Kintto Lucas*
En la Metamorfosis, en cambio, el ser humano se cansa de serlo. Gregorio Samsa, el personaje principal, solo al escuchar el violín recupera por unos minutos la condición humana. Cansado ya de ser un insecto rechazado por todos, la música del violín interpretada por su hermana le hace recuperar por un instante el sentido fundamental de lo humano.
Sin duda, el ser humano es un insecto antes de que se pruebe lo contrario, o mejor dicho, antes de escuchar el violín. Pero finalmente es imposible salir de la pesadilla. El ser humano está condenado a sufrir su propia pesadilla, las injusticias de la sociedad, el absurdo de la sobrevivencia
Cansado ya del cansancio, en la primera escena de la novela Vida del ahorcado, el personaje principal Andrés Farinango se despierta en un mundo de tinieblas preso en un cubo.
Por ironía del destino, es la mañana del Primero de Mayo, Día de los Trabajadores, pero la angustia, el dolor, la soledad, lo colocan ante la necesidad de huir de una realidad en la que no tiene nada y escapar también de sí mismo. Todo parece un vacío perpetuo.
Destino irremediable del ser humano: escapar sin poder escapar, huir de un vacío a otro estando en el mismo lugar. Finalmente el ser humano vive ahorcado. A veces el nudo de la cuerda se afloja, a veces aprieta casi hasta el final. Esa es la vida del ahorcado, de alguna forma la vida del propio trabajador aunque sea el Primero de Mayo, la vida de la mayoría de los seres humanos perdidos en la oscuridad de un mundo de soledades, sin salida.
El cubo es la única salida donde rebelarse contra el poder, pero los seres humanos son muy débiles para vencer al opresor. Finalmente el cubo es un laberinto sin fin. Una ironía de la realidad. La nada perpetua.
Por encima de su ironía al observar la realidad, su mirada hacia el interior del ser humano, el existencialismo permanente, Pablo Palacio era un escritor profundamente político, aunque muchos no se dieran cuenta en su época y hasta ahora.
En su momento, incluso algunos escritores del Grupo de Guayaquil, como Joaquín Gallegos Lara, no tuvieron la capacidad de observar la profundidad y la denuncia de Palacio. Luego, hasta la actualidad, algunos críticos y escritores revindican a Palacio como un escritor apolítico enfrentado con la izquierda de su época.
Tampoco logran comprender la profundidad revolucionaria de la obra del escritor lojano o quieren utilizarla de acuerdo a su ideología. Más allá del absurdo y la ironía, Vida del ahorcado es una novela profundamente política. Toda la obra de Palacio es política.
En esa novela, el narrador plantea todo lo que a futuro no sería tan absurdo desde el suicidio hasta la venta de la naturaleza, pasando por la mala educación, la rebelión estudiantil, la justicia y los problemas existenciales del ser humano.
Desde el absurdo, desde la ironía, Palacio plantea algo que a futuro no será tan absurdo como por ejemplo vender la naturaleza en Ecuador y en cualquier país.
En ese sentido recordemos un pequeño pasaje de Vida del ahorcado. Tal vez no el mejor, pero sí uno que parece premonitorio de lo que ocurre en el presente: trata sobre la subasta del Chimborazo, que tiene un significado profundamente simbólico, adelantándose inclusive en lo que ocurrirá después en los gobiernos neoliberales. También parece absurda la permuta por tierra plana para sembrar caña de azúcar y cacao, pero no lo es. Nada es absurdo en el absurdo de Palacio:
El Gobierno de la República ha mandado insertar en los grandes rotativos del mundo esta convocatoria escrita en concurso por sus más bellos poetas.
¡ATENCIÓN SUBASTA PÚBLICA!
Atención capitalistas del mundo:
El Chimborazo esta en pública subasta. Lo daremos al mejor postor y se admiten ofertas en metálico o en tierra plana como permuta. Vamos a deshacernos de esta joya porque tenemos necesidades urgentes: nuestros súbditos están con hambre, por más que tengan promontorios a la ventana. Hoy es el Chimborazo, mañana será el Carihuairazo y el Corazón; después el Altar, el Iliniza, el Pichincha. ¡Queremos tierra plana para sembrar caña de azúcar y cacao! ¡Queremos tierra para pintarle caminos!
