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martes 30 de abril de 2024
trump y biden casa blanca

Los “momentos de la verdad” ¿Qué o quién decidirá la revancha entre Biden y Trump en 2024? (II y final)

Además de los eventos descritos en la parte primera de este artículo, con participación directa de los candidatos, hay otros “momentos de la verdad”, que expresaremos a continuación:

Colecta de fondos para las campañas y su uso efectivo.

El presidente Joe Biden y el expresidente Donald Trump ya están recaudando muchas decenas de millones de dólares mensuales para su revancha en noviembre, pero un candidato tiene una clara ventaja en términos de recaudación de fondos. Nuevos documentos hechos públicos el miércoles 20 de marzo, muestran que Biden y el Comité Nacional Demócrata superaron a Trump y al Comité Nacional Republicano por un amplio margen.

Combinados, Biden y el Comité Nacional Demócrata terminaron las tres primeras semanas de marzo con 127 millones 500 mil dólares en el banco, más del doble de los 54 millones 800 mil dólares depositados por Trump y el Comité Nacional Republicano. Estas cifras no incluyen el dinero recaudado por los comités conjuntos de recaudación de fondos asociados con cada campaña, lo que se informará en abril.

Trump enfrenta una creciente tensión financiera debido a sus problemas legales. Su PAC de liderazgo “Save America” informó haber gastado casi seis millones en facturas legales solo en febrero. Al mismo tiempo, consiguió (al parecer) postergar una fianza de casi 500 millones de dólares para cubrir la enorme sentencia en su contra en el caso de fraude civil en Nueva York, si paga una fianza de 175 millones antes del 5 de abril.

Mientras tanto, la campaña de Biden sigue recibiendo dinero. Recaudó 10 millones de dólares en las 24 horas posteriores a su discurso sobre el Estado de la Unión hace dos semanas. Desde entonces, ha estado en casi todos los estados en disputa y pasó el miércoles y jueves colectando dinero en Texas. Su sólido acopìo de fondos le ha permitido a su campaña lanzar una compra publicitaria de primavera de 30 millones de dólares. La ventaja monetaria de Biden se amplía, los honorarios de los abogados de Trump se acumulan.

Otra característica notable es que Biden tiene 11.7 millones de donantes individuales con contribuciones pequeñas (pero son también votantes), mientras que la mayoría del dinero electoral de Trump procede de grandes donaciones de PACs y entidades (que no votan).

Estas elecciones generales serán una de las más largas y tediosas en la historia de Estados Unidos, lo que subraya la necesidad de que Biden y Trump maximicen su recaudación de fondos para mantener sus campañas. Como sabemos, y estas elecciones lo demuestran una vez más, los Estados Unidos son “la mejor democracia que el dinero puede comprar”.

Candidatos independientes y terceros partidos. Los delegados demócratas “no comprometidos”

El actual presidente enfrenta cuatro problemas políticos esquivos que amenazan su campaña de reelección. Las preocupaciones sobre su edad, el malestar con su gestión de la economía, la frustración por su apoyo a Israel durante la masacre en Gaza y con los neo– nazis ucranianos y la vulnerabilidad a candidatos independientes surgidos por la debilidad demócrata en comparación con 2020. La candidatura de Robert F. Kennedy Jr. y el Partido Verde son los principales drenadores de votos anti – Trump.

Pero este año, los demócratas son claros en este tema: no quieren una repetición de 2016, cuando candidatos de terceros partidos obtuvieron millones de votos, lo que lleva a muchos observadores políticos a decir, incluso, que eso ayudó mucho a Trump a derrotar a Hillary Clinton en el Colegio Electoral (en el voto popular H. Clinton lo superó por casi tres millones de sufragios).

Esta vez, los demócratas están mejor preparados (o más alertas). La campaña de Biden y el aparato político que espera derrotar a Trump están tomando en serio a los candidatos de terceros partidos, una marcada diferencia con el Partido Demócrata en 2016. Antes de que los candidatos de terceros partidos aparezcan en un número significativo de votaciones estatales (y antes incluso de que se establezcan algunos candidatos), han comenzado a organizarse: El Comité Nacional Demócrata cuenta con un personal capacitado, que trabaja para derrotar a candidatos de terceros partidos. Han presentado denuncias ante la Comisión Federal Electoral sobre presuntas violaciones de la ley de campaña por parte del super PAC American Values 2024, que respalda al candidato independiente Robert F. Kennedy Jr.

