Por Kintto Lucas *
Para Firmas Selectas de Prensa Latina
En psicología y filosofía existen diversas teorías para definir el “yo”. Sin embargo, en todas, de una u otra forma, se asume que este concepto representa la construcción de la identidad de una persona dentro del colectivo humano; explica la experiencia individual dentro de ese colectivo y se va forjando en la vida cotidiana, desde el nacimiento del ser humano. En suma, el “yo”, el sujeto de la vida de la persona.
El sentido de identidad se genera y mantiene cuando los individuos asumen el “yo en la construcción cotidiana como parte de un colectivo humano. Un “yo” condicionado por el mundo que los rodea y se desarrolla en las relaciones sociales.
Desde la teoría marxista, como lo explica el Diccionario de Filosofía editado por Iván Frolov, la personalidad humana es determinada, en última instancia, por el conjunto de las relaciones sociales. El yo es visto como el centro de la personalidad, de la individualidad humana, que mantiene una actitud activa hacia el mundo y hacia sí misma.
Un aporte importante en las ciencias sociales lo constituyó el planteamiento de los roles sociales del “yo”, el sentido en que las personas interpretamos el mundo y sus elementos a partir de los significados que se les otorgan socialmente. El “yo” se construye en la interacción con los otros y la estructura social. La identidad depende de los roles sociales, las relaciones interpersonales, los rasgos de la personalidad y las actividades de cada persona.
Así, el “yo” de un escritor está determinado por la construcción de su identidad dentro del colectivo humano, donde explica su experiencia individual, y se va forjando en su vida cotidiana. El “yo” es el sujeto de la vida del escritor. El sentido de identidad se genera y mantiene, cuando lo asume como sujeto de su vida en la construcción cotidiana, dentro de la cual se forjan sus obras literarias. O sea: estas se hallan condicionadas por su “yo” y este, a su vez, por el mundo que lo rodea.
El escritor interpreta el mundo y sus elementos, a partir de los significados que asume socialmente; es decir, la interacción con otras personas, la estructura social, el lugar en que vive o ha vivido y sus vínculos literarios. A ello hay que añadir una identidad, la suya, atravesada por los roles sociales, las relaciones interpersonales, los rasgos de su personalidad y las actividades que lleva a cabo.
La crítica literaria generalmente se centra en el análisis de lo obra de un creador. La ciudad se analiza como parte de la trama, o cuando esta asume un papel protagónico como personaje. Generalmente no se analiza la relación escritor-ciudad. Un proceso que incluye la diversidad de elementos de la realidad mediante la cual la ciudad llegue a ser parte de la construcción de su identidad como escritor, su “yo”.
Es un proceso de ida y vuelta, en el que el autor es parte de la construcción de la identidad de la ciudad. De ahí, que hay momentos en una obra en que el “yo” del escritor y el de la ciudad se funden en uno solo, el “yo-ciudad”.
La vida cotidiana es común a todos los seres humanos, pero la de cada persona tiene muy poco en común con otras. Si bien son idénticas, en un plano abstracto, cada quien vive su cotidianidad bajo diferentes circunstancias. La filósofa Agnes Heller, en su libro Historia de la vida cotidiana la define como el conjunto de actividades que caracterizan la reproducción de los seres humanos particulares que, a su vez, crean la posibilidad de la reproducción social.
La vida cotidiana se reproduce y vive en las relaciones sociales, y también tiene su historia: cuando nacemos nos encontramos con un mundo “ya constituido”, predeterminado por factores económicos, sociales y culturales. Mediante los distintos procesos de socialización vamos incorporando determinadas pautas. La vida cotidiana se sustenta en una acumulación de experiencias transmitidas de generación en generación, y se presenta como natural y ya consumada.
Las obras literarias están atravesadas por la vida cotidiana de sus autores y esta se halla atravesada por un sentido de clase. Cada autor mira a la ciudad desde una cotidianidad propia y un sentido de clase propio. El escritor muchas veces retoma la cotidianidad, o un hecho cotidiano de un lugar -o determinados lugares de una ciudad- y ayuda a desnaturalizarla, para que así se pueda percibir más fácilmente lo que esconde una realidad que otros no perciben.