Atención, capitalistas del mundo:
¡Los más hermosos volcanes están en pública subasta!
Palacio era un militante de izquierda, comprometido con una transformación de la sociedad. Así lo deja claro en algunas cartas con amigos y, en particular, en su correspondencia con Benjamín Carrión. Sus cartas tienen un interesante contenido político, pero siempre sarcástico, siempre riéndose de todo y de sí mismo.
El Grupo de Guayaquil y la Generación del 30 irrumpieron en la siesta cultural ecuatoriana para romper esquemas, reivindicaron la realidad tal como era, como es, y recuperaron la vida cotidiana de los sectores populares como se describe y analiza en el Cuaderno 1. Pero olvidaron una parte de la cotidianidad del ser humano con la cual se vinculó la obra de Palacio: esa realidad muchas veces oscura y triste, oculta dentro de las personas y expuesta dentro de la ciudad que empieza a crecer. Olvidaron la realidad del yo en soledad, perdido en esa urbe y en sí mismo, con una vida profundamente gris.
Para el escritor Abdón Ubidia, “Pablo Palacio hizo una literatura del individuo urbano y moderno, echando mano del modelo real que más conocía: él mismo”.
Además, Palacio sacó a luz, personajes más cercanos a las alcantarillas, los “monstruos” que la sociedad prefiere ocultar. Esos que, cuando aparecen, la gente mira para otro lado, mucho más si son cercanos, especies de Drákulas o Frankenstein condenados al desprecio y al ocultamiento, como el homicida o el antropófago.
Pero además de los “monstruos” Palacio también recuperó a los otros, esos personajes “raros” o “extraños” según algunos críticos un tanto perdidos, algo demasiado osado en esas primeras décadas del siglo XX: el homosexual, o la mujer doble. Unos y otros, personajes al margen de la “civilización” y, por lo tanto de la “realidad”, de la realidad que se quiere ver.
Los cuentos y novelas de Pablo Palacio tienen importantes puntos de encuentro con la narrativa de Franz Kafka. Cansados ya del cansancio, los dos escritores caminan mediante la ironía por un mundo decadente, aterrador en el cual el ser humano es un insecto o está preso en un cubo.
Sus historias provocan una sonrisa ante el sarcasmo pero, sobre todo, provocan intranquilidad, preocupación. La realidad que narran es perturbadora aunque, a veces, provoque una sonrisa.
Pablo Palacio perteneció a la vanguardia literaria. Su creación estaba muy vinculada al surrealismo en el camino de Lautréamont. Su idea era transformar el mundo y cambiar la vida empezando a cambiar las “pequeñas” realidades y desacreditar la realidad totalizante.
Aunque se aleja del realismo social, que se impone con fuerza en su generación, respeta e incluso elogia los cuentos de Los que se van, mostrando así su lado humano y su honestidad intelectual. En una carta fechada en mayo de 1931, Pablo Palacio le dice a Benjamín Carrión:
Me llegó Los que se van. He leído ya los cuentos de Gallegos. ¡Qué interesantes, qué bien hechos están, caramba!
Sin embargo, tras la publicación de Vida del ahorcado, en noviembre de 1932, con gran sectarismo Gallegos escribe un artículo titulado “Izquierdismo confusionista” en el que hace una crítica ideológica muy dura e injusta a Palacio, acusándolo de perderse en su mentalidad de pequeño burgués y hacer una literatura que evade la realidad:
Se admira en ella la inteligencia. Pero se la encuentra fría, egoísta y se puede ver al fin, que Pablo Palacio no ha podido olvidar su mentalidad de clase, que tiene un concepto mezquino, clownesco y desorientado de la vida, propia en general de las clases medias (…) Trata con un izquierdismo confusionista las cuestiones políticas. Todo ello lo hace sistemáticamente, con un estilo apto para expresar su actitud. Después de leer Vida del ahorcado nos queda una sensación si, admirativa a medias, a medias repelente.
