Por Andrés Mora Ramírez*
Para Firmas Selectas de Prensa Latina
Entre 2017 y 2018 se realizarán elecciones presidenciales y elecciones legislativas en 12 países de América Latina, y no resulta aventurado afirmar que en estos comicios estará en juego la reconfiguración prácticamente total del mapa político regional, así como la definición de nuevas relaciones y equilibrios de fuerzas políticas que determinarán, o bien la continuidad de las restauración neoliberal o bien, triunfos clave del campo progresista y nacional-popular, que podrían imprimir nuevos bríos al giro posneoliberal iniciado en los albores de este siglo.
Para este año, están convocadas votaciones en Ecuador (presidenciales el 19 de febrero), Argentina (legislativas en octubre), Chile (presidenciales y legislativas el 19 de noviembre) y Honduras (presidenciales y legislativas el 26 de noviembre); y para el 2018, en Costa Rica (presidenciales y legislativas en febrero), El Salvador (legislativas y municipales en marzo), Colombia (legislativas en marzo y presidenciales en mayo).
A estos se suman Paraguay (presidenciales y legislativas en abril), México (presidenciales y legislativas federales en junio); Brasil (presidenciales y legislativas en octubre); Perú (regionales y municipales en octubre) y finalmente Venezuela (elecciones presidenciales en octubre, si la derecha no logra perpetrar antes sus planes golpistas).
Este ciclo electoral estará influido por varios factores y procesos en curso, que delínean la coyuntura latinoamericana actual, entre los que podemos mencionar, por ejemplo, el descontento y las crecientes tensiones sociales producto del nuevo ajuste neoliberal en Argentina y Brasil, aunado a la gravitación de los liderazgos populares de Cristina Fernández, Lula da Silva e inclusive de Fernando Lugo en Paraguay (todos con perspectivas positivas en las encuestas de popularidad e intención de voto), cuya presencia y acción política socava las precarias bases de las derechas gobernantes.
No es casualidad que Cristina, Lula y Lugo sufran ahora los embates de los partidos mediático y judicial, en maniobras sin precedentes que diluyen cada vez más las fronteras de la división republicana de los poderes públicos evocando los peores tiempos de las dictaduras militares.
Asimismo, la emergencia de movimientos sociales de muy diverso cariz y el agotamiento del pacto político neoliberal (con su democracia de muy baja intensidad) sugieren un panorama de incertidumbre electoral en Chile, aunque no parece posible -por ahora- el acceso al poder de una fuerza de izquierda. En Colombia, el uribisimo sigue enfrascado en su objetivo de descarrilar el acuerdo de paz y cerrar todas las vías posibles a la democratización y el pluralismo político en la sociedad colombiana.
México, de la mano del PRI, y del gobierno de Enrique Peña Nieto, se interna en las profundidades de una doble crisis económica y política, atizada por los coletazos del fenómeno Trump en los Estados Unidos -que podría arrastrar también a las débiles economías centroamericanas-, un escenario que eventualmente favorecería las opciones electorales de Andrés Manuel López Obrador y el Movimiento de Renovación Nacional (Morena).
Y finalmente en Venezuela -como también ocurrirá en Bolivia en 2019- el imperialismo y la derecha criolla radicalizarán sus planes desestabilizadores, mediante el desarrollo de guerras económicas y mediáticas, con el propósito de poner fin a las experiencias revolucionarias que han llevado más lejos las luchas antiimperialistas, antineoliberales y la búsqueda y construcción de alternativas tanto al orden oligárquico dominante en América Latina como a la hegemonía estadounidense.
De estas contiendas electorales emergerán nuevas realidades que, en buena medida, marcarán el rumbo de nuestra América en el tránsito hacia la segunda década del siglo XXI.
En lo más inmediato, las elecciones presidenciales en Ecuador no sólo pondrán a prueba la legitimidad de la Revolución Ciudadana y el legado de Rafael Correa y Alianza País: su resultado también podría enviar un mensaje de esperanza para las fuerzas progresistas y nacional-populares que hoy luchan y resisten en todo el continente. Pero una derrota aceleraría ese futuro nefasto que se nos anuncia como una vuelta al pasado, a eso que Correa bien llamó “la larga noche neoliberal”.
ag/am