El oscurantista (enemigo jurado de las vacunas y aceptador de las teorías de conspiración) Robert F. Kennedy Jr., quien por ser hijo y sobrino de los asesinados hermanos Kennedy puede atraer significativas cantidades de votos que ni remotamente alcanzan para ganar, pero sí para decidir une elección de estrecho margen, y la inmensa mayoría de sus votos saldrán de quienes de otra manera serían partidarios de Biden. American Bridge, el grupo de investigación de la oposición demócrata, está siguiendo de cerca a candidatos de terceros partidos.

Mientras tanto, No Labels designará un panel para discutir su candidatura presidencial. .Si bien el grupo ha tenido problemas para encontrar un candidato después de que la mayoría de los políticos de alto perfil se negaron, se informa que el vicegobernador republicano de Georgia, Geoff Duncan, de perfil relativamente bajo, está en conversaciones para ser el candidato. El profesor de la Universidad de Princeton, Cornel West, podría postularse y también podría repetir en las elecciones generales la candidata del Partido Verde , Jill Stein. En una elección en la que los votantes ven solo una revancha de 2020, los votantes podrían estar más inclinados o al menos sentir curiosidad por terceros partidos.

Si bien no está hoy ciento por ciento claro de dónde vendrán los votantes de terceros partidos en este momento, sí es evidente que la mayoría sería votantes potenciales de Biden.

En 2016, Trump venció a Hillary Clinton en Pensilvania, Wisconsin y Michigan, los tres estados indecisos más cercanos que determinaron las elecciones, por sólo 67 mil votos en total.

La Corte Suprema y otras entidades del Poder Judicial de los Estados Unidos.

Pocas instituciones democráticas críticas estadounidenses han escapado ilesas de un enredo con Trump. Ahora, la Corte Suprema de Justicia enfrenta sus mayores pruebas hasta el momento por parte del expresidente.

Los casos contra el ex presidente, enormemente significativos y políticamente cargados, podrían empujar a los jueces a una elección presidencial más compleja que en cualquier otro momento desde que el tribunal decidió las disputadas en 2000 a favor del entonces gobernador de Texas, George W. Bush, frente a Al Gore, a la sazón vicepresidente. Las repercusiones históricas de su nueva incursión en la política de campaña pueden tener eco incluso durante más tiempo que el caso que puso fin a un amargo período postelectoral hace un cuarto de siglo. Y dada la habitual negativa de Trump a aceptar las reglas y los resultados de las elecciones, a nadie le sorprendería que el tribunal se viera arrastrado aún más a la lucha partidista antes o después de las presidenciales de noviembre, en el supuesto de que Trump sea el candidato republicano.

La idea de que la Corte Suprema está por encima de la política ha sido durante mucho tiempo bastante dudosa dadas generaciones de decisiones delicadas sobre temas politizados, incluida la esclavitud, el derecho al voto, los derechos civiles, la inmigración, la abolición de la segregación, el matrimonio interracial y entre personas del mismo sexo, la atención médica y recientemente, el aborto. Pero ningún presidente moderno ha ido más lejos que Trump al atreverse a derribar la noción de que los jueces están obligados a perseguir una vocación más elevada que la política partidista: preservar el Estado de derecho.

Cuatro veces acusado penalmente, el ex presidente se propone con reiteración apoyarse en instituciones que pueden exigirle responsabilidades, restringir su poder o contradecir sus realidades alternativas- que sin cesar se tejen- o desacreditarlas. Las atrae a su virulencia y falsedades de una manera tal que ha dañado su supuesta reputación de estar por encima de la refriega.