Palacio, en lugar de iniciar un debate público con alguien a quien consideraba compañero de lucha, prefiere marcar su posición en forma privada. En una carta al escritor lojano Carlos Manuel Espinosa hace una defensa de su literatura, en particular del significado de la realidad y, sobre todo, insiste en su mirada de que la realidad es decadente, y por lo tanto la propia vida, entonces él busca que la realidad provoque asco en el lector. Al evidenciar esa realidad despreciable hay un marcado compromiso político y social con su tiempo, aunque algunos no logren percibirlo:
Si la literatura es un fenómeno real, reflejo fiel de las condiciones materiales de vida, de las condiciones económicas de un momento histórico, es preciso que en la obra literaria se refleje fielmente lo que es y no el concepto romántico o aspirativo del autor. Desde este punto de vista, vivimos en momentos de crisis, en momento decadentista, que debe ser expuesto a secas, sin comentarios. Dos actitudes existen, pues, para mí en el escritor: la del encauzador, la del conductor y reformador ‒no en el sentido acomodaticio y oportunista‒ y la del expositor simplemente, y este último punto de vista es el que me corresponde: el descrédito de las realidades presentes, descrédito que Gallegos mismo encuentra a medias admirativo, a medias repelente, porque esto es justamente lo que quería: invitar al asco de nuestra vida actual.
En su novela Débora ya exponía su visión sobre la realidad:
Sucede que se tomaron las realidades grandes, voluminosas; y se callaron las pequeñas realidades, por inútiles. Pero las realidades pequeñas son las que, acumulándose, constituyen una vida. Las otras son únicamente suposiciones.
Luego de publicar Vida del ahorcado, Pablo Palacio dejó la literatura, se dedicó enteramente a la política en el Partido Socialista y escribió textos filosóficos orientados hacia el materialismo dialéctico, en los cuales buscaba algunas respuestas a su visón de la vida y, en parte, de la propia literatura que escribió. En uno de ellos, de 1935, incursiona en El sentido de la palabra realidad, intentando una comprensión más amplia de la realidad y, por lo tanto, de la vida misma. Las respuestas que antes había buscado en su literatura tan cuestionada, ahora las buscaba en la filosofía política.
El escritor y crítico uruguayo Jorge Ruffinelli es uno de los analistas que reivindicó a Palacio antes que muchos en el Ecuador. En un ensayo titulado “Pablo Palacio: Literatura, locura y sociedad” publicado en la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, Nro. 10, de 1979, analiza la obra de Palacio con gran lucidez y contradice la opinión de los escritores del realismo social, contemporáneos del narrador lojano:
La contradicción no está sin embargo tanto en la obra, o en la ideología de Palacio, cuanto en no haber sabido, sus contemporáneos reconocer y apreciar la existencia de un sistema literario diferente, apartado sí, pero no de la sociedad, sino de los moldes realistas de Icaza o de la generación guayaquileña del 30. La inmensa difusión de esta literatura realista y el hecho de que fuera ideológicamente impecable- por su actitud de denuncia de la explotación gamonal, por su defensa de los valores autóctonos- obnubiló la presencia de otras modalidades que podían merecer la misma legitimidad ideológica, o incluso mayor, toda vez que la “realidad” que pretendía “desprestigiar” Palacio y que los realistas tomaban ingenuamente de referente y base de su estilo, no era más que el fruto de la ideología dominante, la ideología burguesa.
Por su parte, Benjamín Carrión resume la obra de Palacio explicando su sentido de la realidad: “Pablo Palacio predica una teoría del descrédito de la realidad, o del igualamiento de todas las realidades en literatura, casi a todo lo largo de su obra”.