Lo aprehendido y practicado en la vida cotidiana está fuertemente arraigado e interiorizado; el escritor está marcado por eso y, aunque a veces intente tomar distancia, y aun cuando esté narrando una historia de ficción, siempre tendrá una influencia de la cotidianidad o de cómo percibe la cotidianidad.
Hay novelas en las cuales los autores, tras investigar, logran representar la cotidianidad en su riqueza social. Cuando los personajes de una novela no tienen historia, a no ser aquella implícita en el drama, transmiten una lectura simplista de la cotidianidad y dejan de ser verosímiles.
Para complementar el concepto de “yo-ciudad”, recurro a la reflexión del escritor galés Raymond Williams, que en su libro Marxismo y Literatura aporta un criterio muy interesante para analizar la historia de la cultura y en particular la historia de la literatura, la llamada “estructura de sentimiento”.
Williams la define como “experiencias sociales en solución, a diferencia de otras formaciones semánticas sociales que han sido precipitadas y resultan más evidentes y más inmediatamente aprovechables” (Williams, 1977: 133-134). Así las experiencias sociales que perduran en el presente, y están atravesadas por múltiples hechos y sensaciones, influyen en la construcción cultural, en general, y en particular en la construcción literaria.
La escritora argentina Graciela Montes hace una interesante aclaración del concepto avalado por Raymond Williams,
Es algo así-sostiene- como el tono, la pulsión, el latido de una época. No tiene que ver sólo con su conciencia oficial, sus ideas, sus leyes, sus doctrinas, sino también, además, con las consecuencias que tiene esa conciencia en la vida mientras se la está viviendo. Algo así como el estado de ánimo de toda una sociedad en un período histórico.
Algo que se palpa y nunca se atrapa del todo, pero que suele quedar sedimentado en las obras de arte. A eso llama Williams estructura de sentimiento que, aunque intangible, tiene grandes efectos sobre la cultura, ya que produce explicaciones y significaciones y justificaciones que, a su vez, influyen sobre la difusión, el consumo y la evaluación de la cultura misma (Montes, 2001: 20)
Con el concepto de “estructura del sentimiento”, Williams va más allá y propone considerar la estructura de ese sentimiento individual y colectivo -que es parte de una construcción social y simbólica en el presente- muchas veces difícil de percibir. Sin embargo, para el historiador, ello queda expresado en las obras de arte o literarias.
Entonces, podemos asumir que la “estructura del sentimiento” influye en la construcción de la identidad del escritor y la ciudad, por lo tanto en el concepto de “yo-ciudad”.
En la literatura, la ciudad del presente muchas veces se enfrenta a la ciudad preservada en la memoria, que se resiste a desaparecer. La ciudad de la memoria rescata, entonces, la historia social o personal para enfrentarla con la pérdida de identidad. En la narrativa de la escritora catalana Mercé Rodoreda, por ejemplo, esto es muy marcado, porque tanto la autora como los personajes muestran su pertenencia a un lugar, a una cotidianidad y, por lo tanto, a una identidad.
De la misma manera que mirar la ciudad de hoy es la mejor manera de reflejarse en el espejo de la posmodernidad, mirar la ciudad en que fue escrita una determinada obra es la mejor forma de reflejarse en el espejo de ese momento histórico, trasladado a la obra literaria
La Barcelona en que transcurren las novelas Aloma, La plaza del Diamante y La calle de las Camelias está vinculada con la cotidianidad de la autora, los personajes, la construcción de la identidad individual y colectiva, y la estructura del sentimiento en que fueron escritas. Partiendo de esta base común, cada una y cada lugar asume características propias que tienen que ver con la historia narrada y el desarrollo de la trama.
El concepto de “yo-ciudad” se puede aplicar en el análisis de la obra de cualquier escritor o escritora e intenta entregar un nuevo aporte para reflexionar sobre los vínculos entre un autor, la ciudad y sus personajes.
ag/kl