Cuando pierde una elección, afirma que está amañada; cuando la prensa informa la verdad, critica las “noticias falsas”; cuando lo investigan, afirma que se trata de una caza de brujas; cuando lo acusan, advierte que el gran jurado es parcial; cuando pierde un caso, condena a todo el sistema judicial como corrupto. El mantra de la victimización está ahora en el centro de una campaña presidencial basada en la percepción de que está siendo perseguido políticamente y está impulsando su determinación de dedicar un segundo mandato a la retribución.

¿Cómo trabaja Trump con los magistrados?

Durante sus juicios de alto perfil, el expresidente ha trabajado incansablemente para desacreditar la legitimidad de tribunales y jueces. En su juicio por fraude civil en Nueva York, por ejemplo, chocó frecuentemente con el juez y arremetió contra él, contra su personal y contra el caso en sí mismo en los descansos fuera de la sala del tribunal. El mes pasado, Trump salió furioso de un juicio por difamación presentado por la escritora E. Jean Carroll, poco antes de que un jurado le otorgara una sorprendente victoria de 83 millones de dólares. Después de que un tribunal de apelaciones en Washington, DC, rechazara esta semana sus extraordinarias y anticonstitucionales afirmaciones de inmunidad total por sus intentos de anular las elecciones de 2020, el hijo mayor del expresidente, Donald Trump Jr., atacó la legitimidad de los jueces que dictaminaron por unanimidad. «Nadie que haya estado observando está sorprendido por este hackeo partidista, pero allá vamos», escribió en X. «Es hora de que SCOTUS (Supreme Court of the United States) intervenga». En varios de los casos en los que está involucrado Trump padre, los jueces han impuesto órdenes de silencio para proteger la integridad de los procedimientos.

El poder del ex presidente sobre sus seguidores es tal que millones de ellos aceptan fácilmente sus falsedades y llegan a creer que las instituciones clave del gobierno son corruptas. Eso deja al sistema político de Estados Unidos y al Estado de derecho más comprometidos que antes. El resultado es que muchos votantes, al menos en su base política, desestiman la gravedad de los presuntos delitos de Trump.

Según una encuesta de CNN realizada a finales del mes pasado, el 49 por ciento de los republicanos dice que Trump no hizo nada malo tras las últimas elecciones presidenciales. El 40 por ciento considera que sus acciones no eran éticas, pero sólo el 11 por ciento las calificó de ilegales.

Pero un caso electoral que involucre a Trump, en un momento de furia partidista mucho mayor que las amargas consecuencias de las elecciones de 2000, podría ser un asunto aún más grave, en especial si alguno de los fallos del tribunal finalmente va en contra del ex mandatario, pues no sigue los mismos códigos morales que Gore, quien se tragó con gracia su ira y aceptó su derrota electoral tras la lid Bush vs. Gore. En el pasado, los fallos adversos del tribunal superior contra Trump han sido recibidos con duras críticas por parte del expresidente. También ha sugerido que el hecho de que los tres jueces que el nominó (Neil Gorsuch, Brett Kavanaugh y Amy Coney Barrett) no hayan hecho lo que él quiere, es un síntoma de deslealtad. Esa actitud subraya la naturaleza transaccional de Trump y su olvido del deber de los jueces hacia la ley.

“No estoy contento con la Corte Suprema. Les encanta gobernar en mi contra. Elegí a tres personas. Luché como un infierno por ellos”, dijo Trump en su famoso discurso del 6 de enero de 2021 en Washington, previo al ataque de la turba al Capitolio de Estados Unidos, que está en la raíz de los dos casos en torno al presidente y que se espera que la corte enfrente. “Casi parece que todos están haciendo lo posible para hacernos daño a todos nosotros y dañar a nuestro país. Para dañar a nuestro país”, continuó Trump, refiriéndose a los jueces.

También se hizo eco de esos comentarios antes de las asambleas electorales de Iowa el mes pasado, cuando abrió un esfuerzo para trabajar con los árbitros– o los jueces conservadores de la Corte Suprema– con respecto al caso de Colorado. Afirmó que los jueces nombrados por los presidentes demócratas eran descaradamente partidistas y se quejó de que los elegidos por los presidentes republicanos no hicieran lo mismo. “Cuando eres un juez republicano y has sido designado por, digamos, Trump, se desvive por hacerte daño, para poder demostrar que han sido personas justas, justas y honorables. Es una diferencia asombrosa”. Trump continuó: «Es un sistema de cableado diferente o algo así, pero lo único que quiero es justicia, luché muy duro para conseguir tres personas muy, muy buenas… Sólo espero que sean justos porque la otra parte juega el papel de árbitro.»

