Por Andrés Mora Ramírez*
Para Firmas Selectas de Prensa Latina
En sociedades desiguales como las latinoamericanas, con institucionalidades frágiles y sistemas políticos en franca degeneración, el control de los medios de comunicación y la capacidad de producir y difundir contenidos mediáticos se ha convertido en un factor determinante en las luchas por el poder y la construcción de sentido común.
Allí donde los pactos entre élites han fracasado y la partidocracia -más atenta a los intereses del capital que a las necesidades y aspiraciones de las grandes mayorías- se desguaza en sus propias contradicciones, la emergencia del llamado partido mediático, articulado en torno a los grupos económicos y las empresas de la comunicación, es el recurso al que apelan los poderes fácticos -locales y extranjeros- para mantener el status quo. No en vano son el partido mediático y su hermano siamés, el partido judicial, los protagonistas de los golpes de Estado de nuevo cuño que hemos sufrido en nuestra América en los últimos años.
En esa dinámica que va configurando nuestras democracias mediáticas, llegado el tiempo electoral, las campañas sucias y la desinformación sobre movimientos y liderazgos más o menos de izquierda -que puedan constituirse en eventuales desafíos al orden dominante- devienen prácticas sistemáticas e inescrupulosas con las que el partido mediático inocula el miedo entre la opinión pública, especialmente entre los grupos más “vulnerables” al tóxico de sus mensajes.
Acciones de este tipo las hemos presenciado, por ejemplo, en el golpe de Estado perpetrado contra Hugo Chávez en Venezuela en el año 2002, como quedó magistralmente retratado en el documental “La Revolución no será televisada”; o en la polémica elección que, en 2006, llevó a la presidencia de México a Felipe Calderón entre acusaciones de fraude y una despiadada guerra mediática de Televisa y TV Azteca contra el candidato Andrés Manuel López Obrador (AMLO).
También en Centroamérica hemos sido testigos de ese modus operandi de las élites políticas y económicas que, una y otra vez, echan mano al expediente del terror, la manipulación de encuestas o la invención de enemigos externos y elucubradas conspiraciones del llamado “castro-chavismo”, para descarrilar el libre juego democrático que dicen defender: lo vivió el FMLN de El Salvador en los procesos electorales de 2009 y 2014; el Frente Amplio en Costa Rica en la campaña del 2014; y en Honduras durante el golpe de Estado de 2009 y, más recientemente, en los fraudulentos comicios de 2017 que desembocaron en la reelección del presidente Juan Orlando Hernández.
En este país, la expulsión del grupo musical Los Guaraguao, que se dio en el marco de una alerta lanzada por el Departamento de Estados de los Estados Unidos sobre “infiltración de ciudadanos venezolanos” en las votaciones del pasado mes de noviembre, deja al descubierto las paranoias de nuestra clase política y los fuertes tentáculos que estrangulan a la democracia en América Latina.
A tono con los vientos conspirativos que soplan a escala global, México nos ofrece ahora un nuevo caso para esta antología del absurdo: la dirigencia vinculada a la campaña del candidato José Antonio Meade, del oficialista Partido Revolucionario Institucional, sin presentar una sola prueba pero gozando de mucho eco en los medios de comunicación hegemónicos, se ha enfrascado en atacar a López Obrador presentándolo como el candidato que despierta las simpatías de Caracas y hasta lanzaron el bulo del apoyo de Moscú al líder de MORENA, a quien llaman “Andrés Manuelovich”, y advierten sobre la injerencia rusa en las elecciones -vía ataques cibernéticos- con el objetivo de “meterse por la puerta de atrás para afectar a Estados Unidos e influir en la región”.
Detrás de estas maniobras se desliza la sombra del publicista venezolano Juan José Rendón, quien hace apenas unos días declaró a una revista mexicana que haría “lo que esté a mi alcance para que AMLO no llegue a la Presidencia”. En respuesta, López Obrador divulgó un video en el que aparece en el puerto de Veracruz y, con sarcasmo, afirma estar esperando que emerja el submarino ruso “que me trae el oro de Moscú”.
Estos episodios invitarían más al humor que a la preocupación, si no conociéramos al personaje que está detrás de esos rumores, los intereses inconfesables a los que se vende como mercenario, y las nefastas consecuencias que estas maniobras mediáticas tienen para la construcción de democracias auténticas, participativas y plurales en nuestra región.
Desgraciadamente, cuando faltan las ideas y los argumentos, y cuando no se puede mirar a los ojos al pueblo, sólo quedan la mentira, la manipulación y las bajezas como armas de la política mafiosa. Y ahí, las derechas latinoamericanas se mueven a gusto en su lodazal.
ag/am