La UNESCO aprobó en 1976 el Informe MacBride, elaborado por Sean MacBride, Premio Nobel de la Paz y Premio Lenin de la Paz, sobre el derecho de todos los pueblos a participar equitativamente de los medios de información y comunicación. Marshall MacLuhan y Gabriel García Márquez lo aplaudieron. Ronald Reagan lo enterró…

El informe advierte sobre los peligros de la monopolización mediática, el poder de algunos vehículos de imponer un modo de pensar, actuar, consumir y divertirse. Como alerta Fernando Buen Abad, esos vehículos son verdaderas fábricas de políticos y gobiernos.
“El viejo mundo muere. El nuevo demora en nacer” (Gramsci).

Hoy, las plataformas digitales son verdaderas hidras, como el monstruo de siete cabezas. Y aún no ha aparecido un Hércules que pueda matarlas. En mi opinión, las plataformas solo dejarán de diseminar su veneno el día en que exista una regulación internacional controlada por el poder público. Mientras detenten el monopolio privado de la manipulación de informaciones, la democracia estará severamente amenazada por el surgimiento de figuras histriónicas y perversas como Bolsonaro, Milei y Bukele, para solo mencionar algunos ejemplos latinoamericanos.

Los gobiernos progresistas razonan, por lo general, según la lógica del sistema. Centran su accionar en el desarrollo, como las inversiones en infraestructura, lo que aumenta los puestos de trabajo y mejora las condiciones de vida de la población. Priorizan también el combate a la inflación, el aumento de los salarios y el acceso a la alimentación, la salud y la educación.

Todo eso es positivo, pero no suficiente. Se precisa algo más: la revolución de las conciencias. Sin eso no se crea una cultura democrática, de respeto a los derechos humanos, la diversidad y el cuidado del medioambiente.

La democracia necesita ser liberada de sus vicios conservadores y emancipada de la apropiación burguesa. No puede perdurar como mero juego de apariencias, rehén, de hecho, del capital financiero, o sea, de la minoría rica y poderosa de la sociedad. Se hace imprescindible un trabajo educativo que forme conciencia crítica y despierte la sensibilidad indignada frente a la opresión, la discriminación y la violencia.

La comunicación es hoy una cuestión de salud pública. No se puede admitir que los intereses del mercado estén por encima de los derechos de la colectividad. Y no es con fraseología de izquierda que vamos a politizar al pueblo. Es con método pedagógico y educación crítica. Esa es la única forma eficiente de combatir las armas de la guerra ideológica del neoliberalismo.

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