Portugal. “Grande Sertao: Veredas” es una novela universal que traspasará los tiempos más allá de las traducciones.

Y a propósito de traducciones recuerdo una anécdota: a un querido amigo escritor le habían editado una de sus novelas en Grecia, y mostraba, contento, el libro en griego. Enseguida otro amigo, también escritor, con cierta ironía le dijo para molestarlo: ojalá que la traducción haya mejorado la escritura y la trama. Fue una pequeña maldad de las que suelen hacerse los escritores, y todos nos reímos, incluso el aludido.

Lo de Grande Sertao: Veredas y la anécdota que mencionaba también me confirman que finalmente la libertad de los escritores no es tan libre.

Bukovski

Pensando en la libertad y la prisión de los escritores, y también en ciertos políticos, no sé por qué recordé a Chinaski, ese personaje de Charles Bukowski. Tal vez sea porque, al final de cuentas, uno siempre queda en la duda de si Chinaski es Bukowski o Bukowski es Chinaski.

Tal vez al comienzo Chinaski fue Bukowski, pero después asumió vida propia y Bukowski empezó a ser Chinaski. Es un poco loco, pero creo que puede ser parte del desdoblamiento que, a veces, llega a tener un escritor. Entonces llegó un momento que ni Bukowski era libre de Chinaski, ni éste libre del escritor. La libertad de cada uno era su propia prisión.

Por otro lado, creo que hubiese sido imposible el surgimiento de ese personaje sin la vida de Bukowski anterior a él. Atado a eso, creo que es imposible ser escritor o escritora sin haber vivido, con todo lo que eso significa. La vida y lo que vives te da el sustento para ser escritor o escritora. Por lo tanto, la libertad de los escritores, siempre será una libertad condicional, y la prisión también…

ag/kl

 

*Periodista y escritor ecuatoriano-uruguayo.
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