Por Andrés Mora Ramírez*
Especial para Firmas Selectas de Prensa Latina
Mientras el fuego de la antorcha olímpica ilumina a los atletas que participan en la justas deportivas en Río de Janeiro, otro fuego, el de la crisis política e institucional, atizado por el golpismo encubierto de formalidad jurídica, la voracidad de las élites y grupos de poder, así como por la gravitación permanente de los intereses extranjeros, que realinean a Planalto en la órbita de influencia de Washington, amenaza con desatar nuevos conflictos sociales en Brasil y consumir a la democracia en la hoguera de la restauración conservadora y neoliberal que recorre América Latina.
Cumpliendo los rituales de la farsa golpista, la comisión del Senado que instruye el proceso de impeachment contra la presidenta Dilma Rousseff aprobó el documento de su destitución y lo elevó a la Cámara Alta para que sea votado el próximo 29 de agosto. Esta puesta en escena, apoyada por el gobierno espurio de Michel Temer, ignora los informes de los peritos del propio Senado y la fiscalía, que eximen a la mandataria de responsabilidad en las presuntas irregularidades contables en las cuales se le pretende implicar.
Tal como ocurrió en Honduras en 2009, y en Paraguay en 2012, el golpismo de nuevo patrón, protagonizado por las derechas brasileñas, articula sus maniobras desestabilizadoras desde los poderes legislativo y judicial, sometidos a su vez a los designios de los poderes fácticos, para desnaturalizar las instituciones democráticas y pasarle por encima a la voluntad popular expresada en las urnas electorales.
¿Qué viene para Brasil en el corto y mediano plazo? En su entrevista con el corresponsal del diario La Jornada, la presidenta Dilma definió el actual estado de cosas en el gigante suramericano como una cotidianidad anómala, que más pronto que tarde resultará insostenible: “Lo que estamos viviendo es un cuadro de tranquilidad aparente, que tarde o temprano acabará por estallar, porque no se puede sostener indefinidamente ese ocultamiento de lo real, y lo real es el golpe”.
El sociólogo Emir Sader considera que, después de Dilma, el siguiente objetivo de la ofensiva golpista es el expresidente Lula da Silva. En un artículo divulgado recientemente, explica que “intentar excluir de la vida política brasileña al único líder que tiene prestigio frente al pueblo es pretender imponer, en última instancia, un golpe en la legitimación de la política brasileña, para abrir espacio a aventureros golpistas y a los salvadores fascistas de la patria. “Para ello es indispensable intentar invalidar el liderazgo político que ha rescatado la dignidad de Brasil y la autoestima de los brasileños”.
Y agrega: “Si continúa existiendo un liderazgo como el de Lula, en la plenitud del ejercicio de su liderazgo popular, esos aventureros no podrán continuar con la destrucción sistemática de la democracia que promueven, con la liquidación del patrimonio público, los derechos de los trabajadores, los recursos públicos que han servido para democratizar el acceso del pueblo a los derechos elementales garantizados por las políticas públicas”.
Por su parte, Joao Pedro Stédile, dirigente del Movimiento Sin Tierra, reconoció en una entrevista para Resumen Latinoamericano que la movilización de la clase trabajadora para detener el golpe y resistir al gobierno de Temer ha sido insuficiente hasta ahora:
“La clase trabajadora sigue en casa, no se movilizó. Quien sí lo hizo fueron los militantes, los sectores más organizados. Pero el 85% de la clase sigue viendo novelas. Tenemos que redoblar los esfuerzos como movimientos populares, llegar hasta la clase obrera, demostrar los graves riesgos que enfrentamos, y estimular su participación en la calle”.
Para Stédile, la izquierda popular brasileña tiene ante sí un reto enorme: “A mediano plazo, el reto principal es seguir organizados en el Frente Brasil Popular como un nuevo espacio de unidad popular, y debatir la necesidad de construir un nuevo proyecto de país que, por ahora, la izquierda no tiene. Por eso, aparte de que la derecha hará todo lo posible para inviabilizar una candidatura de Lula, sólo su presencia en el pleito no será suficiente. Tenemos que presentar al país un nuevo proyecto que supere lo que fue el neodesarrollismo, que ya se agotó”.
La tragedia que vive hoy el proyecto político del Partido de los Trabajadores, y el Brasil como un todo, así como la escasa claridad sobre las eventuales salidas de la crisis, no debieran hacernos perder de vista la importancia de realizar un balance nuestroamericano del legado de Lula y Dilma, antes que caer en las trampas del escarnio mediático y el juicio acomodaticio a las circunstancias.
Hablar de la contribución de los gobiernos del PT al giro posneoliberal latinoamericano es hablar, al mismo tiempo, de la participación decisiva de sus líderes y experimentados cuadros diplomáticos en la forja de un nuevo equilibrio de fuerzas políticas en América Latina (tarea en la cual el Foro de Sao Paulo ha cumplido una misión de enorme importancia en la articulación de las izquierdas latinoamericanas).
Asimismo de la revisión crítica de los paradigmas de subordinación a los intereses de los Estados Unidos, que tradicionalmente condicionaron las relaciones interamericanas; y por supuesto, de su compromiso inobjetable en la construcción de un sistema internacional multipolar, a partir de nuevas iniciativas de integración nuestroamericana (como Unasur, Celac, o la ampliación del Mercosur hasta Venezuela); y transcontinental (el impulso a las relaciones con África y el grupo de países BRICS).
Los gobiernos de Lula y Dilma asumieron la conducción del Brasil ornitorrinco -metáfora acuñada por el sociólogo Francisco de Oliveira-, una sociedad atrapada en el laberinto de su modernidad inconclusa y su modernización desigual y contradictoria, para lanzar una cruzada de resultados impresionantes (aunque todavía insuficientes, dado el rezago histórico que se arrastra) en materia de reducción de la pobreza y creación de nuevas oportunidades de vida para amplios sectores de la población.
Apostaron a sentar las bases sociales, económicas, educativas, energéticas y geopolítica del Brasil potencia emergente, en las condiciones que un partido de izquierda -con un reconocido historial de lucha contra la dictadura militar y contra el neoliberalismo- encontró posible hacerlo, y bajo las circunstancias concretas de la sociedad brasileña de inicios del siglo XXI.
Esto puede ser poco o ser mucho, según cómo se mire, pero sería mezquino negar el peso específico de Brasil en el llamado cambio de época latinoamericano, que protagonizaron los liderazgos y gobiernos progresistas y nacional-populares durante los últimos 15 años.
ag/amr