No está muy claro cómo falleció Pablo Palacio, más allá de la información sobre sus últimos años en hospitales, su “locura”. Algunos mencionan que fue consecuencia de la sífilis y otros de los golpes que sufrió en su cabeza al tener un accidente cuando niño. Tampoco está claro como fue el tratamiento a su enfermedad en aquellos años. Pero finalmente un gran escritor como Palacio no muere por la locura. Muere por el dolor que le producen las historias que narra, muere por el desgarro que lo lleva hacia el abismo, muere por el olvido al que lo empujan los guetos ideológicos o literarios, muere por los cultores del canon y el metro cuadrado.
En cuanto a los últimos años de Palacio es interesante leer una entrevista realizada por Cristóbal Garcés Larrea a Carmita Palacios, esposa del escritor, titulada “Un reportaje a Carmita Palacios” y publicada en Cuadernos del Guayas, en noviembre de 1969. En esa conversación, también recuerda con profundo dolor aquellos años de la “locura” en los que muchos evadieron al autor de Débora.
Garcés Larrea señala que ante su obstinación de querer trazar una silueta del hombre ya que la del escritor era bastante conocida, Carmita accedió a la entrevista y con una “voz atribulada, como en profundo soliloquio”, fue “dejando fluir la madeja del recuerdo”:
Conocí a Pablo en 1929, cuando ingresaba a la Escuela de Bellas Artes, en Quito. Todos los días, puntualmente, estaba esperándome a la salida, acompañado de dos de sus mejores amigos, los doctores Antonio José Borja y Juventino Arias, ya fallecido. Nos casamos. Fuimos a vivir en una casita que había comprado. Entre los sueños dorados de la luna de miel, los dos fuimos pintando la casita. Él, personalmente, sembraba legumbres y flores. Gustaba de tener aves y cuidaba con esmero a los animales domésticos. Había publicado sus primeros libros: Un hombre muerto a puntapiés y Débora. Eran los años de 1930. Cierto público lector recibió los libros de Pablo con asombro, pero los mejores escritores del país, y algunos del exterior, elogiaron mucho esos volúmenes. Pablo iba conquistando un puesto en la Literatura. Estudioso profundo, obtuvo la cátedra de Historia de la Filosofía en la Universidad Central, en Quito, y tradujo para la Editorial Ercilla algunos textos de Heráclito. No era, pues, un intelectual superficial. Ingresó por aquel entonces al Partido Socialista y fue un ferviente militante. Claro que la literatura que él practicaba era incompatible con la tesis del realismo socialista tan en boga entonces. (Y nosotros recordamos un acre comentario de Joaquín Gallegos Lara sobre la novela escapista, ajena a la realidad, que realizaba Palacio.) En más de una ocasión fue perseguido por sus ideas políticas– continúa Carmita–, y juzgo que esa preocupación fue alterándole la razón. Sufrió mucho cuando clausuraron la Universidad Central y pese a su talento, al ser reorganizada, no fue llamado a reintegrarse a su cátedra.
El periodista comenta que el prolongado monólogo de Carmita provoca en ella pesadumbre y calla. Hay un silencio que es interrumpido cuando le pregunta acerca de los amigos más cercanos que tuvo Palacio y responde:
Recuerdo siempre a varios amigos íntimos que tuvo Pablo, en Quito. Ellos eran los doctores Antonio José Borja, Juventino Arias, Ángel Modesto Paredes, Juan I. Lovato, Benjamín Carrión y los señores Jorge Reyes, Humberto Mata Martínez, Jaime Chávez Granja, que publicó las Obras completas de Pablo, al llegar a la Presidencia de la Casa de la Cultura. En Guayaquil sus mejores amigos fueron: Enrique Gil Gilbert, Demetrio Aguilera Malta, Carlos Zevallos M., José de la Cuadra, su pariente Alfredo Palacio, Leopoldo Benites y el Dr. Carlos Ayala Cabanilla, entre los que vienen a mi memoria. Sin embargo, al producirse su enfermedad muchos de sus amigos se ausentaron. Recuerdo que al ser diagnosticado su mal aún no había perdido la razón. Calcule su sufrimiento. Juzgo que esa noticia brutal fue trágicamente decisiva. Pablo era poseedor de una gran biblioteca en obras jurídicas y literarias y quiso entregarla a la Universidad Central para lo cual llamó a uno de sus mejores amigos. Sin embargo, a pesar de las llamadas insistentes, nunca llegó. Pablo deliraba y decía: ‘Debe estar preso. No quieren que venga a verme’. Comenzaba así a ingresar en la sinrazón de la que ya no volvió. El escritor aludido jamás volvió a verlo. Y creo sinceramente que por la política sacrificó su paz interior, su situación económica, y fue, sin duda alguna, la inicial de su dolencia.