¿Cómo Trump se apoya en los jueces?

Cualquier juez que emita veredictos contradictorios con la opinión de Trump corre el riesgo de convertirse en un objetivo de represalia. El ataque del expresidente a un juez de distrito que falló en contra de su administración en un caso de asilo llevó a Roberts en 2019 a intentar aislar al poder judicial de la política. «No tenemos jueces de Obama ni de Trump, ni de Bush ni de Clinton», escribió John G. Roberts en una declaración extraordinaria que no nombró a Trump, pero que claramente lo tenía en mente. “Lo que tenemos es un grupo extraordinario de jueces dedicados que hacen todo lo posible para brindar el mismo derecho a quienes comparecen ante ellos”.
Desde entonces, incluso en varios casos en los que los jueces se negaron a escuchar o rechazaron las acusaciones de Trump sobre las elecciones de 2020, Trump ha tenido una relación tensa con el tribunal superior.

Después de la presidencia de Trump (2017 – 2021), él y el tribunal superior volvieron a estar enfrentados. Los magistrados bloquearon el intento de Trump de impedir la divulgación de registros presidenciales a un comité de la Cámara de Representantes que investigaba el ataque del 6 de enero, por ejemplo.

La historia muestra que, independientemente de lo que falle el tribunal, la respuesta de Trump se verá filtrada por su muy desarrollado sentido de injusticia y su sospecha hacia las instituciones de rendición de cuentas y la interpretación, a menudo interesada, de la ley. No va salir bien de todo, es simplemente imposible, no tiene control sobre su personalidad, para él de naturaleza divina.
Algunas conclusiones

En los próximos siete meses, la contienda electoral en los Estados Unidos va a ser un tanto peculiar, y se efectuará en dos planos separados:

1. La actividad sistemática en los medios, que va a ser bastante aburrida en tanto que repetitiva entre dos candidatos ya muy conocidos, y que no tienen realmente un programa de gobierno serio, sino que será sustancialmente negativa, con diatribas sobre la incapacidad de gobernar de la otra parte. Curiosamente esto es cierto, ninguno de los candidatos tiene la capacidad de ser presidente, mucho menos de un país tan grande, poderoso y sumido en las más increíbles contradicciones como son los Estados Unidos

2. Lo discutido en el presente artículo, es decir “los momentos de la verdad”, que son esas intervenciones públicas de ambos candidatos, su colecta de dinero, la participación de terceras partes y los problemas legales que ambos- pero principalmente Trump- enfrentan. Uno de los aspectos que quisiera enfatizar, es la insistencia de Trump y sus jenízaros en afirmar que no hay dudas, que el saldrá vencedor fácilmente, lo cual no es cierto de ninguna manera. En realidad no hay nada decidido y si existe alguna inclinación en la balanza es ligeramente a favor de Biden, quien por cierto no ha mostrado ninguna estatura moral durante su gobierno.

3. Debe quedar bien claro que ni Trump ni Biden son buenos, ni para los EEUU., ni para el resto del mundo. Es una batalla entre una democracia ficticia y viciada, donde “todos son iguales ante la ley” (solo que algunos son más “iguales” que los demás); y como alternativa el fascismo más abierto, ilegal y desenmascarado.

rmh/jro

José R. Oro
José R. Oro

José R. Oro Nació en Cuba en 1952. Geólogo de profesión, es autor de cuatro libros y más de 100 artículos especializados en minería, geología, ingeniería y medio ambiente y muchos otros de temas sociales, política y economía. Habla español, inglés, ruso y portugués. Experiencia en el desarrollo de grandes proyectos mineros y de infraestructura en Cuba, Puerto Rico, Venezuela, Colombia, Finlandia, Estados Unidos y Canadá. Vive en Connecticut, Estados Unidos. Casado.

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