Por Julio Yao
Cuando el presidente de Panamá, Juan Carlos Varela (2014-2019) estableció relaciones diplomáticas con la República Popular China y rompió con Taiwán, el 13 de junio de 2017, la isla separatista montó en furia y, perdiendo los cabales, quemó nuestra bandera en su misión oficial y hasta en la propia isla.
Taiwán violó así toda norma diplomática, nuestra soberanía y derecho de no intervención.
Los panameños, ¡ninguno!, profanó la enseña de Taiwán, porque la bandera arropa a la totalidad de su pueblo y porque nosotros sí sabemos cuánto duele que se la ultraje, especialmente porque en múltiples ocasiones los imperialistas del Norte han quemado y defecado sobre nuestra enseña patria tanto antes como después de la invasión del 20 de diciembre de 1989.

La apertura de relaciones entre Panamá y China estuvo basada en la Resolución 2758 de la Asamblea General de la ONU, de 1971, aprobada hasta hoy por 183 países. Dicha Resolución reconoce una sola China, de la cual Taiwán forma parte inalienable.
Taiwán, que se ha prestado como vulgar ficha de EEUU. en el ajedrez geopolítico, se une así al concierto de islas, islotes, peñascos y rocas convertidos en microestados que proliferan en los mares orientales del Océano Pacífico.
Tales microestados le hacen el coro a los títeres de Taipei que están más que dispuestos a sacrificar a la humanidad por salvar su sueño de opio de una soberanía imposible sobre la China Popular.
Es impensable que 23 millones de taiwaneses representen más que los mil 410 millones de chinos del Continente, y así el mundo entero lo entiende.
Es por ello que el gobierno del presidente Mulino, por boca de su canciller, Javier Martínez Acha, ha descartado toda posibilidad de establecer una oficina comercial de Taiwán en Panamá.
No demeritamos la importancia económica de Taiwán a nivel mundial, cosa que Beijing reconoce ampliamente.

El viaje inconsulto de algunos diputados de Panamá a la isla de Taiwán tenía intenciones malévolas que interferían la precedencia del órgano ejecutivo sobre el legislativo y nuestro orden constitucional en materia de política exterior.
Afortunadamente, nuestros voceros descartaron toda posibilidad de autorizar una oficina comercial de Taiwán en nuestro territorio.
Tomemos en cuenta, además, que Panamá, por su neutralidad histórica como respuesta a las agresiones e intervenciones de Estados Unidos desde el siglo XIX, y como cumplimiento de la neutralidad de su Canal para todas las banderas, no puede ni debe involucrarse de manera alguna en disputas ni controversias geopolíticas que no le competen.
En tal sentido, rechazamos que Estados Unidos posea el derecho de transitar por el Canal a la cabeza de la fila y en forma expedita y que se le exonere de los peajes a su marina mercante y de guerra.
Lo anterior constituye una grosera violación del llamado Tratado de Neutralidad.
Por eso gritamos desde nuestras trincheras: “Taiwán, ¡no te vistas que no vas!”
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