Andrés Mora Ramírez*
Para Firmas Selectas de Prensa Latina
Lo que ya se advertía como una tendencia desde hace algunos unos años, a saber: el retroceso de las izquierdas producto de un conjunto de procesos y factores internos y externos, acabó por confirmarse como una realidad con la nueva correlación de fuerzas que nos dejan los resultados electorales marcados por el avance de una derecha que, sin abandonar su talante antidemocrático, y apoyada por el maridaje con los grupos mediáticos hegemónicos, ha sido lo suficientemente astuta para revertir sus derrotas y afinar sus tácticas y estrategias de lucha -algunas de ellas espurias, como los golpes parlamentarios o de nuevo cuño– y recuperar plazas vitales como Argentina y Brasil.
En Ecuador el triunfo en abril de Lenin Moreno, delfín del presidente Rafael Correa, y su casi inmediato alejamiento de la órbita de influencia del ex mandatario, acabó por fracturar al movimiento Alianza País y puso en entredicho la continuidad de la Revolución Ciudadana, la sostenibilidad de sus conquistas políticas, sociales y económicas. Asimismo crece la incertidumbre sobre el rol que jugará en adelante ese país en la delicada coyuntura latinoamericana y sus aportes específicos al sistema de alianzas que forjó Correa desde el año 2006 (concretamente con el bloque de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América).
En Argentina, el gobierno de Mauricio Macri se fortaleció con la victoria en las elecciones legislativas de octubre, lo cual le dio impulso para redoblar su apuesta neoliberal por las políticas de ajuste, el favorecimiento a los sectores más poderosos, la represión del malestar ciudadano y la persecución sistemática de líderes políticos y sociales de la oposición. En Sebastián Piñera, recién electo presidente de Chile por segunda ocasión, y heredero del pinochetismo; en Macri y Michel Temer, de Brasil, encontrarán un aliado para profundizar la restauración neoliberal.
Como corolario, el fraude escandaloso perpetrado en Honduras en noviembre, al que ni siquiera la OEA del secretario Luis Almagro ha podido encubrir, y la posterior ola represiva ordenada por el presidente Juan Orlando Hernández -que es solo la continuación de la iniciada con el golpe de Estado de 2009-, dejan a las claras el repertorio de acciones que están dispuestas a ejecutar estas derechas cavernarias que pululan en el continente.
En ese marco francamente desolador, el caso venezolano sigue sorprendiendo al mundo y nutre la esperanza de que no todo está perdido. En el año que probablemente haya sido el año más difícil de la Revolución Bolivariana -en cuestión de seis meses (de julio a diciembre)- el chavismo se impuso en los procesos electorales para la conformación de la Asamblea Nacional Constituyente, y la elección de gobernadores y alcaldes. De igual modo, aumentó su caudal de votos hasta superar los niveles históricos de apoyo y logró desarticular el brazo político de la intervención imperialista, anudado en torno a la Mesa de la Unidad Democrática.
En medio del asedio diplomático y la guerra económica lanzada por los Estados Unidos, con mil y un obstáculos derivados de la corrupción enquistada en empresas estatales como PDVSA, de los caminos a medio recorrer en la construcción del socialismo y los errores cometidos en la gestión de gobierno, el presidente Nicolás Maduro tiene ante sí el desafío de rectificar rumbos -especialmente en política económica y monetaria, principal prioridad en este momento-, abrir aún más los cauces de la participación popular en todos los ámbitos y confrontar la corrupción sin concesiones -como lo ha prometido el nuevo Fiscal General, Tarek William Saab-. En ello la Revolución Bolivariana se juega la vida.
Lo cierto es que nada volverá a ser como lo que vivimos en la región en estos casi 20 años de búsquedas y luchas, de derrotas y victorias. Lo que hagan y construyan los movimientos sociales y las organizaciones políticas de izquierda, de aquí en adelante, tendrá que ser cualitativamente distinto y mejor, a partir de las lecciones aprendidas y la comprensión de los nuevos horizontes emancipadores que se van perfilando en el complejo sistema global de nuestro tiempo. La humanidad así lo reclama.
Hoy, frente a nuestros ojos, la restauración neoliberal que impulsa una derecha que se ha despojado de máscaras y modales democráticos dibuja un horizonte de regresión, violencia, dolor y desgarro social que parece inevitable… Al menos “por ahora”, según la histórica admonición del comandante Hugo Chávez. Porque los pueblos siempre tienen la última palabra y sabrán parar a tiempo los ímpetus de esos “insectos dañinos, que le roen el hueso a la patria que los nutre”, como escribió hace más de un siglo José Martí.
ag/am