Luego afirma con dolor que siempre que los intelectuales se han referido a la muerte de Pablo han dicho que sucedió en el Manicomio Lorenzo Ponce, cuando eso no es verdad:
Él jamás estuvo en esa casa de salud. Cuando empezó su mal se asiló en el Hospital Eugenio Espejo, de Quito, de donde pasó a la Clínica Siquiátrica del Dr. Julio Endara. En esa situación nació mi segundo hijo. Pasamos a Guayaquil y tuvo asilo en la Clínica de Enfermedades Nerviosas del Dr. Carlos Ayala Cabanilla. No tuvo mejoría pese a los esfuerzos del sabio Director. El señor Héctor Orcés me facilitó, entonces, en forma gratuita, que no alcanzo a agradecer, una modesta casita de caña. Usted sabe lo duro que es la vida en Guayaquil, pero pude luchar a brazo partido durante los siete terribles años de su grave dolencia. Quedaron dos hijos: Pablo y Helena. Pablo, aunque no tiene la afición literaria de su padre, es sumamente inteligente, y Helena, que posee grandes dotes para las Artes Plásticas, desgraciadamente es muy delicada de salud.
Cristóbal Garcés señala que solicitaron alguna foto inédita, hogareña, íntima, del gran escritor; algún texto no publicado; alguna novedad y Carmita le comentó que la prolongada agonía de su esposo y luego su muerte, la dura lucha por la vida, la angustia, echó a perder todo lo que había quedado de Pablo Palacio.
La exclusión de sus contemporáneos a Palacio no sirvió como enseñanza hacia el futuro. El escritor fue olvidado durante mucho tiempo en Ecuador y, con excepción de algunos artículos y ensayos muy interesantes, todavía faltan estudios más profundos y menos maniqueos de su literatura y su vida.
En otros países hubo un entendimiento entre el realismo social y las vanguardias, manteniendo debates profundos sobre sus diferentes visiones, pero comprometidos con la rebeldía social y política. Sin embargo, en Ecuador no se pudo llegar a eso y se impuso una sola visión, una especie de pensamiento único. Eso, que pudiese ser entendido como algo de esa época, en realidad es una constante en la cultura ecuatoriana hasta el presente.
No hay debates serios en la cultura, ni siquiera en el terreno ideológico, Siguen existiendo guetos, pequeñas envidias personales y monopolios del canon, pero además con un ingrediente extra: las posturas de derecha que hegemonizan hoy la opinión cultural, son las únicas que tienen espacio en los medios de comunicación, consolidando un pensamiento único con mínimos espacios para quienes piensan diferente.
En todo caso, parafraseando al escritor chileno Roberto Bolaño refiriéndose a Franz Kafka, Pablo Palacio escribía desde el abismo, escribía mientras iba cayendo, como Alicia en el País de las Maravillas.
Como Kafka, Palacio es un escritor de abismos y desde el abismo. Pero también es un náufrago que llegó a la literatura como a una isla, y finalmente, en medio del océano, fue devorado por los tiburones de afuera y de sí mismo. Tal vez por eso pueda ser considerado un escritor insular. Pero no por haber creado y habitado solo una ínsula literaria, ni siquiera una ínsula imaginaria como Barataria.
*Autor del libro Benjamín Carrión, memoria cultural e integración latinoamericana UN ESCRITOR INSULAR Cuaderno 2
rmh/kl